Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL GARRIDO PALACIOS

Manuel Garrido Palacios

 

 

 “Le dijeron: Párate, / ¿dónde quieres que te tiremos? / Y el hombre dijo: ¡Al alma!”.

 

Septiembre es el mes en el que ha florecido la memoria de Odón Betanzos Palacios: “Me respiro en ansias de buscarme, / de dar en luz las oscuridades y desiertos. / Florezco con mi palabra, / articulación trabajada, siglos de empeños”. Septiembre ha sido la primavera otoñal, un tiempo lírico en el que el poeta ha protagonizado los actos promovidos por Amalia Miguez en honor del hombre que fue su compañero, su esposo, su amigo: “Cuaja la palabra, / multiplica mi verbo de esencias. / Abre y abre, corazón del humano / lo que llevas latiendo. / Ojos que quieren en miradas / palabras estremecidas / entre el corazón y el almendro”.

 

El programa nos ha dado una velada flamenca para celebrar su nacimiento en Rociana: “Mi pueblo me hizo a su medida / me hizo de viña y cante / de filosofía tierna y ancha. / Esencias que se dicen, / formas de decirse, lengua nueva. / Tenéis que oír al hombre, / tenéis que verlo, / porque sin verlo la muerte queda en nada, / porque sin oírlo la tierra  enmudece”. Una  brillante conferencia de su biógrafo, José María Padilla, sobre La nueva civilización propugnada por Odón Betanzos: “He estado siempre con el alma que levanta vuelo, / con el rezo que me nombra, / con la voz sedienta de bienes / y de palabras buscadoras de armonía”. Una lectura de su obra en escuelas coincidiendo con el aniversario de su muerte: “Descubro que la palabra que se dice es sólo voz en la distancia”, y ante su monumento por las voces nuevas del pueblo: “Dejarlo pasar, dejarlo; oscuridad de los tiempos, / hombre enterizo. / ¡Ay! aire de los campos, / tenue resplandor de la alborada, / limpio corazón que me está viendo”. Y una presentación en la Biblioteca Pública de Huelva de los libros Luisillo y Chispa en versión infantil: “Me dejo ir por mis sentires, / me desahogo en mí mismo, / abrigo el alma que se me quema / y la palabra que me dibuja como soy”.

 

Para Odón Betanzos, ser escritor era como estar picado de tarántula y el herido no tuviera más solución que seguir moviéndose al ritmo de sus versos, sin más salida que la de entregarse por entero a la palabra escrita: “Lo primero es haber nacido para ello. La preparación es complementaria. Si se nace y se forma, se está completo para usar la palabra como herramienta. Se conoce a una persona por sus gestos; al escritor, por su verbo, que en él ha de ser esencia para que su obra se vista de verdad”. La palabra fue su herramienta como poeta, su trabajo como Director de una de las 22 Academias de la Lengua Española y su disciplina en las aulas de la Universidad de la ciudad de Nueva York. Sabía que a la palabra no había que temerle, sino respetarla porque guardaba en su seno flecos del alma y estos, a su vez, eran sostén del sentimiento y de la bondad: “Voy con mí mismo, / en las palabras que tengo. / Rezuma amplitudes la palabra que recubre la idea que florece. / Miré, redondeé la mirada / me detuve en la figura, / sonsaqué el sonido, / rebauticé la palabra”.

 

Odón amó la palabra justa, la buscó, la tuvo, fue suya y nos la dio hecha poesía; se talló en la fragua de las palabras, en su plenitud, en el alma de las enconadas palabras que no admiten citas, ni razones, casi ni verbo; de las palabras desnudas que son sólo lamento; que se ajustan mal a las sabidurías al uso para raspar la densa costra que cubre o descubre los hechos. Palabras rancias de renglón vacío, de corazón lleno. Palabras de eco eterno apuntado en sus versos: “Yo vi la frente morirse, al eco dilatarse. / Más fuerte que mi nostalgia. / ¡Qué vacío en mí se haría! / Todo quedó pequeño. / Yo vendría, / pero la noche tiene pespuntes de tragedia. / Entre el cielo y la hondura, / cuando el llanto de la tierra tomó forma de mancha; / cuando todo tomó rango de dolor eterno: / Este dolor cósmico que me vive, este dolor. / Esta agonía latiendo, este sentir y este infinito. / Esta apreciación del universo entero”.

 

Cierto. Vio la luz bendita en Rociana, que era para él “otra madre de otra manera. Vivir sin ella sería imposible. Aquí soy completo”, pueblo al que lo trajeron desde Nueva York para enterrarlo; una Rociana que sentimos nuestra cuantos queríamos al hombre bueno, porque, más allá de todos los todos, eso fue Odón, un hombre bueno, que no es poco mérito.