Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL GARRIDO PALACIOS

Manuel Garrido Palacios

 

A Juan Villa lo vi una tarde en una librería buscando algo de Villalón, no Cristóbal, el de El Escolástico o El Crótalon, sino de Fernando, nacido tres siglos más tarde: el de La Toriada o Andalucía la baja. De todas formas, ambos parecen –o lo son– antepasados suyos en aumentativo: Villa, Villalón. Después coincidimos en el jurado de un Festival de Cine en el que teníamos que premiar “una película con valores positivos sobre el medio ambiente”. Toma ya. Más adelante –me remito a la época medieval- lo encontré en Doñana buscando eslabones sueltos de viejas culturas y de una historia que le rondaba desde siempre. Por último, nos hemos visto como miembros de otro jurado, esta vez, literario y todo eso. Podría decirse que no es Juan Villa el pícaro de Quevedo, pero sí el buscador, el buscón, a su modo, de huellas de un pasado del que se le enredaron flecos en la memoria, y añadir, que con hallazgos dignos de mentarse. Por ejemplo, procurando documentos para un estudio de derecho comparado en la Europa de los siglos XVI y XVII en la Biblioteca Colombina de la Catedral de Sevilla, topa con un curioso libro de asientos con una nota de la época en la que reza que había sido requisado por la justicia en una casa del Compás del Arenal, que, como después supo, fue corazón de la germanía y pulmón de truhanes y buscones durante el siglo XVI.

 

Tras dos relatos publicados: El lobito (1998) y Última estación (1999) surge en 2005 el Juan Villa novelista con Crónica de las arenas, obra que tuvo una excelente acogida por estos y por otros pagos. Ahora presenta su esperada segunda novela: El año de Malandar (Ed. Paréntesis), que podría considerarse o no continuación de aquella primera. Y lo que iba a ser un monólogo se convierte en una grata charla.

Pregunta: ¿Es como digo?

Respuesta: Más que una segunda parte de Crónica de las Arenas, yo diría que El año de Malandar emana del mismo magma, de ese mundo que delimitan el Guadalquivir y la Ría de Huelva, las marismas y la playa de Arenas Gordas; lo que en un sentido amplio conocemos por Doñana.

 

P: Decíamos un día que, por muchas novelas que se escriban, cada autor sólo escribe una con varias entregas, pero una.

R: Certifico la aseveración; al menos en mi caso es así, y pienso que de alguna manera en todos, por mucho que se travista un escritor siempre es él el que habla y única su historia, o su tono, que es en definitiva lo que lo caracteriza.

 

P: Leo El año de Malandar y tiene forma de Diario.

R: El año de Malandar es un diario mezclado con cartas, historias intercaladas e intervenciones directas de voces técnicamente amañadas. Trata de mantener la coralidad de Crónica de las arenas, aunque el lector entre o no en ese juego.

 

P: Ya que salen personajes y temas de la primera novela, ¿podría convertirse todo al final en una trilogía al uso?

R: Confieso que en un momento dado diseñé una trilogía, pero tengo que añadir que la trilogía se me ha ido de las manos. Como decía antes, ahora me nutro en una suerte de magma del que emanan novelas, dos hasta ahora, relatos y una nouvelle que estoy terminando: Los almajos.

 

P: Decía Don Julio Caro Baroja que escribir era fácil comparado con encontrar editor. No creo que se refiriera a él.

R: Considerando las penalidades que escucho en boca de algunos buscadores de editor, tengo que decir que, hasta ahora, me ha ido bien. Paréntesis, mi actual editorial, reúne todas las condiciones que un autor busca, sobre todo el buen trato y la buena distribución.

 

P: Pienso que el escritor escribe, en principio, para sí mismo, y si luego alguien comparte sus palabras, mejor. Lo cierto es que es un trabajo duro.

R: La novela, frente a otros géneros, tiene la poco literaria exigencia del horario: o te sientas a trabajar unas horas todos los días como el que fabrica tornillos o va a coger fresas o la cosa no sale; de un golpe de inspiración no nace una novela, y de esas horas gastadas en escribirla, las hay de gozos y de sombras, no sabría decir si más de una cosa que de otra.

 

P: Además de por el puro gozo estético que se le supone a toda obra de arte, ¿por qué se debería leer El año de Malandar?

R: Porque es una novela que aporta cierta luz sobre dos cuestiones que, desde mi punto de vista, han tenido siempre el máximo interés: la llegada de la II República y el mundo antiguo de Doñana.