Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANTONIO MORENO AYORA
Una reciente antología confirma el óptimo nivel lírico de Manuel Gahete, continuamente avalado por la responsabilidad y la crítica, que le ha concedido numerosos y prestigiados premios literario.

Antonio Moreno Ayora

La Isla de Siltolá

 

         Como se podrá comprobar en el libro que a continuación comentamos, el escritor cordobés, de Fuente Obejuna, Manuel Gahete es autor ya de casi veintena de poemarios cuyos títulos fundamentales se transcriben en el actual volumen. Pero su obra total es mucho más extensa y a ella pertenecen –excluyendo otros de menor categoría– muy diversos trabajos de ensayo y crítica literaria (el último, de autoría compartida, se titula Calle del agua. Antología de la literatura hispanomagrebí contemporánea), un conjunto diverso de investigaciones históricas (tal es Alonso Muñoz el Santo), varias obras de teatro (la más reciente, Triste canción de cuna), e incluso algún relato breve incluido en la publicación colectiva Don de vida, de 2010.

         Además de su presencia en antologías o de su inclusión en repertorios poéticos de distinta índole, debemos indicar que, entre otras muchas referencias bibliográficas de importancia, para el estudio de su personalidad lírica contamos con el volumen de Ánfora Nova El universo luminoso de Manuel Gahete  (2005) y con el ensayo de José Cenizo Jiménez Emoción y ritmo. La visión poética de Manuel Gahete (2009). Desde hoy debemos añadir la nueva antología a la que hemos hecho alusión, amplia porque recoge toda su ingente producción poética, El tiempo y la palabra (1985-2010), Sevilla, La Isla de Siltolá, 2011. Es un libro que se abre, por ello, con el primer libro que publicó Manuel Gahete, Nacimiento al amor, de 1986, galardonado un año antes con el Premio Ricardo Molina. Su párrafo inicial ofrece ya tres rasgos que van a dilatarse luego por toda su obra posterior: que su motivo de inspiración fundamental va a ser el amoroso (“Los tuétanos del aire te susurran mi beso”); que opta por un lenguaje culto y sonoro (“como un trono tronzado, / leña lueñe que, en tueros, cuyo corazones de brasa”); que la musicalidad de la aliteración será uno de sus recursos preferidos (“temosa taracea de lémures acérrimos”). Al mismo tiempo, la metáfora que apunta “corazones de brasa” se va a ver reforzada por otras del mismo poema más novedosas y originales (“¿Qué nísperos de avispas se traban en tus ojos?”, “…con tu mano de espiga”), o por otras tradicionales y expresivas (“Hoy parece un rubí tu boca fresca, / tan azul como el mar, un lapislázuli”). Doce poemas extractados de este primer poemario son los que ofrece la presente antología, y por ellos seguimos atentos al devenir amoroso de los dos protagonistas, el femenino –“Ella de rojo bronce, nácar puro”– y el masculino –“persecutor y amante perseguido”–; atentos al ritmo cambiante de las diferentes estrofas (sonetos, endecasílabos y heptasílabos conjuntados libremente, endecasílabos mezclados a la vez con versos cortos y extensos de hasta dieciocho sílabas, …); atentos a una poesía que junto al amor musita soledad, pérdidas irremediables y alusiones a la muerte, pues en ella hay “olas de soledad que van y vienen”, o no existe a veces “más que náufraga fe, más que velamen, roto cristal, añico de la vida”, o surge la queja del tembloroso amador al sentir que “más que la muerte duele tu silencio”. 

El segundo capítulo de la antología atiende a Los días de la lluvia, donde continúa duplicando las características del poemario anterior y acogiendo por doquier la temática amorosa (“es tan fácil amarte, / tan difícil no amar el oro pálido / que en tu boca verdece”). El sentimiento y la experiencia amorosos se suceden hechos reflexión continua sobre sus síntomas o sus hallazgos: el perdón, el deseo, la ilusión…, y estos quedan apresados una y otra vez por una dicción cuidada, musical, diluida en anáforas, en vocablos antitéticos, en juegos de palabras y en cadenciosa similitud de sonidos.         

         En 1989 publica Gahete –después de haber obtenido el Premio Miguel Hernández- su tercer poemario Capítulo del fuego, que consagra su estilo como uno de los más peculiares, reconocibles y elaborados del panorama lírico de las últimas décadas del siglo XX. Ahora, en relación con el título, es el campo semántico fuego el que concentra la realidad de la pasión amorosa, con versos en los que el rasgo estilístico de la intertextualidad aparece por primera vez con un papel lingüístico relevante: “No conozco tristeza más azul que tu herida” (= “No hay extensión más grande que mi herida”).

         En algunos pasajes de los libros publicados hasta 1989 se ha ido observando cierta preferencia por el vocablo lava, al que se da particular preeminencia en el nuevo titular Alba de lava, que comienza con cierto eco miguelhernandiano –“Nací varón. Un nombre me tatuaron”– y aparece desde un principio lastrado por el dolor y la soledad, y abocado irremisiblemente a tratar del amor: “y me fui derrumbando sobre tu vientre leso”. Es este un poemario de descubrimiento: descubrimiento del amor, de recuerdos de la adolescencia, del interés y la insignificancia, del error, de la angustia, de la nimiedad humana…  (“Con pie de barro –y barro hasta la hartura– ”, nuevo recuerdo de Miguel Hernández), y por supuesto de la muerte, varias veces evocada en estas páginas; y por fin, la presencia de Dios y el reto de la existencia afloran como nuevos aprendizajes, expresados unas veces en versos libres y otras en sonetos que bien pueden ser de cómputo endecasílabo o alejandrino. Alba, pues, aparece como símbolo de descubrimiento, aunque al ser de lava pronostica su fluencia y su olvido: “y amaneces desnudo, sin saber / y sin prisa / hasta dónde tus pasos te llevarán mañana”.      

