Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ GARCÍA PÉREZ

Arcos de la Frontera

        Si alguien lee este artículo, tenga claro que me encuentro en Arcos de la Frontera (Cádiz), pueblo de poetas y lugar donde se fallan, desde hace dieciséis años, los Premios de la Crítica de Andalucía en sus modalidades de Narrativa y Poesía.

 

         Justamente hace esos mismos años se creó la Asociación “Críticos del Sur” en Granada para dar cumplida cuenta que, aunque ha cambiado de nombre, es la encargada de dictaminar qué libros escritos por andaluces, o residentes en Andalucía, son merecedores de dicho Premio. La presidencia, durante un porrón de años, la ostentó el poeta y novelista Antonio Hernández, natural de Arcos, pero residente en Madrid. Al no ser bueno perpetuarse en el “poder”, en la actualidad preside este tumulto de escritores, nuestro buen amigo Morales Lomas, novelista, dramaturgo, poeta, ensayista, crítico literario y, lo que son las cosas, columnista de www.diariolatorre.es, un lujo, vamos.

 

         A pesar de los recortes presupuestarios, esta noche sabatina es noche de alcohol y versos, de chácharas y contubernios, de encuentros anuales y brujerías, sin brujas de por medio. Los hay que no beben, los hay que sí y haylos que nos ponemos ciegos. Todo ello, claro es, después de haber proclamado a los vencedores.

 

         Es noche en que los de la vieja escuela nos la jugamos a cara o cruz, pues como dice Antonio Hernández: “el vino y la mujer son dos venenosos licores incapaces de apagar la sed de ponzoña y sed que devora al poeta. Al de verdad, naturalmente, al que apostó por el demonio. El otro, como se sabe, es el abstemio bobón que en cuanto puede se pasa al bando de los ángeles.”

 

         No siempre es así, querido Antonio, porque ahí tenemos a Pepe Sarria que, aunque no lo prueba, me refiero al alcohol, goza de otros beneficios que a nosotros, al menos a mí, se nos niega.

 

         Salud, pues, para aguantar hasta el límite y si éste, el límite, se desborda, sea para dar cuenta de la amistad, bella palabra que cuando se pone en ejercicio se convierte en un milagro.

 

         Eso, milagro, será esta noche santa y pecadora cuando al filo del último sorbo de un dulzón pampero, vaya, un servidor de ustedes, cantando: “… dejad que yo beba la copa vacía/ a la sombra del amor…”