Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANTONIO MORENO AYORA
La escritura lírica del joven Antonio Flores Saldaña se manifiesta en un primer poemario, "TIEMPO SIN TI" (Papeles Le Remeur, 2010) en donde cuajan sus reflexiones sobre el amor, la existencia, el tiempo y el proceso de creación.

Antonio Moreno Ayora

Papeles Le Remeur Ediciones

Proveniente del sur cordobés, de la extensa campiña de olivos y vides, del polvoriento camino y del recóndito lagar a los que cantaba Ricardo Molina, llega la escritura lírica de Antonio Flores Saldaña (Puente Genil, 1976), profesor de instituto y aprendiz –pero aventajado aprendiz, se lo adelanto ya– de ese arte inasible, íntimo, urente en la emoción, anclado en la experiencia que es la poesía. Antonio Flores Saldaña trae bajo el brazo su poemario “Tiempo sin ti”, con el que quiere señalar su presencia en el panorama literario de la provincia de Córdoba.

Este es un primer libro del poeta, una “ópera prima” como se dice, y como tal supone un arrogante atrevimiento del autor para salir de lo incógnito y nadar en la superficie de un encrespado mar de nombres, que, además, quieren alcanzar la orilla de la fama. He escrito “atrevimiento” en sentido positivo, porque hay que ser valiente, querer arriesgar el ímpetu de darse a conocer, dejar de lado la incertidumbre de no saber cómo se acogerá un nuevo nombre en el grupo de los ya conocidos y con frecuencia empeñados muy lícitamente en destacar.

Lo primero que advierto es que Antonio Flores escribe con la conciencia de que escribe. Él parte de que debe reflexionar sobre el acto creativo que es la poesía. Y la poesía está claro que está por todos lados, que es una nebulosa a la que nos acercamos como si tuviéramos en las manos un microscopio interestelar. Los cuatro primeros versos de este libro lo dicen, para mí con nitidez: “Escucha el camino, / desata la sombra, / recobra el aliento mientras vuelas, salido ya del sueño, a lomos de las olas.”

Hay dos palabras en este comienzo del libro, en este introito poético que van a dar una pista sobre a qué atiende Antonio Flores: me refiero a “camino” (Escucha el camino) y a “sombra” (desata la sombra, es lo que hemos leído). Interpreto yo que Antonio Flores va a proceder como a aquel otro Antonio Machado; va a plantarse en medio del camino porque es consciente de su paso existencial, y va a investigar la sombra, o sea, el misterio, lo desconocido, los enigmas de esa existencia. De este modo escribir es reflexionar, intuir cuál es la esencia de nuestros actos y nuestros pensamientos, es reconcentrarse en el sentir íntimo para darle validez y consistencia vital. Sólo así, me parece, habremos de entender qué quiere decir cuando dice: “El error es más pequeño ahora, / es acierto y negación, prescripción de la aurora.”

Escribir, pues, es expresar una idea matriz de la que van surgiendo –a borbotones, a veces, lentamente otras, con su inexplicable magia también– razones y motivaciones que el poeta cree estar obligado a expresarlas con un atisbo de belleza, de originalidad y de perfección expresiva. Por eso, en esta composición de apertura se acaba diciendo: “Un poema nacido crece entre los pinceles / en que se hacen arte los golpes de brocha gorda.”

En esta primera composición sorprende su musicalidad, una sonoridad evidente que potencia el lenguaje. Pero la musicalidad se traslada de un poema a otro. Y por eso en otra página leo: “Estaré soñando como siempre y quizás / sea entonces, ya, sólo sueño”. El rumoroso silabeo de la “ese” está bien elegido, porque el poeta nota en su interior un temblor, un ensimismamiento emocional que tiene en toda la primera parte del libro –titulada “…Pero contigo”– su explicación por tratarse de un pretendido diálogo con la mujer que se ama. Ante ella, o con ella en el pensamiento, quien escribe lo hace con absoluta sencillez, como si apenas significara nada, y con un tono que parece más musitación que afirmación: Háblame como si besaras el aire. Y leemos los poemas progresando juntamente con su agilidad expositiva, porque los versos de este libro avanzan con rapidez, aunando una emoción con otra y enseguida con otra más, por eso en muchos pasajes apenas hay pausas importantes, apenas hay puntos ortográficos, y sí hay mínimas detenciones –oraciones muchas veces yuxtapuestas– para ligar ideas o alternativas del sentimiento. Y al leer, nosotros nos vamos contagiando del tono admirativo del poeta: este exalta el mar (y lo contempla “con la mirada de un cormorán / en picado a la ola que guarda / el pez que lo alimenta”), encumbra a la mujer (a la que dice “¡debo pasar el resto de los tiempos explorándote para mi gracia!”), se anega en su belleza y cuando ha comprendido que todo se enaltece con su presencia difusora, concluye, por ejemplo: “ya puedo oler el perfume a noche tupida / que entra por la ventana”. Me queda muy claro que quien escribe estos poemas ha intuido la plenitud del amor, y siendo de esta manera, su tiempo está también pleno, dichoso, y por eso hay un título, “Tiempo sin ti”, que pasa a ser rótulo general del poemario; un poemario que con sólo siete versos es un ejemplo de esencialidad y de pasión líricas.