         Del segundo libro de 1990, Íntimo cuerpo –con Premio Vila de Martorell–, recoge esta antología 14 poemas, igualmente adscritos a la modalidad del soneto o de versos libres. Desde el primero se canta la ausencia o la falta de la persona amada, haciendo una advertencia que no ha de olvidarse para comprender el poemario: “Sabed que este libamen del amor me ha colmado / los labios con aljófar y miel en abundancia”. Los versos, en consecuencia, proclaman el olvido, la soledad, el recuerdo, y en tal contexto cabe referirse “a este idilio de sangre, a este sino terrestre, / a este submundo yermo, azur y soterrado”. No extraña, en este mismo contexto, que sean las formas verbales del pasado las que describan el sentimiento de pérdida (“De la sed ofendida con que atendí tu boca, / aún me queda el recuerdo”); o que el presente entone el dolor de la actualidad (“Sin ti todo es cerúleo, / espuma draconiana que draga entre los dientes”); o que aparezca el imperativo como petición de nuevas vivencias amorosas (“Ven a mi sangre, ven. Yo te conjuro. / Ven a mi tierra, ven. No te detengas. / Ven a mi amor feraz de sino oscuro”). Es en presente, por cierto, como se formula una de las más hermosas y profundas declaraciones de amor de Gahete: “Ella es madera y flor, es todo sueño / y toda leche y mar. Su ser es vida. / Y es ala. Y es clamor. Sin ella nada / tiene sentido ya. Basta su vientre”. En esta tesitura, el lector comprende que en uno de los versos iniciales de cierta composición (sin titular) se anuncie: “Para ti este poema de amor inacabado”, y que el título de otro sea, precisamente, “Razón de ser”.  

         Es esperable, además, que en esta antología haya pruebas irrefutables de la reconocida filiación gongorina de Manuel Gahete, que recoge aquí su Glosario del soneto a Córdoba de Góngora, de 1992, y su Cassida de Trassierra, de 1999. En el primero Gahete explica, en el titular extenso que precede a cada uno de los sonetos que componen el glosario, el sentimiento o valor que va a desarrollar en ellos. Conjugando el amor a Córdoba y la admiración que le rinde a la ciudad, el poeta aprecia su simbiosis con el autor culterano, rescatando para rematar cada composición uno de los versos del famoso soneto gongorino glosado, A Córdoba. Puede servir de ejemplo el texto en que Gahete, tras admitir la luz que le llega de Góngora, concluye: “desmiéntame el amor si, en cada verso, / tu memoria no fue alimento mío”. Por tanto, el fondo lírico y las enseñanzas de don Luis están frecuentemente presentes en el poeta de Fuenteovejuna, que en Cassida de Trassierra,  de nuevo, proclama dicha admiración escribiendo lo siguiente: “Así te reconozco, / río caudal del alma y la palabra donde tantos afluentes han bebido”.

         Igualmente forman parte de la antología –sumando nuevas páginas a las precedentes– los poemarios posteriores que ha publicado Gahete, a saber: El cristal en la llama, La región encendida, Elegía plural, El legado de arcilla, Mapa físico, Mitos urbanos, títulos que dejan la escritura de Gahete anclada a los principios del siglo XXI con su originalidad, su constante temática amorosa y las variantes de contenido que pueden observarse en ellos. Sin duda alguna, a la comprensión de los mismos contribuyen de modo excepcional tanto el prólogo de Gabrielle Morelli como la introducción que firma Marina Bianchi, que revisa, sintetiza y explica cada uno de los poemarios componentes de la antología, y al fin concluye: “palabra y amor son destellos en un fondo negro que, sin ellos, ocultaría la vida misma, condenándola al olvido en el primer caso, a la futilidad en el segundo”.

El lector deberá saber, con relación al total de poemas incluidos (un conjunto de ciento sesenta que dilatan el libro hasta un total de 400 páginas), que la selección ha sido realizada por diferentes críticos con una mínima y anecdótica intervención del poeta. Sin duda, de lo que la antología deja constancia es de la capacidad de permanencia lírica que supone la voz auténtica de Manuel Gahete, que con perseverancia, uniendo tradición y novedad, con cuidado absoluto por el lenguaje y sus posibilidades expresivas, conjugando además belleza y contenido, ha logrado lo que no es fácil: mantenerse 25 años en un nivel de crédito continuamente avalado por la responsabilidad y la crítica, que le ha concedido numerosos y prestigiados premios literarios. Pocos autores contemporáneos son dueños de una obra tan personal comprometida al unísono con el ser humano y con sus afanes de belleza. Es esta irreprochable coherencia lo que ha de admirarse en la poesía de Gahete, a la que Morelli se refiere otorgándole una perfección “de tan alta calidad formal e incontestable actualidad de la problemática afecta al ser humano”.