Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANTONIO MORENO AYORA
En "El viaje del infierno", Alicia Aza renueva la nostalgia de la felicidad vivida en tanto va describiendo sus estados de inseguridad y sus deseos de gozo.

Antonio Moreno Ayora

Alicia Aza

Ánfora Nova

         Cuando hace un año la madrileña Alicia Aza publicó en Ánfora Nova, de Rute, su poemario El libro de los árboles, a pesar de su condición de ópera prima, se le acogió con elogios que resaltaban su calidad lírica y expresiva amoldada a una concepción poética que planteaba, con la mayor sutilidad, problemas inherentes a la existencia, como el amor, la soledad, el deseo, la esperanza, hasta llegar a escribir: “y si tú permaneces / recrearé para siempre / la libertad del viento”.

         Se publica ahora, en la misma editorial que el precedente, el segundo poemario de Alicia Aza, El viaje del invierno, que le ha reportado el Premio Internacional de Poesía Rosalía de Castro de 2011 y la ha puesto de nuevo en situación de actualidad lírica. El enfoque, en esta nueva ocasión, no parece haber modificado mucho sus puntos de referencia por cuanto ya el primer verso expone que somos “Perpetuos caminantes sin regreso”, añadiendo como confirmación necesaria que el camino va a estar oscurecido y solitario, aunque tendrá como sorpresa favorable el fortuito encuentro con la belleza. En esa idea de peregrinaje se insiste en el segundo poema, que acota nuestros dos destinos invariables: vivir mientras hacemos la ruta y morir al fin del camino (“Somos esclavos fieles de la muerte”). A la protagonista de los versos le importa descubrir su estado de pesadumbre e inseguridad, igualando su presente con el invierno en cuanto estación fría y de mayor soledad, aunque con la pretensión de fomentar cualquier posibilidad de gozo (“Eres sol retenido en el crepúsculo / del invierno…”) y aumentarlo incluso en el recuerdo de su infancia y de momentos en que el amor ha brillado y ahora pueden revivirse, condensándolos en metáforas de álgido sentimiento: “Tus labios son cilindros de silencio / que ruedan por un cuerpo escurridizo”.

         Con expresiones de remembranza, como “ávida de recuerdo” o “para contar recuerdos”, se llega a una segunda parte del poemario, “Los ecos de la distancia”, en donde se renueva la nostalgia de felicidades pasadas que parecen poder recuperarse mediante una poesía que le llega al lector como racional y reflexiva, sustentada por tanto más en el pensamiento que en la emoción impetuosa. Todo parece mostrar que se ha asumido por imperativo vital la hora del presente como dependencia del pasado: “Remiendo la pena con hilos / de sol, tapiz de tu memoria”. Es esa oscilación entre la felicidad vivida y la realidad que se impone la que adjudica a esta última el símbolo del invierno, tal como se confirma al escribir: “Espera que descubras que en tu invierno / casi siempre es verano de nostalgias”.

         Invierno es, por tanto, una imagen poética que se alía a otras expresiones para convertirse en referencia de un estado personal donde hay carencia de calidez y pasión. El sentimiento de ausencia entra en el área de la frialdad y se relaciona con la privación de la felicidad ya conocida. Seguramente por esta razón en el poemario se alternan poemas en pasado –véase “Luz en el invernadero”– con otros formulados en presente para analizarlo y explicarlo líricamente (así en “La nieve de tu memoria”). El pasado, con todo, siempre aparecerá como memoria deseada, como contrapunto del invierno del que se desea escapar para enardecer de nuevo los deseos y la emoción. Esta idea, sin duda, explicaría que al final del libro se anuncie que “Vendrá la primavera rebosante de nardos / y tú, ensimismada, / cimbrarás los deseos”.      

         Asumida con seriedad su poética, Alicia Aza también parece haber encontrado una forma de expresión con características métricas generalizadas. En su primer libro, eligió los endecasílabos blancos para potenciar sin ataduras la subjetividad de su léxico, a través del cual ya se potenciaba el recuerdo como un reclamo para alcanzar la felicidad. De hecho, el último apartado de aquel libro lo tituló “Bajo las ramas de la memoria”, sugiriendo una evocación de tenues remembranzas que conmueven la emoción “y avivan recuerdos pasados”. En esta línea varias composiciones insistían en retrotraer vivencias “que desprenden aroma usado”. Pues bien, aquella preferencia por el endecasílabo sin rima la continúa de nuevo en El viaje del invierno, cuya base métrica es precisamente ese tipo de verso, que sucesivamente abre y cierra el poemario. Su lectura completa, no obstante, pone al descubierto combinaciones variadas que, sin desechar el citado cómputo de muchos poemas, lo sustituyen unas veces por el eneasílabo, otras por el heptasílabo –elección bastante frecuente–, o mezclan en ellos dos medidas diferentes; son las tres posibilidades efectivas en el libro que pueden ilustrarse, respectivamente en: “La nieve no cubre pisadas / ni reniega de los perfiles / en el mar de nuestro recuerdo”; “Quedará una violeta / rival de tu vigilia / puñal de tus temores”; y “Has hecho reclinar las ilusiones. / ¡Frívola predadora de costumbres! / Del azar eres tesorera. / Ven y hazla tuya para siempre”.

         No se olvide, en relación con la concesión del citado premio a la poetisa madrileña, que en su día el presidente del jurado, el también poeta Manuel Gahete, afirmó que Aza “nos muestra quizá un futuro en poesía”, a lo que igualmente añadió que la obra “exige que se escuche la voz femenina” de quien actúa como protagonista. Por otra parte, Francisco Vélez Nieto ha escrito recientemente (en www.calle-ficcion.debatepress.com) que en este libro se amontonan “Vivencias que armoniosamente provocan medidos latidos emergentes de lo más reservado de la memoria, exigiendo espacio en el que poder cantar los sones que doran sus versos, colgados de un eco musical cuya sustancia rítmica interna hilvana una conjugación compartida entre lírica y estética”. Los lectores de Alicia Aza seguramente están de acuerdo con estos elogios porque conocen la hondura, la sinceridad y el trasiego íntimo que existe de lo personal a lo literario en esta poetisa novel que está a punto de dejar de serlo para mostrarse confiada y segura de una vocación poética que en ella tiene futuro y esperanza de perfección.