Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANTONIO J. QUESADA

Antonio J. Quesada

Los que no somos científicos, sabios o entendidos en algo (en nada, añadiría para hablar con propiedad) podemos tomarnos la licencia de plantear las cuestiones como si fuésemos niños de diez años (o de menos). Vaya eso por delante. Estás a tiempo todavía, amable lector, de seguir leyéndome, después de esta inicial aseveración, pues esto no ha hecho más que comenzar: eres libre de seguir buceando en estas modestas líneas sobre literatura o de aprovechar tu tiempo por algún otro rincón del ciber-espacio, por ejemplo, buscando fotos de Shakira, descargándote películas o música de Internet (algo que no sintoniza ni con la ley vigente ni con los planteamientos sempiternos de Ramoncín) o jugando al tetris.

Si sigues todavía aquí, amable lector, sólo me queda agradecerte la confianza que depositas en mí y confiar en no defraudarla. No pretendo grandes cosas con este escrito, debes saberlo: a lo mejor, simplemente, pensar con los dedos, que es como otro modo de pensar. Es razonar pero, para ello, escribir, aunque no sé si es bueno tener el gatillo tan ligero. Vamos al grano, en cualquier caso. No hace mucho acabó en mis manos “En el corazón del corazón del país”, de William Gass, autor al que ni conocía (sí, amable lector, tengo algunas lagunas tan impresionantes que floto en ellas como si de un Mar Muerto literario se tratara). El libro no cayó del cielo, como solían hacer las maldiciones bíblicas. No. Lo depositó en mis manos una mano nada inocente: la siempre inteligente mano izquierda de José Luis Amores, buen amigo, lector poliédrico y auténtico sabio de la cosa literaria. Sabedor de que intento emborronar papeles con algo así como poemas, relatos y no sé qué cosas más, supo encontrar un banderín de enganche inigualable para convencerme y animarme a la lectura de Gass: alguien que emborrona textos debe conocer los escritos de Gass. Dicho y hecho. La experiencia fue positiva y, por eso, me animo a contar mis sensaciones con la lectura. Sensaciones discutibles, a lo mejor erróneas, fruto de mi imaginario personal (a lo mejor no existen libros, sino que los que existen son los lectores...), pero que considero sinceras y, por ello, las escribo aquí. Adelanto que todavía no estoy en edad de embaucar: podré estar equivocado, pero todavía no soy malvado.

“En el corazón del corazón del país” (1958) está compuesto por cinco relatos: “El chico de Pedersen”, “La señora Ruin”, “Carámbanos”, “Del orden de los insectos” y el que da título al libro, “En el corazón del corazón del país”. Si uno lee la solapa del libro espera ciertos experimentos formales y una temática claramente norteamericana. La duda parece legítima: ¿merecerá la pena, con todo lo que ha llovido, dedicarle tiempo a Gass, hoy? ¿Aquí y ahora, Gass? ¿Seguro? ¿No llevamos ya mucha mili yanqui a la espalda para estar con esto ahora: mucho Dos Passos, mucho Capote, mucho Faulkner, mucho Twain, mucho Scott Fitzgerald, mucho Kerouac, mucho Miller, mucho Poe, mucho Williams, mucho Wolffe, mucho Hemingway, incluso, etc.? ¿Aportará algo? ¿Es necesario leer a William Glass, a estas alturas del partido, después de haber metabolizado a tantos, de antes y de después?

Sí, es necesario, existe un valor añadido interesante en sus trabajos. La lectura es provechosa como fin, pero también como medio. Como fin proporciona placer estético al lector, esa especie de lector-macho del que hablara Cortázar, en terminología que nunca me convenció. Los temas que aparecen o sugieren son los típicos del imaginario norteamericano, ya se pueden imaginar: nieve en el Medio Oeste norteamericano, el “corazón del país”, individualismo y, a lo mejor, darwinismo social más o menos travestido, vecinos cotillas y con tiempo para husmear, pollo de Kentucky, rifles y a(r)mas de casa más o menos aburridas, animales de compañía o casi, relaciones personales, amorosos asientos de atrás del coche y cosas así. Norteamérica me hizo así. Norteamérica se hizo así: es, posiblemente, la soportable levedad del ser norteamericano. Todo eso que tenemos tan archiconocido, no se puede negar, pero escrito algo antes o de modo diferente, lo que tiene su mérito. Otros vendrán luego y nos calentarán la cabeza con todo eso y más, pero Gass será quien dé la vez a algunos. Hay que valorarlo.

