Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Mª VICTORIA REYZÁBAL
Sobre "SUDESTE" de HAROLD CONTI MADRID, BARTLEBY EDITORES, 2009

María Victoria Reyzábal

 

         Hermoso texto que habla de un río caudaloso o, mejor dicho, del delta que enfrenta Montevideo y Buenos Aires, pero que, más arriba de su desembocadura, remite a un ser orgánico, caprichoso y cambiante, bello, misterioso, en el cual viven, malviven o van muriendo personas que en su adaptación al medio casi dejan de parecer racionales para avanzar en lo instintivo, en lo primario.

         El protagonista de esta novela, de alguna manera, muestra el envés, dentro de su semejanza, del hombre de campo, del gaucho, aquí entregado al agua, resignado y pocas veces rebelde, atento a la naturaleza más que a las personas, automático ante ciertos avatares que le superan, sin embargo capaz de convertir su soledad en compañía con el ritmo, en este caso de la corriente, del azar, aceptador indiferente de voluntades más férreas que la propia, apático ante el dinero que no asegura la subsistencia, ante el poder que impide errar de una parte a cualquier otra no demasiado lejana, porque además asume el fatalismo de los acontecimientos y la desgana ante cualquier esfuerzo que no comporte la mínima energía. Pero no es, no nos engañemos, un hombre vago, parasitario, sino alguien que no encuentra sentido a aspirar a algo más que lo pequeño, austeridad sin envidias, todo lo cual conlleva otra forma de existencia a ras de suelo, de necesidades y aspiraciones. “Sus hombres, los hombres de este río, este hombre que ahora observa las aguas con sus ojos de pez moribundo suspendidos sobre ellas […] son en todo semejantes a él. […] No aman al río exactamente, sino que no pueden vivir sin él. Son tan lentos y constantes como el río. Y, sobre todo, son tan indiferentes… Parecen entender que ellos forman parte de un todo inexorable que marcha animado por cierta fatalidad. Y no se rebelan por nada. Cuando el río destruye sus chozas y sus embarcaciones y hasta a ellos mismos”.

         En este devenir, la muerte es un final esperado y aceptado, un último episodio en la cadena de sucesos, más o menos, ineludibles y, en consecuencia, ni positivos ni negativos. Los mismos sentimientos y emociones resultan anémicos, desvalorizados, ni el amor ni la pasión sexual, ni la amistad o el simple compañerismo muestran más importancia que los días de sol o lluvia, que la suerte de una gran pesca o la suficiencia de lo imprescindible para comer esa noche.

         Verdaderamente hermosas resultan las descripciones del paisaje que podrían parecer reiterativas y, por ello, faltas de interés, pero que atrapan con la fuerza de un espacio poco trabajado literariamente en cuanto realidad, aunque lo sea como símbolo a la manera machadiana, circunstancia que también el autor rioplatense repite al modo de camino entre la vida y la muerte.

         Haroldo Conti es un escritor argentino que publicó en la época en que aparecieron las obras esenciales de Sábato, Mújica Láinez o Cortázar; en esta narración, como se afirma en la contraportada, no se ocupa de territorios paradigmáticos como la selva, la pampa o la gran ciudad, sino del Delta, antes de él inexplorado para las letras. Su vida fue fructífera y su muerte cruel, pues desapareció entre las garras de los militares argentinos, faltos del honor, humanidad y patriotismo que proclamaban y sólo guiados por intereses personales o de clase como se pudo comprobar en la guerra/ asesinato colectivo de las Malvinas y en la represión que aniquiló al país y su gente a mayor vergüenza de sus criminales galones.