He hablado, hasta ahora, de un único apartado del libro, pero el libro incluye otros tres más. El segundo, “No me importaría”, comienza con el título “Mañana”, esperanzador, luminoso, que alberga varios versos de feliz sencillez expresiva, como “La lluvia que fuera moja el mármol y empapa la tierra / se presenta fugaz al oído que mira”. A la altura de este verso, el lector ya comprende que el escritor se recrea en su palabra, la somete a reflexión porque de ese modo avanza en su propio conocimiento y en la captación del transcurrir diario, que no ha de ser nada especial pero sí sublime por acontecer precisamente, por ser instante positivo. Pero si no lo fuera habría que inventarlo, y a tal invención se apunta el poeta cada vez que escribe, que perfila, que confronta la realidad con el sueño. “Sueño” es palabra frecuente, palabra reclamada, palabra reconfortante; palabra que varía pero que a la vez permanece como objetivo, y da igual escribir “salido ya del sueño; sueño que un torrente de luz valle abajo…; gris espectáculo de espuma y sueño; que resucitan en los sueños”; o que “es imprescindible soñar para vivir; Hoy es lunes de pascua / y lunes de sueño”. No creo que sea inconsciente coincidencia esta de apelar tanto a los sueños: incluso un poema se titula “Perseguir un sueño”, reincidente por tanto en esta temática.

En alguno de los poemas que hasta ahora llevo expuestos –si los repaso, diré que son dieciocho– se ha hecho mención del concepto de tiempo: en uno se lee que “hay un reloj en marcha para ti y para mí cada día”; en otro que “Ahora todo ocurre, aunque los días pasen rápido, / muchísimo más despacio…” Debemos considerar que estas son menciones antecedentes de lo tratado en el poema “Fui a coger brevas”, con el que se inicia la tercera sección del poemario titulada “La higuera”. En este citado poema el tiempo aparece con una connotación negativa, por ser el responsable de la pérdida de los mejores momentos vividos. Digamos que el protagonista lírico apela a “nuestras vidas recordables”, y también a la búsqueda “de los instantes que nos quita”, y una página después afirma que no hay “ni billete de vuelta”. La conciencia del paso del tiempo está ya instaurada en el sentir lírico, y de su mano irán surgiendo los recuerdos inevitables: “Yo estoy aquí, vivo, recordando / el que fui hace un segundo.” El lector en este punto empieza a ver diferencias entre cuanto ha leído y cuanto está leyendo. Paralelamente el poemario empieza a hacerse ya más sombrío, más nostálgico, mostrando un desdoblamiento vital al referirse, por ejemplo, “a los otros nosotros, a los de las fotos”. Prácticamente en cada página brota algún matiz negativo, de pérdida o de desilusión, aunque no todo lo sea y algunos otros versos conserven la esperanza y un brillo de luz, porque también se dice que “cualquier acto es posible; / de un solo aliento nace el viento entero.”

Con nueve poemas más –algunos muy breves– Antonio Flores completa la última sección del libro, titulándola “Sin papel”, que lleva tres versos de entrada a partir de los cuales parece llamar la atención sobre el proceso de creación y de escritura. Tal como ha quedado dispuesto el libro, a este proceso ya se había referido el poeta al menos en dos ocasiones: una cuando bajo el rótulo “Palabras” declaraba querer escuchar “mientras intento / darle sentido a esta frase”; otra cuando se refirió al nacimiento de un poema y analizaba sus titubeos primeros recordando que “así comenzaba el último poema / que intentaba escribir…”

La conciencia de la propia creación, esta es la temática que ya en el último apartado desea abordar Antonio Flores. No quiero decir con esto que él esté continuamente preocupado por cómo escribe o cómo surge su escritura, sino fundamentalmente atento por manifestar su personalidad a través del mismo. Su paso por el mundo, que es ese peregrinaje al que ya me refería en mis primeros comentarios, lo afronta con valentía, con sinceridad y sin doblez, a conciencia, o sea: “sin pensar más que el paso, sólo respirando, / con el aire en la cara, / con la mirada en el mundo.” Es en este afán por conocerse interiormente para volcarse y desnudarse en el poema donde yo encuentro, como crítico, pero sin dejar de ser lector, los mejores versos de Antonio Flores. Es ahora cuando sus vivencias adquieren su mayor peso lírico y filosófico, a la vez que su mayor concentración expresiva. En estos últimos versos del poemario encontramos reflexión, complacencia en la grandiosidad del entorno (simbolizado muchas veces por el mar o su oleaje), y pensamiento lírico asentado en el poder de la palabra (“Comprender la palabra / es practicar el silencio”, escribe), y además de todo ello una voluntad irreprimible de autoanalizarse para quedar prendido en su poesía. Ese análisis impuesto y constante fortalece la individualidad y al fin la reconvierte en autoafirmación, en poema, en certeza lírica. Una certeza lírica, eso es la poesía de Antonio Flores Saldaña, o al menos es como a mí me gustaría definirla, y esta certeza es la que vamos a comprobar indefectiblemente en su poema “Credo”, que es la forma que Flores Saldaña ha escogido para explicarnos su poética.