Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL QUIROGA CLÉRIGO
"La guerra del gabacho. 1808-1814" de Fcº Núñez Roldán. Ediciones B. Madrid, 2008. "Dos de mayo de 1808" de José Luis Olaizola. Ediciones B, Madrid, 2008. "Guerrileros" de Rafael Abella y Javier Nart. Ediciones B. Madrid, 2007 "Día de cólera" de Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara, Madrid, 2007. "El sueño de la nación indomable" de Ricardo García Cárcel. Temas de hoy, Madrid, 2007.

Manuel Quiroga Clérigo

                  

 

 

Gracias a la recomendación de Andrés Laína de Ediciones B. puedo decir que he leído uno de los libros que aportan más datos sobre la, después, llamada Guerra de la Independencia, que no fue precisamente eso sino, más bien, un levantamiento popular apoyado por los ingleses, no tanto para defender a España y Portugal como para enfrentarse a Napoleón Bonaparte, su secular enemigo. Fue precisamente Wellington general victorioso en la campaña ibérica quien, al fin, acabó venciendo en 1815 en Waterloo. Se trata de “La guerra del gabacho, 1808.1814” (Ediciones B. Madrid, 2008), cuyo autor, Francisco Núñez Roldán (Madrid 1949), es Catedrático de Lengua Inglesa, ha llevado a cabo interesantes traducciones de poesía renacentista inglesa y de poemas angloamericanos de la Guerra Civil de España. Para quienes tengan prisa o no sean amantes de la lectura podría recomendárseles, al menos, que fueran a la página 279, donde, en su conclusión, el autor dice: “Se calcula que la guerra de la Independencia costó a España más de tres cuartos de millón de vidas, la mitad de ellas civiles”. Si atendemos al título del libro de Gironella sobre el infame levantamiento franquista, la guerra y postguerra posteriores se elevarían a un millón de muertos, pero eso no es cierto. Los historiadores militares han cifrado los fallecidos en no más de ciento ochenta mil, pero sí es cierto que los damnificados alcanzarían cifras impresionantes, pues hemos hablar de un país entero, millones y millones de personas, bajo la bota de militares sin  escrúpulos que convirtieron España en una especie de campo de ejercicio de tiro, que veían rojos o republicanos detrás de cada piedra, que llenaron las cárceles de miles de personas, muchas apolíticas e inocentes. El caso de la invasión francesa parece que es más real.. Núñez Roldán habla de los muertos españoles, pero no se dan cifras de los caídos portugueses, ingleses y franceses. De lo últimos la cifra es muy elevada, incluyendo oficiales y algunos generales  Por ejemplo, relata Núñez, que “el exfraile Francisco Rovira toma la fortaleza de Figueras con 2.000 guerrilleros, una plaza clave que controla el camino a Francia. Para reconquistarla los franceses tendrán que organizar un colosal asedio. Al final Macdonald consigue rendirla y su guarnición queda prisionera().Entre enfermos, heridos y muertos, los franceses han tenido unas 4000 bajas”, y así sucesivamente.  En la defensa de Gerona por Álvarez de Castro-escribe Núñez- “Unos 20.000 españoles, la mayoría civiles, han muerto. Alrededor de 14.000 franceses, también”.Pero además, lo que no se ha dicho o se dice poco, es que la invasión napoleónica se convirtió en una verdadera guerra europea, no porque participaran más que 4 naciones, sino por la nacionalidad de los combatientes, pues el vil Emperador había enviado entre sus tropas a los célebres mamelucos (milicia privilegiada de Egipto), a napolitanos, sicilianos, bereberes, holandeses, polacos, etc. en lo que, en principio, creyó un paseo por la Península Ibérica. Volvemos a la conclusión de Núñez: “España quedará tras el conflicto como una nación desgarrada, empobrecida, sembrada de tumbas anónimas, de ruinas, con feroces enfrentamientos políticos entre los españoles que irán incrementándose, cual