Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANTONIO J. QUESADA

Antonio J. Quesada

 

En días navideños, casi como de perfil, nos ha abandonado el poeta Juan Moreau, dejando un hueco sin solución entre los que le tratábamos. Malagueño, alemán, francés, alhaurino o lo que fuera, Juan no dejaba impasible a nadie, y su marcha no ha dejado indiferentes a los que, de alguna forma, estábamos más o menos cerca de él.

No se podría entender la vida de Juan sin su faceta literaria: la literatura ha sido su pasión, y ha canalizado su necesidad de expresión y su pretensión de estudio científico. Y, como buen literato, tenía algunas de las virtudes y defectos atribuibles de modo genérico al gremio. Conocí a Juan lo suficiente como para saber que no era una persona normal, olvidable, gris. No. Con él he coincidido en bastantes cuestiones y ocasiones, me he irritado en otros casos, he discrepado profundamente a veces y, en fin, hemos pasado por casi todas esas cosas que hacemos las personas en sociedad. Al fin y al cabo, para ser siempre bien recibido en todas partes hay que ser un billete de 500 euros, y ninguno de los que paseemos por estas líneas lo somos. Todos tenemos virtudes y defectos, y Juan no iba a ser menos. Posiblemente iba a ser más, pues ya se sabe que los literatos suelen sentir de otro modo, como más, y se exageran sus características y sentimientos, y él era capaz de vivir momentos increíblemente buenos pero también increíblemente malos, como el creador que era. Nunca momentos normales, porque Juan, ese poeta, no era capaz de ser normal o gris. Por eso le valorábamos.

En estos momentos cobran especial importancia, para mí, los momentos de proximidad vividos con él y con Filo, su compañera y cómplice de tantas y tantas batallas. Tantos recuerdos… Alguna lectura poética llevada a cabo conjuntamente, alguna cena aquí o allá, aquel viaje a Madrid que compartimos en autobús, nocturno y por casualidad, pues yo iba a resolver cualquier bobada de las mías y a patear la Cuesta de Moyano, y él necesitaba consultar no sé qué archivo de los que él escrutaba para sus trabajos, aquel café mañanero compartido en Méndez Álvaro, entre gentes que iban y venían, algún encuentro casual por Málaga en autobús, etc. Son tantos recuerdos…

Se nos ha ido Juan, “Juanito”, como le decían los suyos. Un poeta que dejó trabajos no siempre tenidos en cuenta, pero que ahí están para el que quiera leerlos (y los amigos los tendremos siempre cerca). Es una pena que yo no crea en Más Allá y en todas esas metafísicas trascendentes, pues estas líneas cobrarían ahora un estilo más elegante, pero esto no es un ejercicio literario: estoy despidiendo a un amigo y no puedo engañarme a mí mismo con anzuelos metafísicos. Esto, para mí, es un hasta siempre. Hasta siempre, Juan, poeta. Hasta siempre, amigo, gracias por tantos ratos compartidos y por concederme el privilegio de sentirme racional en nuestras discusiones y charlas.