Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL QUIROGA CLÉRIGO
"HIJOS DEL FIN DEL MUNDO" DE ESPIDO FREIRE IMAGINE EDICIONES. MADRID. PREMIO LLANES DE VIAJES, 2009

Manuel Quiroga Clérigo

 

 

    La literatura sobre el Camino de Santiago es extensa. Desde la Edad Media hasta hoy mismo los diversos caminos que llevan a Santiago de Compostela son frecuentados por todo tipo de personas. Una vez son religiosos carismáticos, católicos profundos o creyentes encantados. En otras ocasiones son gentes con espíritu de aventura, estudiantes de fin de carrera o jubilados de inicio de su libertad. Las rutas son largas, a veces penosas, otras animadas por la buena compañía.

   Por ejemplo Gregorio Morán escribió un libro titulado “Nunca llegaré a Santiago” (Anaya&Mario Muchnik, Madrid 1996) que, en 273 páginas nos va contando su recorrido desde Roncesvalles a ¡Finisterre¡” o sea que, realmente, no llega a ver el Obradoiro, pero sí nos deja profundas reflexiones de una caminata inolvidable.

Cristina Cerezales Laforet en “El camino de las grullas”( Ediciones Destino, Barcelona, 2008). nos dice que, para ella, “el Camino de Santiago supone un recorrido espiritual”. En este caso son 420 páginas para contarnos una experiencia vital para la autora.

  Ahora una escritora, joven y decidida, como es Espido Freire nos ofrece un delicioso relato titulado “Hijos del fin del mundo” subtitulado “De Roncesvalles a Finisterre” Con él ha recibido el Premio Llanes de Viajes 2009, o sea en su cuarta convocatoria, que convoca el Ayuntamiento de la villa marinera asturiana y que publica Imagine Ediciones. Con este título el Premio se consolida llegando a su cuarta edición. En 2006 el galardonado fue Juan Eslava Galán por su “Viaje a la Costa”, en 2007 ganó Ángela Vallvey con “El viaje de una hoja de lechuga” y en 2008 tuvimos el libro de Gustavo Martín Garzo por “Los viajes de la cigüeña”. Debemos aplaudir iniciativas como ésta, que ya ponen en práctica otras instituciones asturianas, y que no sólo favorecen a los escritores galardonados sino que, además de dar a conocer un patrimonio cultural y unos paisajes, suponen una importante ayuda de las organismos autonómicos a la capacidad creativa de los autores. Bien, “Hijos del fin del mundo” se configura, según la propia autora, como “un libro de infancia, y un libro de viajes, y un libro de historias recuperadas”.

En este caso, además, contiene importantes referencias memorialísticas. La autora, hija de gallegos, nacida en Bilbao y actual vecina de Madrid, tiene en España su mejor paisaje. Por eso, tras varios intentos no cuajados de iniciar su propio Camino de Santiago, de repente aparece en Saint Jean-de-Pie-de-Port, allí donde su mezclan sus tres idiomas, el gallego familiar, el euskera de su infancia y juventud estudiantil y “el castellano como lengua puente”, escribe la autora, “la que finalmente elegí para escribir y para expresarse”. En esta labor Espido Freire, Licenciada en Filología Inglesa por la Universidad de Deusto, debutó como novelista con “Irlanda” (1998), publicando “Donde siempre es Octubre” posteriormente y un poemario titulado “Alland la blanca” (Plaza&Janés, Barcelona, 2002):”Buscar Alland es hallar la isla de los muertos;/en las noches lóbregas las almas toman los barcos/y navegan el amanecer”. Siempre el viaje. La peregrina penetra en España y va recorriendo el mundo de las leyendas, hablando con los compañeros, disfrutando el paisaje, recordando otros tiempos. Así nos brevemente historias como la de Leonor de Aquitania, la verdadera gesta de Roldán y el despego de Carlomagno.