heridas cerradas en falso que al abrirse empeoran. Heridas que en este aso se llamarán golpes de Estado y guerras civiles, como lo fueron tantos golpes y pronunciamientos de toda laya durante casi dos siglos, y como lo fueron las tres guerras carlistas, el amago de 1934 y la peor y última- por ahora-, la de 1936.1939”. Efectivamente. La grandeur del gran corso no trajo más tragedias. Todo fue producto de una paranoia criminal que, en definitiva, no perseguía más que la unificación europea bajo su trono imperial, de ahí el sojuzgamiento de Austria, la invasión de Rusia, las manipulaciones en la Península Italiana con la ayuda del Papado, o sea algo parecido a lo que intentó otro criminal llamado Hitler. Pero Europa se unificó de maneras menos traumáticas, sin necesidad de tantos millones de muertos, de los que son responsables los grandes estadistas, pues la guerra sólo existe en beneficio de los poderosos. “Desde luego. Prosigue Núñez- la guerra de España ha sido un error de Napoleón, tan grande como la campaña de Rusia. Lo reconoce claramente en sus memorias. El emperador revolucionario-significativa contradicción- ha estado casi siempre dirigiéndola desde lejos, sin entenderla en ninguno de sus aspectos, ha despreciado los sentimientos de un pueblo, por erróneos que pudieran ser, y ha olvidado la máxima elemental de que conquistar un territorio físico no supone su sometimiento”. Esas bases son las que ningún político, anterior a posterior a Bonaparte, ha sabido llevar a cabo. Los Bush creyeron más oportuno invadir Kuwait, destruir Irak, causar miles y miles de muertos para lograr derrocar a un dictador. Hitler supuso que la eliminación de toda una raza y la conquista de la inmensa Rusia eran la solución para que los arios impusieran sus criterios. Hiro-Hito, aún glorificado por sus súbditos, ordenó la ocupaciones de Manchuria y de las Filipinas, justificadas por las necesidades de expansión de su país. Para ello los japoneses destruyeron cientos de ciudades,  causaron la muerte a miles y miel de personas. Y para arreglarlo llegó –no Fidel, que también y en otro sentido- el señor Truman y lanzó las dos bombas que causaron casi tanta destrucción como luego hicieron sus sucesores en Corea y Vietnam, en guerras, además, perdidas. Ese es el mundo civilizado que nos ha precedido. Seguimos con España: tras la guerra Fernando VII, el indeseable, envía a su papá, el inútil Carlos IV relojero de afición, a vivir de las rentas de su inutilidad y vegetar en Roma y él, ya rey constitucional, se dedica a derogar cuantas constituciones se le pongan por delante. Al fin muere y deja el problema de la Ley Sálica, con su hija Isabel declarada reina a los tres años de edad, bajo la regencia de su madre Mª Cristina de Borbón, señora poco de fiar a quien no hay que confundir con Mª Cristina de Habsburgo-Lorena regente a la muerte de Alfonso XII que deja un hijo póstumo y heredero del trono. Tan poco de fiar era que jugaba con los partidos políticos, hacía negocios con temas de estado y bajo su égida tuvo lugar la primera guerra carlista. Los carlistas tampoco han traído muchos beneficios a España, pues basándose en la legalidad de la Ley Sálica intentan recuperar el trono de Fernando VII y lo hacen con el apoyo de la Iglesia pero con un gran desprecio a los ciudadanos, como si su idea de estado únicamente estuviera en ese trono escasamente ejemplar. Pero todo esto sería motivo de otro comentario. Ricardo de la Cierva publicó en Editorial Planeta un interesante libro, “Alumna de la libertad”, que da una imagen bastante exacta de Isabel II. Mª Cristina de Habsburgo-Lorena sí ejerció la Regencia con dignidad y una conducta intachable, lo que le valió incluso reconocimientos en países como Cuba donde, en Baracoa, se la recuerda con respeto.

