Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL GARRIDO PALACIOS
Sobre "Las profundas aguas", de Alfonso López Gradoli. Edita: Calambur

Manuel Garrido Palacios

Editorial Calambur

A menudo, cuando el cartero llama es para traerme un libro. Así que recorro el camino bordeado de adelfas, recojo el envío y el regreso se convierte en el rito de abrir el sobre y ojear las páginas, hasta que, como un pájaro que deja el vuelo, el libro se posa en mi mesa de trabajo y la estancia vuelve a su ser incorporando las palabras recién llegadas. De seguir describiendo el cuadro tendría que añadir que suena un piano, que la luz que penetra por el ventanal lo dora todo y que un tintineo de tazas y de platos pone un fondo sonoro inesperado. En el caso de hoy el libro trae dentro poemas, y ya dijo Krönan que “el desnudo del alma podría ser un manojo de versos”. En ellos se aprieta la simple complejidad de la vida, no siempre triste, no siempre alegre. Cierto que la comunicación sublime entre el poeta y el lector no siempre sucede, ni siempre falla. Lo que no admite un libro de versos es que algunos entendidos se atrevan a valorarlo como “bueno” o “malo”. ¿A criterio de quién? Hay que dejar que el libro hable. Si no llega al oído interior podría ser cosa del lector, no del libro. Ninguna lectura requiere tanta atención como el verso, que no es una historia, sino el eco, el respiro, el pulso, la entraña, el humo que liberó la llama apagada.

Calambur ha editado Las profundas aguas, del valenciano Alfonso López Gradolí, autor de El sabor del sol (1968), Los instantes (1969), El aire sombrío (1975), Una muchacha rodeada de espigas (1977), Las señales de fuego (1985), Una sucesión de encuentros (1997) y Los signos de la soledad (2000), a los que hay que sumar Los días luminosos (2000) y Quizá Brigitte Bardot venga a tomar una copa esta noche (1971), “un conjunto de collages y poemas narrativos considerado por el suplemento literario de The Times de hace algún tiempo obra maestra de la poesía visual”.

José Hierro dice que “escribir con miedo y sin demasiada fe es lo mismo que escribir por insoslayable necesidad. Y quien hace esto es ya un poeta. La poesía de Alfonso es necesaria y útil para el propio poeta, lo que equivale a decir que tiene que serlo también para el lector. Es necesaria, porque, él nos lo ha dicho, escribe cuando no puede más, cuando necesita entregarse a un regazo maternal en el que descansar, confesándose. Es útil, porque la claridad que necesita en su vida es posible alcanzarla por medio de la poesía. No olvidemos que si ésta tiene mucho de diario en el que se registran los acontecimientos espirituales, no menos tiene de hilo de Ariadna que enseña al poeta a conocerse a sí mismo. La poesía perpetúa el sonido de la vida y ayuda a desvelar su sentido”.
La lectura es, precisamente, el nombre del primer poema, Gradolí lo enmarca en “el momento, vacío de consuelo grande, / en el que al borde de una copa llena / de vino, tengo el desaliento / de este sabor que aturde, / sombría cautela del que espera golpes, / la conmoción que procura la nostalgia. / Recordamos unos ojos, playas, / el ardor de la luz, el rito / de mirar los juegos de unos cuerpos ágiles / entre las barcas, en la arena. / Me vuelven versos de un gran poeta, / palabras quietas y colores malvas / como trémulos, suavísimos sonidos / que llueven sobre el llovido silencio / del campo en penumbra. Las ramas / se mueven, un soplo casi música. / Batir de alas en la pequeña plaza. / Renglones de poemas con la pureza toda / nos dan sus extensiones de ternura, / está aquí mi vida, mis años reunidos, / las columnas de tiempo dejado atrás. / Y llega la anochecida, una mezcla / de dulzura y desconcierto, agrisado / el cielo tibio, oscuro, con olor a brezo. / Y llegan los recuerdos de mi tierra, / interrogante vida antigua, vuelve como / brisa tras la lluvia de septiembre. / Unos trozos de tiempo, rayas de derrota, / la insistente erosión. La lejanía lleva / desplegadas velas de lo que nos importa. / Racimos de instantes, son las grietas / hechas por los años. Historias, años, / soledad. Alto silencio. Propicia hora / para leer al escritor que preferimos. / Árboles como oscuras hogueras, / ya sin fuego. Todo se une para / explicar las tardes, o intentarlo”.

Pasa con el libro de Alfonso López Gradolí que la sensación del inicio pide tiempo y se hace necesario dejar la lectura para dentro de un rato con tal de saborear intensamente el aroma de cada poema.