Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL GARRIDO PALACIOS
SOBRE EL LIBRO "PALABRAS DE DIARIO" DE ANTONIO GARCÍA BARBEITIO. EDICIONES B

Mamuel Garrido Palacios

Ediciones B

“Palabras de diario” es un libro de Antonio García Barbeito que igual podía llamarse Diario de palabras. Trae un ciento largo de piezas literarias –joyas expresivas– que los clasificadores de todo llamarían fríamente artículos o cuentos. Yo creo que hay que ver el conjunto como la cosecha de un Barbeito que pone sus manos sobre el papel inmaculado y traza en sus renglones invisibles signos que saben a poemas en prosa (hay quien cree que la poesía se hace sólo en versos)

Barbeito no es que sepa o no sepa escribir –profundo análisis que habría que dejar para los mismos que entienden lo de la poesía en verso–, sino que escribe directamente, y escribe como habla, y habla como siente. Es un prodigio que encierra un misterio y todo misterio nace en la ignorancia, en este caso, la mía, de no saber qué laberintos le fluyen a un ser humano en la cabeza para que en el más mínimo comentario que haga en persona o en los medios –da igual, sigue siendo Antonio– nos dé una lección de lógica literaria, de anatomía del discurso y de la invención de la metáfora. Si existe el Señor de los Anillos, Barbeito es el Señor de las Metáforas, porque son tantas las que se agolpan en sus escritos, como a Sancho Panza los refranes, que bien podría construir historias sólo con ellas. Va otro nombre más: Diario de metáforas.

Ya desde el arranque de las páginas describe el mediodía como el buey capaz de secar una charca en un lengüetazo; y el sol es un pandero incendiado; y la noche calla como una culpa propia; y el aire era gordo como una poleá caliente; y el circo ambulante, una sonora mano pedigüeña a la que cuesta trabajo negarle una limosna; y los remolinos de arena duelen como perdigonadas; y un amplio escote delantero es un patio de media luna; y una cómoda postura que le divorcie las rodillas y muestre la oscuridad, carnes adentro, de un callejón de sombra donde uno imagina que mueren, inmolados, los deseos más hermosos; y el aire que sopla parece que llega después de atravesar un bosque en llamas; y viene por la tarde cuando la tarde tiene hechuras de novia; y ella parece una diosa hallada, y viva, en cualquier excavación romana; y el paraguas es una reliquia colgada de la percha; y tiene en la mirada un velo de tristeza de exilio involuntario; y el otoño ni se inmuta.

 

Quedaría mal si poblara el folio de metáforas solamente porque tras cada metáfora, lo que de verdad se cuela en el pecho y llama a las puertas del alma son sus personajes: la niña que tenía sus ojos en la voz; Gabriela, alta, firme, derecha, incorpórea; la amante fría al alba: la Trotanoches; la vieja dama; Antonia la Poleo; el moro Cupido; Segundo Manchado, el Brújula… y él mismo, Antonio, a cuestas con la virtud de estar en cada una de las trescientas páginas del libro sin estar en ninguna, sino fuera, creándolas.

Sólo quiero espacio para el nombre del poeta y para dar fe de la presencia de un libro al que todo paladar sensible ha de hincarle el diente. Si como dice el autor, lo que se necesita para ello es la curiosidad, igual valen estas palabras para abrirla.