 

   “La guerra del gabacho. 1808.-1814”, además de los “Episodios Nacionales” de Benito Pérez-Galdós, que el propio Núñez Roldán, aprecia como se merecen, puede considerarse un interesante documento en torno a este periodo, con detalle sobre las más importantes batallas, referencias personales a los principales personales y constantes referencias a los vaivenes del conflicto, el desarrollo de la contienda y las consecuencias de la misma. Deja en un buen lugar a Wellington , por su sagacidad y capacidad para ostentar el mundo, bien recompensada por cierto por España con el otorgamiento de una importante posesión en Andalucía que mantienen sus herederos, cita la cantidad de generales y oficiales franceses que aparecieron por los campos y ciudades de España y Portugal, siempre con el deseo de prosperar gracias a los hechos de armas y conseguir honores y títulos. Así tenemos que desde el momento en que es entronizado José I como Rey de España y Murat deja nuestra geografía, siendo recompensado con el Reino de Nápoles que deja José  vacante, tenemos a decenas de generales a quienes el Emperador va otorgando títulos, como el de Duque de la Albufera al General Suchet o Conde de Dalmacia a Soult, de lugares que ha ido conquistando y que ni siquiera llegan a conocer algunos de sus titulares, y otros como Masséna, Ney, Jourdan, Victor, Lamartiniérem Heudelet, Clausel que “fue herido en los Arapiles”, que mueven a sus tropas con decisión y arrojo, como si realmente estuvieran defendiendo un suelo propio, el mismo que defienden los británicos Moore, Picto, Hill y el propio Wellington. Hay suculentas referencias a la actuación de los guerrilleros más importantes de la contienda, como el Empecinado, el fanático Cura Merino, párroco de Villoviado,, El Charro, Polarea “El Médico”, los Cuevillas padre e hijo, José Gorriz, para quienes los franceses organizan contraguerrillas “aparte de la labor de control y represión de las mismas por la Guardia Cívica, fundada por José I” y antecedente de la Guardia Civil del Duque de Ahumada; la participación de mujeres como Manuela Malsañana, Clara del Rey, Agustina de Aragón, Casta Álvarez, Susana Claret, Catalina López; la actuación de caudillos como Zumalacárregui, militares decididos como Díaz Porlier, Palafox defendiendo Zaragoza, Ballesteros, La Romana  o Santocildes. Quedan siempre anécdotas y datos para la historia, como la poca simpatía entre Castaños y Wellington, los problemas de los reunidos en Cádiz para conseguir una Constitución, la llegada de Napoleón para dirigir la guerra, la actuación de José I que,  al parecer,  no era ni borracho ni tonto o, después ya, el saludo de dos grandes enemigos, Junot y el propio Wellington en Inglaterra cuando ambas naciones ya eran amigas o las actuaciones en otros frentes, como el ruso,  de quienes habían salido de España escaldados. En definitiva, estamos ante una obra grandiosa que, repetimos, junto a los “Episodios Nacionales” de Galdós es una crónica bastante exacta de la llamada Guerra de la Independencia. 8

 

    José Luis Olaizola ( San Sebastián 1927)  ha publicado cincuenta libros. En su haber se cuentan títulos como “Planicio” Premio Ateneo de Sevilla 1976 y “Lolo”, finalista en el mismo certámen, “Cucho” fue Premio El Barco de Vapor en 1986 y, “La guerra del General Escobar” ganó el Planeta en 1.983, historia de un militar fiel a sus convicciones en tiempos difíciles.. “El cazador urbano”, de 1986” tuvo el Prix Littéraire de Bourrau, Burdeos. Otras obras notables son: “Viaje al fondo de la esperanza”, escrito en colaboración con el Doctor Vallejo-Nágera y publicado en 1991, libro del que se vendieron más de 300.000 ejemplares, así como “Diario de un cura urbano”,”Juana La Loca”, “Camino de Etiopía”y  “Francisco Pizarro. Crónica de una locura” de 1998.  “Un escritor en busca de Dios” de 1991 es un título notorio y, también, Olaizola ha escrito sobre El Cid Campeador, Juan XXIII, Juan Sebastián Elcano, Teresa de Jesús, Hernán Cortés, etc. siendo toda su obra un compendio de indagación e investigación literaria y biográfica. En la presentación de su “Dos de Mayo de 1808”, que tuvo lugar precisamente en la histórica Plaza del Dos de Mayo madrileña en la Taberna Pepe Botella. el Eurodiputado y exministro Jaime Mayor Oreja a la pregunta de sí fue importante la lucha de los españoles contra los invasores franceses para que naciera,  en la España moderna, el concepto de nación el político explicó dijo que “todo depende del concepto de nación. La nación no es sólo un territorio, sino un patrimonio de valores compartidos, de convicciones, de principios. Y son compartidos, de una manera consciente o inconsciente por un conjunto de personas. El producirse lo que significó la reacción del pueblo unitariamente, y su continuidad, fue posible porque ya existía la nación. Existían unos valores que compartían pero que, tal vez, se hicieron patentes por la crueldad de los otros. Tenemos cerca un ejemplo, una comparación en lo que vivimos en el año 1997. Es la crueldad de una organización terrorista que permite aflorar en todos lo mejor de nuestros sentimientos. Y nos damos cuenta de que eso lo compartimos, nos movilizamos en las calles en las plazas de España. Así que igual que en 1997 se trataba de la crueldad de una organización, el detonante en 1808 es la crueldad de un general francés. Pero eso no despertó a la nación, no es que en ese momento se creara la nación española: la nación ya existía, los valores ya se compartía, la crueldad estaba siendo rechazada por el pueblo español. Lo que sucede es que esa larga gestación se había iniciado siglos antes, la nación española no nace ahí. Ahí se confirma. Sí hay que decir que los españoles conocemos mal nuestra Historia, y también que el político en general es el reflejo de la sociedad en que se vive”. Comentó también que un político francés sabe mal de la Historia de Francia que uno español de la de España, aunque no se trate de “decir que los políticos españoles seamos ignorantes e incultos”.  En su novela Olaizola habla de Jacinto Díaz, un joven nacido igual que Godoy en Castuera (Badajoz) que, al enamorarse de una joven de su pueblo, es enviado a Madrid donde será testigo de los sucesos que tienen lugar en la capital cuando el pueblo se levanta contra la crueldad del general Murat y las tropas francesas que habían invadido el país.