Cuando viaja de Roncesvalles a Pamplona se nos aparecen figuras como las de Hemingway y su mundo de aventura y verbena; luego son los paisajes,  los bosques vascos o el mundo de la Diosa Encina que conoció de niña;  las historias de la rabia o la lepra en tiempos lejanos y la inútil muerte de Felicia, Duquesa de Aquitania, que recuerda al llegar al Alto del Perdón, en Estella, cerca del Monasteio benedictino de Irache, de donde nació por cierto la primera universidad Navarra.. A todo esto ha ido transcurriendo la propia historia de la autora, los viajes con su familia desde Bilbao a Galicia, con la petición de la niña de detener el coche para poder coger unas campánulas (militropes, dice ella), el amor a los prados y a la casa solariega, los miedos de la niña ante los animales aparentemente domésticos que incluso llegan a atacarla como es el caso de la vaca Mora, la relación intensa con quienes siguen en Galicia al no haber elegido el desarraigo de la emigración que, a veces, proporciona una vida mejor…Por Logroño ya el vino es un compañero eficaz y a veces calenturiento pero la caminante elige algo diferente: “La naranja se entrega como un dios menor que supiera que, antes o después, se reencarnará en una vida mejor”. Por Viana las rememoraciones son de César Borgia, de Juan Albret, Luis de Beaumont. (“Los grandes hombres siempre han despertado emociones encontradas”, escribe). Burgos ya es Castilla después de haber pasado por Nájera, Valvanera, San Millán de la Cogolla. Y ahí llega la historia terrible de los Siete Infantes de Lara o como el despecho causa la muerte del inocente Hugonell, que viajaba con sus padres hacia la tumba del Apóstol. Las historias del Cid, los malvados infantes de Carrión,  el Rey Alfonso VI llamado El Bravo, de Atapuerca ahora.

Hay unas páginas dedicadas a un lugar misterioso llamado Arroyo San Bol y hay discusiones interesadas acerca de los significados del Camino.”O lo sientes, o no lo sienten” dicen los místicos. En otros momentos la autora, con cierto aire jocoso, describe la incansable audacia de aquellos que intentan acercarse a las jovencitas que caminan a su lado, intentando mil pretextos para llegar a intimar y, también, los rasgos de generosidad de muchas personas que se van conociendo, o relata casos concretos como el David, un muchacho enfermo a quien acompaña y cuida su novia que,  sin embargo,  quiere ser obligado protagonista del recorrido. La historia de Santiago y Juan, de su padre Zebedeo o su madre Salomé de Betsaida nos lleva a Juan el Bautista y a Jesús, el hijo de David. “Santiago, según cuentan, era apacible y callado y poseía un agudo sentido de la justicia. A diferencia de su hermano menor sería el primero en morir y en sufrir martirio”. El relato de cómo el cuerpo del Apóstol llega a Galicia y como el obispo Teodomiro, en el siglo IX conoce la existencia de su sepultura nos permiten saber que un asturiano, el Rey Alfonso II El Casto “se entusiasma con el descubrimiento”. Momento culminante del relato: “El legado que deja el rey Alfonso, pese a que muere sin hijos, se extiende durante generaciones. La peregrinación a Santiago se convierte en un constante fluir de franceses a los que les queda más cerca este lugar que Roma, no digamos ya que Tierra Santa”. Pero el camino sigue. León: Frómista, Sahagún, Astorga y varias historias románticas, Ponferrada, el Bierzo y ¡Galicia¡. Ahí vuelven con más énfasis los recuerdos, el memorialismo al estilo del leonés de Manzaneda de Torío Andrés Trapiello, el Cebreiro ahora ya verde y apropiándose del caminante. En este caso no hemos recorrido el camino de la Costa, la grandeza de Llanes, la plenitud de Ribadesella, la estampa mercantil de Villaviciosa, la mar cántabra azul y divina de Cudillero o Tapia de Casariego para llegar a Vegadeo y saltar a la Galicia eterna pero Espido Freire no sólo llega a Santiago, como no llega a culminar el periodista Gregorio Morán sino que va más allá. Su meta oculta, o su segundo destino, era, es, San Andrés de Teixido, aquel lugar al que hay que ir vivo sino quieres ir de muerto. El fin del mundo es solo una materia de trabajo, un espacio para la recreación y el sentimentalismo. Finisterre no es más que el principio de una nueva vida. Y esa es la tiene lugar cuando, dice Espido Freire, “algunos viajeros se reúnen para ver la puesta de sol”.