Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANA SEDEÑO

Ana Sedeño

La cinta blanca (Das weisse Band) es la última ganadora de la Palma de Oro en Cannes de 2009. Eso ya es una razón para ir a verla. Pero hay más.

Ese blanco turbio a que hace referencia el título de la película se encuentra también en la escenografía, el vestuario de algunos personajes y sobre todo en los exteriores naturales en forma de nieve o niebla. Los excelentes planos generales sobre el campo alemán desértico o semiabandonado, donde sólo se localizan unos árboles o casas al fondo están en la iconografía de buena parte del arte centroeuropeo de principios de siglo y guardan, por su referencia artística, una belleza sobrecogedora.

El cine de este alemán experimenta con la violencia en un proceso deconstructivo muy propio de la reflexión posmoderna, para preguntarse por las causas y las consecuencias de acciones habituales de opresión y humillación, en las que el ser humano pasa por encima de toda esa idea del contrato social de Rousseau. La pianista (2001) supone un buen ejemplo de lo que algunos llaman cine hiriente y Caché (2005) y El tiempo del lobo (2003) proponen situaciones en las que las normas sociales y las bases de la sociedad europea se tambalean. El espectador también queda así “violentado”, pues participa de esa tradición.

La cinta blanca tiene referentes cinematográficos evidentes. En primer lugar, me recordó un poco a Dogville (2003) por esa atmósfera de pesar moral y de perversidad incipiente frente a personajes que confían plenamente en los otros (menores en esta, campesinos y pueblerinos presuntamente inocentes en la de Lars Von Trier). Ambos cineastas del norte de Europa son maestros del mantenimiento de la tensión y la angustia a través de medios exclusivamente cinematográficos.

Por otro lado, estaría esa elección estilística de sobriedad en la puesta en escena y el lenguaje cinematográfico que dejaría en pantalón corto al mismísimo Ozu. En esta película, la vida cotidiana transcurre como un río manso, pero el director introduce pequeños detalles que van sumándose para generar atmósferas sociales irrespirables. Esto tendrá consecuencias y en esta ocasión la película termina a las puertas de la I Guerra Mundial. Ya sabemos todo lo demás…

Este Michael Haneke nos va a matar de un susto. Nunca creí que podría darme miedo la fotografía de una película; parece que no lo hemos visto todo.