 

       Con el subtítulo de “El pueblo español en armas contra Napoleón (1808.1814)”, en “Guerrilleros”, Rafael Abella y Javier Nart nos dejan la imagen de miles de españoles de toda condición que se enfrentaron al Ejército francés en una defensa, no desmesurada, de la patria que veían atropellada, con sus reyes presos en Bayona y con un ejército sumido en el caos de la falta de disciplina y autoridad. Esos españoles, mal armados y carentes de uniformes y a veces de dirección, abandonaron sus quehaceres y dejaron a sus familias para integrarse en grupos heterogéneos que castigaron a los soldados franceses, invencibles hasta entonces en toda Europa, frenaron su avance por la Península y consiguieron expulsarles de España con gran disgusto para un Napoleón cuyos aires de grandeza verían después tremendas derrotas hasta su ocaso final de Waterloo. Así es como Rafael Abella (Barcelona 1947), autor de interesantes obras sobre nuestra historia como “La vida cotidiana durante la Guerra Civil” o “La vida cotidiana durante el régimen de Franco”, y Javier Nart (Laredo, 1947, Abogado y corresponsal de guerra que ha escrito diversos libros de viajes. “¡Sálvese quien pueda¡”, etc,  nos ofrecen un muy interesante libro que, además, quiere ser un homenaje a los guerrilleros que representar el despertar de un pueblo ante la invasión, guerrilleros generalmente desconocidos aunque al final insertan una lista de los hombres y mujeres de quienes menos o nada se ha hablado. Son las personas que tomando conciencia de su ciudadanía y de dignidad, frente a la indignidad de los hacendados y los abúlicos Borbones,  quienes se alzan en armas cuando las clases más elevadas veían incluso con cierta complacencia la llegada de los uniformados galos, como en Manzanares donde incluso se les facilitaba sustento y alojamiento en su necesario descanso para proseguir la labor de conquista y muerte por España.  La semblanza de esos hombres gloriosos, como Espoz y Mina, Merino, El Empecinado, muchos de los cuales incluso murieron en esa defensa desigual o fueron objeto de traición por el propio pueblo a quien trataban de proteger.

        

 

