Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL GARRIDO PALACIOS
A propósito del libro "El motivo es lo de menos" de María Alcantarilla. Colección "Atajarre", de la Asociación de la Huebra.

Manuel Garrido Palacios

Nació el día brumoso en Castañuelo, aldea donde se presentaba el hermoso libro de Juan Canterla. Arropando el acto estaban los poetas Manuel Moya y Rafael Vargas, el Alcalde Manuel Guerra, los pintores José León y Juan Manuel Seisdedos y, en suma, un auditorio de un centenar de vecinos, entre los que había escritores nuevos, como María Alcantarilla, de Santa Olalla del Cala, que traía un ejemplar de su poemario “El motivo es lo de menos”, editado en la Colección Atajarre, de la Asociación de la Huebra, tal como dice su colofón: “en el tiempo de las castañas”.

 

Abierto por la página 47 dice: “Escribir. / Escribir hasta caer rendido, / hasta que el suelo, al fin, se borre / y ya no pueda mirar a ningún sitio / para saber qué camino es menos largo. / Escribir sin sed ni angustia, / sólo porque la forma sea forma, / o el pensamiento palabra / y la palabra, / nada más que eso: / palabra. / Escribir porque he de hacerlo, / porque una boca que habla / y una fe que no se toca / no hace grandes a los hombres / -los manchan de anhelo imberbe-. / Escribir porque soy carne, / porque nadie se me acerca / si no soy yo quien lo llamo, / y nadie jamás entiende / si no es el grito el que pide / -como un eco primitivo / o un hacer que media ingrato-. / Escribir sin más motivos, / sin más espacio que este, / con forma, sin cortapisas... / escribir porque la vida / me escribe si no la nombro”.

 

María Alcantarilla, periodista, que publicó en 2007 una plaquette poética titulada “Qui scribit”, se ha iniciado en el arte audiovisual, en el cuento y ya trabaja en su primera novela, según los datos que ofrece en los previos de la obra, en cuya página 18 trae este poema titulado Etiqueta: “Tu nombre se me antoja extenso y hueco. / Como parido una noche negra, / tan leve o tan obtusa / que nadie atinó a ver que ya llegaste / y, desde entonces, / todos te recuerdan como al cesado de sí. / ¡Ah, ya ves...! / Los nombres nunca sirven para nada: / atontan al nacido, / lo reducen; / lo sientan siempre a expensas / de una exclamación como cualquier otra, / sin cualidad ni atributo, / sin tono peculiar por los caudales de afines. / Hermanado, porque sí, al arbitrio de la causa. / Un nombre, nada más. / Una forma de arreglarlo, / ¿Por qué no? / un estilo centenario, / formalista. / Una manera, agotada, / de engendrar y poner sellos. / Un castigo, sin igual, / para izar habituales y prescindir / de lo propio”.

 

Manuel Moya anota en la solapa que estamos ante un “primer libro de versos. En él, la joven poeta nos descubre una escritura nada complaciente, muy ligada a una rebeldía que no se impone sólo en lo moral y, por supuesto, a un evidente compromiso consigo misma. Un libro lúcido, maduro, verdadero, que muerde el corazón y astilla la cabeza, en el que a veces las preguntas insinuadas tienen mucho mayor peso que las respuestas”.

 

Digo que nació el día brumoso en la aldea de Castañuelo, quiso abrir a media mañana y se sumergió en la niebla densa al reunirnos a celebrar el acto en las tabernas de Leoncio y de José, de escuchar al bardo del lugar al que Vargas pondrá en orden los versos que ahora sólo son parte de su memoria, de recordar las artesanías de la madera y, en fin, de todo eso que brota alrededor del vaso y de la tapa. Y, como parte de la secuencia, me apetecía abrir el libro de María Alcantarilla para leerlo en voz baja: “Me dicen que camine, / que comulgue, / que nunca sienta pena / que por qué ando tan triste / que por qué escribo de sombras / que si me siento cansado / que si con tantas ojeras / descanso como es debido / que si escribo porque quiero / o / -sin embargo-, / escribo porque es la moda / que si estando tan delgado / me alimento como el resto / que si, después de los años, / aprendía a tener paciencia. / Que si escucho y no me opongo / que si sostengo, sin ganas, / los fardos de cada día / que si rezo los responsos / que me enseñaron de chico / que si acierto en las acciones / o, al contrario, / me niego como esos otros / que si cumplo con la vida / o me conformo con verla... / Me dicen tantas cosas / que ya no sé si es que dicen / o es que me digo a mí mismo / aunque, pensando tranquilo, / este nunca se cuestiona / Imprecisiones tan necias / o evidencias tan cobardes / nacidas siempre de embustes“.

 

La aldea se pobló de sensaciones, de latidos, aunque, para sentir, como dice María, el motivo sea lo de menos.