Además, no sólo es destacable lo que cuenta (juega con el imaginario propio), sino cómo lo cuenta. La forma es digna de ser destacada, pues para mí es lo más sugerente: los exitosos experimentos de Gass en sus relatos deben ser destacados, pues otros vendrán colgándose medallas que no siempre están limpias de óxido. Uno piensa sobre algunos temas y, a toro pasado, retroactivamente, se da cuenta de que tal o cual andamio ya estaba por aquí. Mamma mia! Creíamos estar descubriendo la tortilla de patatas y resulta que ya la cocinaban desde hace años. Como sucede con casi todo en la vida… Si en lo que toca a los temas el mérito de Gass es sistematizar algo de aquello sobre lo que otros volverán con los años (algunos lo trataron también antes), pues es parte del imaginario colectivo, en lo que toca a la forma, Gass es aire fresco que no puede dejarse pasar. No podemos no leerle. Su experimentalismo sirve para parir textos que no sólo ofrece temas muy norteamericanos, sino que se nos cuenta todo de un modo muy especial.

En este sentido, cada relato tiene sus virtudes particulares, claro está: así, “El chico de Pedersen”, con ciertos ecos de Poe, tras congelar a un niño nos congela el alma entre la nieve, la ventisca y las disquisiciones de una familia media norteamericana de la región, con problemas de alcohol incluidos. Uno imagina al padre de familia con la camisa de cuadros, saliendo con la botella de alcohol al exterior de la casa, donde le espera un coche todoterreno y, en su caso, un sombrero vaquero colgado de un clavo. El rifle lo tendrá dentro, pero siempre a mano, y no quiere líos con gente semi-congelada o fresca. Problemas de la vida: cómo una familia puede intentar escurrir el bulto, después de verse enfangada en un problema humano, y es que el alma se termina planteando problemas universales.

“La señora Ruin” o el tiempo y ánimo para seguir la vida de las demás personas, intentando mantener intacta la propia (puede que esto no sea posible…). “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”, que le hubiesen contestado a Juan de Mairena. Al menos, en las rúas yanquis, todo sea dicho. En Estados Unidos también existe una Norteamérica profunda, como en todos sitios, sólo que aquí esa tierra profunda lleva camisa de cuadros, rifle, chicle y vigila la normalidad de sus vecinos desde detrás de los visillos (entre visillos, que escribiera alguna gran escritora española). Siento repetir lo de la camisa de cuadros y el rifle, pero no soy yo el insistente, sino la realidad. No maten al mensajero (o, al menos, no le agredan por motivos ajenos a su voluntad). Soy un simple Notario aséptico. ¿No será la realidad la que nos aburre?

“Carámbanos” incide en esa tierra profunda, atrincherada entre sus cuatro paredes, en una sociedad que a lo mejor se cae, pero que es la nuestra, y posiblemente nos hundamos con ella (no se sabe si arrastrando a todo el vecindario). La camisa de cuadros la dejaremos ahora tendida en los cordeles, para que no me critiquen por incidir siempre en lo mismo. Posiblemente sea lo único que el vendedor de casas deja fuera de sus cuatro paredes: la pérdida de identidad entre la nieve provoca que sea mejor atrincherarse entre los propios carámbanos, pues aunque no deje de ser una celda, es nuestra celda protectora.

“Del orden de los insectos” me resultó, como lector, el más delicioso y poético de los relatos. Va más allá: esa cosa cuasi-insulsa que llamamos existencia y que se caracteriza por la levedad de su ser, no sabemos si soportable o insoportable, puede llevarnos a la necesidad de construir paraísos artificiales, en este caso cargados de animalitos y de clasificaciones (como pudo haberse cargado de otras cosillas). En el cuento, la belleza del animal nos obnubila. ¿Será que necesitamos obsesionarnos con algo? ¿Será que nuestra vida a veces está demasiado vacía de contenido? Mírense el ombligo, por si acaso. En cualquier caso, obsesionarse con la belleza me parece una de las mejores obsesiones.

Por último, “En el corazón del corazón del país” es un bello homenaje al amor, a un amor que, como todas las más bellas pasiones, no puede terminar bien. La lluvia de ideas que nos lanza el autor hace que un tema tan antiguo como el mundo, el amor, suene a novedoso. A lo mejor la buena literatura debe ser algo así: lograr que lo de siempre suene como novedoso. Habrá que pensarlo.

En fin, amigos, no les caliento la cabeza más con estas brillantes historias de personas grises. También los seres grises somos hijos de Dios, y Gass así lo reconoce. Si siempre me gustó el agua con gas, ahora también quiero disfrutar de Norteamérica “con Gass”.