     Como no podía ser menos, igual que Esperanza Aguirre patrocinó de forma espléndida el film de José Luis Garci “Sangre de mayo” basado en varios episodios de Galdós y con excelentes interpretaciones como la de Paula Echevarría y otras mediocres, Arturo Pérez-Reverte contribuye al recuerdo de la horrible guerra que nos endosó en corso bajito con una novela espléndida, “Un día de cólera” que no es más que una personalización de hechos sangrientos ya apuntados o narrados con el tercer episodio galdosiano “El 19 de marzo y el 2 de mayo”, casi los mismos utilizados por Garci para el guión de su película. Ciertamente estamos ante una prosa depurada, a veces de gran lirismo, otras llena de datos y aspectos que resaltan la existencia de unas psicologías implicadas en la tragedia de la guerra, pero siempre con un gran coro que son esos hombres y mujeres que en una sola jornada, la del 2 de mayo de 2008, se ven envueltos en unos sucesos dramáticos. Se trata de individuos que de pronto han de interrumpir sus quehaceres cotidianos para enfrentarse a la violencia de unos uniformados que pretenden ocupar sus casas, modificar su forma de vida y reducirles a súbditos de una monarquía extranjera. Son por ello una multitud de héroes anónimos, de cobardes envilecidos, de víctimas desgarradas y de verdugos innecesarios los que van ocupando las páginas de un libro hecho con presteza y en estilo clara y ameno. Todo ello nos deja una especie de memoria colectiva, que es escrita con sufrimiento y con sangre por quienes forman parte, involuntaria, de unos sucesos históricamente desgraciados pero que, con datos rigurosos cercanos a la propia historia pero sin renegar de la sorpresiva imaginación del novelista, tratan de mantener el recuerdo vivo de quienes, generalmente de forma anónima son más que defensores de una ciudad, salvadores de una nación. Por encima de ellos destacan las figuras viles, o envilecidas por el ansia de gloria, como Joachim Murat, el Comandante Montholon, el General GRouchy, el Coronel Daumesnil o el capitán Marbot frente a defensores de la capital como Luis Daoíz que grita “¡Viva el rey don Fernando Séptimo!, ¡Viva la libertad de España!” y Pedro Velarde o los tenientes Jacinto Ruiz o Rafael de Arango,  el coronel Giradles, comandante del regimiento de infantería de Voluntarios del Estado  o Navarro Falcón, director de la Junta de artillería y superior de Daoiz y Velarde, a quienes los atacantes tratan con la arrogancia de sus vistosos uniformes y el poder de sus brillantes armas. Ante ellos se encuentran personajes como Gonzalo O´Farril que, escribe Pérez-Reverte-“se lleva de maravilla con los franceses- por eso es ministro de la Guerra, con la que está cayendo-, extremo que la Historia confirmará con su actuación en el día que hoy comienza y con sus posteriores servicios al rey José Bonaparte”, ese Conde Selvático observador de un día donde parece que no va a ocurrir nada. Lo que ocurre, sin embargo, es que Murat está tratando de llevarse al resto de la familia de los Reyes de España que con el heredero y futuro Fernando VII ya están en Francia, bien acomodados por supuesto. Todo  son rumores mientras el alférez de fragata Esquivel está de guardia con un pelotón en la Puerta del Sol y el teniente general José de Sexti, encargado de mantener el orden cree que nada va a ocurrir, y cuando al final ocurre se quita del medio para evitarse males mayores a sí mismo no a los ciudadanos. Así que Pérez-Reverte, en lo que podía ser un guión tal vez mejor aprovechado que el de “Sangre de mayo” es decir con menor uniformes vistosos y briosos caballos y más españoles defendiendo Madrid, ofrece un buen testimonio, en forma de relato donde la acción y la valentía van a ser el principal ingrediente. La lucha, siempre desigual, muestra por ejemplo como una joven Manuela Malasaña se desangra a los ojos de su propio padre o como el cuartel de Monteleón arde con sus defensores dentro, El de 3 de mayo, después de tanta atrocidad Rafael de Arango dice a su hermano: “Ayer en el parque hubo momentos extraños. Me sentía rato, ¿sabes?... Ajeno a cuanto nos fuese aquella gene y aquellos cañones con los que nos esforzábamos tanto.. Era singular verlos a todos, las mujeres, los vecinos, los muchachos, pelear como lo hicieron, sin municiones competentes, sin foso y sin defensas, a pecho descubierto, y a los franceses tres veces rechazados y hasta en una ocasión prisioneros… Que eran diez veces más que nosotros, y no pensaron en fugarse cuando les tiramos el cañonazo, porque estaban mas atónitos que vencidos….”. “…Por un momento parecíamos una nación… Una nación orgullosa e indomable”.

 

   Precisamente, “El sueño de la nación indomable” es el título de un libro magistral del catedrático de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Barcelona Ricardo García Cárcel. Subtitulado “Los mitos de la guerra de la Independencia” analiza los hechos que tuvieron lugar frente a los franceses desde el famoso lunes 2 de mayo de 1808 hasta conocer el legado que la Constitución de Cádiz otorga a un pueblo con ansias de libertad y orden.