Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL GARRIDO PALACIOS

Manuel Garrido Palacios

 

       Es verdad que los romances de tipo religioso sufren cierta desatención por parte de los que estudian la tradición oral, pero hay que advertir que, puestos a hacer recopilaciones de viva voz, los que entran en cada sesión de trabajo suelen ser de temas heroicos, eróticos, épicos, anacreónticos, pastoriles, satíricos, villanescos, fronterizos, jácaras en lenguaje de germanía, legendarios, caballerescos… y en menor medida, los que se ocupan de la devoción religiosa. Luego, al clasificar, ordenar y catalogar el corpus textual cosechado tras tanto patear caminos con el oído atento, sale un ejemplario extenso del lance amoroso de Gerineldo y la infanta, y escaso de las vidas pías, lo que significa que en el seno del pueblo cala más el amante que el santo.

       El romancero es poesía viva traída desde hace siglos a lomos de la memoria y más tarde de la letra impresa; viva, no sólo en los pueblos españoles en los que aún, milagrosamente, puedes toparte con la voz capaz de decirlos de corrido, sino en lugares tan diversos como California, Nuevo Méjico, Tejas, Luisiana, La Patagonia; Portugal, Marruecos, los Balkanes, Anatolia, Cabo Verde, Goa, Malaca, Guam o Filipinas.

       Como a Samuel Armistead, como a Don Julio, me fascina el fenómeno de la creación del romancero oral, esa herencia en versos, ese río del idioma, siempre en trance de desaparecer como revitalizado en un continuo capear tormentas culturales. La cuestión está en no perder comba y rescatar lo que se pueda de tan hermoso legado. Nuestro es.

       Con estas premisas me traigo de Nueva York un libro que habla de la España que permanecerá más allá de los vaivenes efímeros, de las circunstancias. Su título: Romancero religioso de tradición oral. Su autor, William H. González, recoge y estudia nada menos que setecientos romances, fruto de hurgar en fuentes bíblicas, apócrifas y en rancias colecciones. Los divide en setenta y seis temas y estos en capítulos como Profesiones de Fe, Cristológicos, Vida pública de Jesús, Cuaresma, Semana Santa, Gloria, Navidad, Purificación, Huída a Egipto, Jueves y Viernes Santos, Milagros de la Virgen y Santoral.

       Los romances tradicionales de tema religioso poseen un interés intrínseco, filológico o comparativo porque expresan poéticamente la espiritualidad de incontables generaciones. Estos romances son hermanos de métrica, dicción y, a veces, temática respecto al romancero general. Algunos son reelaboraciones de romances seculares, una adaptación a lo Divino. El relato de un romance religioso se inventa o se basa en otro, lo que forma parte de las adaptaciones literarias características del siglo XVI. Por citar, vemos cómo el romance de La Infantina se transforma en otro recogido en un pueblo de Valladolid: “Cuando Jesús iba a caza / a caza como él solía, / se ha encontrado con un hombre / triste de melancolía. / Le pregunta que si hay Dios / y dice que Dios no había. / -Hombre, que estás engañado, / que hay Dios y Santa María; / la muerte por ti vendrá / mañana o esotro día. / -Yo no le temo a la muerte / ni tampoco al que la envía. / A esotro día temprano / la muerte por él venia. / -Quítate, muerte espantosa, / déjame siquiera un día / pa confesar, comulgar / y cumplir esta alma mía. / -No te puedo dejar nada, / que el rey del cielo me envía”.

       La tarea urgente es recoger, anotar, ordenar, clasificar, catalogar este ingente material sujeto al presente por un hilo de memoria; versos que expresan la espiritualidad de generaciones, un auténtico tesoro documental del romancero sacro. El trabajo de William H. González (animado por Ruth Webber) es ya fuente imprescindible para quien desee beber de la rica corriente de la poesía tradicional pan-hispánica.

       Oportunas vienen aquí las palabras de un editor de Amberes, que Menéndez Pidal cita en Flor Nueva de Romances Viejos: “Hice toda diligencia porque en estos romances hubiese las menos faltas posibles y no me ha sido poco trabajo juntarlos, y añadir y enmendar los que estaban imperfectos, pareciéndome que cualquiera persona para su recreación holgaría de los tener”.

       El espléndido trabajo de William H. González es un muestrario vivo del romancero que pasará la linde de los temporeos históricos de España, de la que tanto nos queda por conocer.