Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ SENIZO JIMÉNEZ
ACERCA DE "EL LIBRO DEL VIENTO" DE DIEGO VAYA. ADONAIS. MADRID

José Cenizo Jiménez

         Con El libro del viento, accésit del Premio Adonáis 1997, el poeta Diego Vaya (Sevilla, 1980) se sitúa con todo merecimiento, a nuestro parecer, entre los jóvenes poetas más maduros y esperanzadores de su generación. Ya mostró buenas dotes para el verso y la emoción en Las sombras del agua (Granada, 2005) y en Un canto a ras de tierra (Barcelona, 2006).

         Licenciado en Filología Hispánica y buen lector, en su obra se perciben ecos, vetas intertextuales que van desde la Antigüedad clásica a la contemporaneidad, de Sófocles a César Vallejo, sin olvidar a los grandes poetas elegíacos de la tradición. Le bastan al poeta dos versos perfectos de sencillos y metafísicos para darnos la plenitud de su inspiración y certificar lo que defendíamos antes. Dos versos que explican además la simbología y el tema esencial del libro: “Se lleva el viento aquella inmensa nube. / ¿Qué puede, qué no puede hacer contigo?”.

         El libro del viento, del tiempo, pues; del sucederse de los hombres y la naturaleza, el ciclo constante de la vida y la muerte. Viento, pero también luz y agua, símbolos igualmente presentes y tan cargados de connotaciones. Pero sobre todo viento, tiempo, desencanto: “(…) Que los días me traigan lo que quieran / y que después el viento se lo lleve. / Todo cuanto esperaba ya no importa” (p. 3). No falta, no obstante, algún asomo de “carpe diem”, después de una meditación (p. 32):

Las olas no son nada para el mar,

y al fin desaparecen en la orilla.

¿Qué podemos hacer contra el invierno

si los vientos horadan las montañas?

Libres de incertidumbres y de miedos

vivamos y amémonos

en esta luz tan breve que habitamos.

         Con encantadora sencillez muy trabajada, nos transmite -con efectivos recursos como anáforas, paralelismos, símiles…- los más hondos pensamientos de todo ser humano. Vaya intenta, como todo poeta con mayúsculas, explicarnos con belleza la desazón que nos envuelve,  convencido, como buen filósofo, de que “la edad enseña pocas cosas”, y sabe que hay “muchos días y ninguna respuesta”. Libro clásico, intenso, levantado a pulso, palabra a palabra por un poeta, ya, de peso. Por cierto, en los títulos de sus libros aparecen la tierra, el viento, la el agua… Tal vez el próximo incorpore el elemento que falta, el fuego, la llama, otro símbolo de larga tradición que, de seguro, Vaya ampliará y actualizará con maestría.