DE EXCELENTE COSECHA 29.04.2011
Manuel García (Huéscar, Granada, 1966), es editor, poeta, profesor y bibliófilo. Como poeta ha publicado: Estelas (1995), Sabor a sombra (1999), Cronología del mal (2002), La mirada de Ulises (2006), Poemas para perros (2008) y Manuel de cordura (2008). Ha versionado en romances castellanos el Epitafio de Yannis Ritsos (2009), así como poemas del renacimiento italiano. De bares y de tumbas es un libro que el propio autor, en declaraciones a Europa Press, ha definido como “muy autobiográfico”, ya que todo lo que en él se contiene “está basado en cuestiones personales”. En él, el poeta narra la vida celebrada en los bares y el recuerdo de los amigos, reales y de ficción. Sin duda ha elegido como protagonistas de este poemario los dos lugares en los que se hace más patente la expresión libre del corazón del hombre, uno ámbito de alegrías y tristezas, de reencuentro consigo mismo en la soledad del mostrador, de espejo y compañero, y otro, el lugar donde encalla la vida y donde el silencio absoluto, la nada, adquiere la condición de espacio de dolor, de pérdida, de constancia de la ausencia.
Consta el libro de tres partes: De Bares, un intermedio denominado Entre los bares y las tumbas y De tumbas. La primera parte, dedicada a los bares, constituye una elegía a esta institución de la que el poeta asegura que “nuestra vida son los bares, ya que desde pequeños hasta que morimos pasamos en ellos varias épocas, según la evolución personal de cada cual” y “a veces, son para nosotros el sitio de la verdadera intimidad, más que nuestras casas”. El intermedio, la parte central de su obra, que une ambas temáticas, tiene un sentido distinto, neorromántico, incluyéndose en ella un poema de Lord Byron' que se titula “Versos inscritos en una copa hecha con una calavera”. La tercera parte, De tumbas, es un homenaje al Tombeau, ese género elegíaco, dedicado a los difuntos queridos.
En la primera parte, el poeta recuerda el vino del país, el gin Larios o el ron Bacardí, las ventas de carretera, el bar de la plaza del pueblo, los bares de copas, la bodega del pueblo, el bar de la estación… en una elegía merecida porque “… nuestra vida es la memoria de los bares", como dirá en el poema que abre el libro denominado precisamente Memoria de los bares. Ese hondo carácter personal toma fuerzas en los siguientes versos: “Yo vengo de un silencio largo antiguo, / de unas manos anónimas, de los / que no heredaron nada ni tampoco/ otra cosa dejaron sino un surco/ regado de sudor…”, del poema Vino del país, subtitulado Huéscar, (su pueblo), al que invita a beberlo con estos versos finales: “Ven a beberlo: beberás la sangre/ remota de mis muertos…”. En esta memoria revivida en los bares hay homenajes como el que dedica a Pedro Garfias en el poema Ron Bacardí, cargado con toda la nostalgia amarga del desterrado: “… Porque he perdido la tierra/ mis manos ya no trabajan/ y yo le he entregado al ron/ mi sueño de casa honrada,….”/…/Póngame, mozo, otra copa/ porque la muerte me aguarda/ para llenarme la boca/ rota de tierra de España". Y momentos de tristeza en los que vuelve a lugares de hondas vivencias. Así en el poema Aguardiente de Alosno, dirá: “ …cuando ando desheredado y sin dueño como perro antes del atropello, vuelvo a Alosno a identificarme sorbo a sorbo con el campo fértil y la tierra entrañable, a una tasca popular donde hombres curtidos consumen lentamente los tragos de su vida.” . O lugares de los que hay que huir, con la ayuda del Bourbon: “...cuando sabemos / que tiene aristas finas el amor/…/ más vale huir,…/…/llevándote lo puesto: / la mochila, algún libro, la petaca/ de Bourbon, y llegar / a donde nadie sepa que estás muerto.”. Al músico Carl Friedrich Abel, gran bebedor, enterrado con su vieja viola, dedica el poema Vino del Rin, en el que dice: “Mientras tocó la viola, en sus manos tuvo la divinidad sin dejar de ser el hombre y el borracho empedernido de siempre…”.