Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MORALES LOMAS

MORALES LOMAS

JUAN BONILLA

Desde que, a mediados de los años noventa, Juan Bonilla comenzó a publicar verso, narrativa breve y novela, entre cuyas obras podemos citar cuatro libros de relatos: Minifundios (1993), El que apaga la luz (1994), La compañía de los solitarios (1998) y La noche del Skylab (2000); y cuatro novelas: Yo soy, yo eres, yo es (1995), Nadie conoce a nadie (1996), Cansados de estar muertos (1998) y Los príncipes nubios (2003). Mesa Toré[1] decía de su narrativa que “tiene el pulso de los cirujanos cuando nos cuenta algo, es decir, que no vacila el pulso narrativo ni le tiembla, desde la primera incisión en la piel blanca de la hoja tiene muy claro cuál es el problema, cómo solucionarlo, de qué manera acabar con él”. Y Oliván[2] añadía que a Bonilla no le gustan las historias que estén cargadas de normalidad porque detrás de la normalidad hay siempre un fondo oculto. Y de este modo en su obra La compañía de los solitarios dice que la normalidad sólo engendraría anormalidad. Bonilla es un seguidor de Cervantes y Borges,  uno de sus alumnos más aventajados. Muy autocrítico,  de su segunda novela, Nadie conoce a nadie (1996), llegó a decir que le sobraban cien páginas. Y esto sucede porque el flujo narrativo de Bonilla es, a veces, tan prolijo que se deja llevar por la habilidad o lo llamativo de sus personajes que acaban rompiendo del tempus narrativo. Es, sin duda, ambicioso, tanto en la trama urdida como en los problemas planteados y en la forma de contar la historia. Los dos protagonistas de la obra son personajes contaminados por la literatura hasta extremos enfermizos. Simón Cárdenas, el narrador y coprotagonista recibe un mensaje un día que le conmina a incluir en su crucigrama la palabra “Arlequing”. El mismo día se produce el atentado con gas tóxico en el AVE Sevilla-Madrid. El otro compañero es Jaime (Sogro) maniático del ordenador y cinéfilo, algo paranoico, llega a inventar la realidad a partir de sus propias ficciones. Pero la historia no es sólo una contribución de Bonilla a los juegos de rol solamente y para confundir el sueño y la realidad en la mente del narrador sino como dice Rey[3], “pretende algo más que recrearnos, y si recurre a la omnipotencia de la ficción es porque ésta le permite hacer saltar por los aires los "sistemas cerrados" que son los roles, el agobio de la realidad”. El protagonista, Simón, sería la personificación del miedo y el Sapo le propone transformarse para ser otra persona. A la pregunta de Bueres[4], en una entrevista sobre el síndrome de Alonso Quijano, respondía que “hoy en día la mejor ejemplificación del síndrome de Alonso Quijano podrían ser los jugadores de rol, no sólo los adolescentes que juegan en la mesa, sino también todos aquellos que han hecho de sus vidas un juego de rol: los fundamentalistas, terroristas...”. Sin embargo, también es llamativa la tendencia a la metaliteratura, que no sólo existe en esta obra, sino que es un comportamiento básico de su percepción y concepción narrativa, que lo acercaría, como digo, a Cervantes o Borges, y también a Chesterton o Monterroso. Por eso dirá que quería “hacer literatura” y que la intriga sólo la utilizaba como trampolín para otras cosas y por este motivo la novela estaría llena de digresiones.

       Cansados de estar muertos (1998) desarrolla la historia de unos personajes que, como su propio título indica, están cansados de estar muertos, pero no aspiran a seguir así sino a tener una vida intensa. Fausto encuentra a Morgana en el tanatorio, donde se halla en el velatorio de su madre, Claudia, de quien estuvo en su juventud enamorado Fausto, quien enviaba cartas que ella no abría. Se piensa que Chopped ha profanado el cadáver de Claudias y la ha violado, pero la sospecha recae en Fausto a quien Morgana creará culpable. Sus personajes son desechos de la cantina del tanatorio. Bueres[5] considera que es una “reflexiva, e inteligente fábula que conjuga lo visionario y lo realista con innegable acierto” pero crítica la tendencia a una cierta autocomplacencia en los descubrimientos[6]. Se puede considerar como una fábula también de reflexión y pensamiento, de naturaleza incluso filosófica y mítica dotada de una gran simbología y un evidente aliento poético. El eje del relato, por tanto, estaría compuesto por la integración de anécdotas de base real “y por sueños, pesadillas y alucinaciones cuya naturaleza fantástica se contrarresta con la precisión en los detalles menores y con significativas referencias a situaciones de la vida cotidiana de hoy”.[7] En definitiva el mensaje es bien simple: las diferentes formas de reaccionar de los mortales ante su miedo en medio de una atmósfera difícil de creer en la que los personajes son absolutas caricaturas.

        Aquella “anormalidad” a la que se refería[8] se pone de manifiesto en su libro de relatos, La compañía de los solitarios (1998), donde se observan influencias de Virginia Woolf, Kafka, Cortázar... Sus personajes, hundidos en la más absoluta miseria de la soledad, viven sus conflictos especiales y ellos, en sí mismos, también son entes especiales en cuanto están al límite de la sorpresa, configurándose como vidas “extraordinarias” en cuanto se salen del flujo de la normalidad. Así podemos hallarnos a un chico que en mitad de una desgraciada familia añora a la joven que le salvó en la playa, o la historia de un viejo que al tiempo que publica ofertas de empleo canta a los candidatos una nana que había escrito para el hijo suicida; la metanovela se presenta en el relato del novelista a quien proponen escribir la historia de otro colega un tipo; surge la figura de un joven escritor que envidia a otro frustrado; o la de una niña de doce años que se anuncia en un suplemento juvenil. Decía Oliván que en esta obra se presentaba con una gran evidencia el juego de los espejos que no sólo se centraría en La compañía de los solitarios y se observan los ecos de obras anteriores[9]. En "Los calcetines del genio" utiliza, como en otros de sus textos, por ejemplo, “El millonario Craven”, la historia de la literatura dentro de la literatura. En esta historia conocemos el viaje a una isla de una traductora que se ve atrapada por una ficción que lleva a cabo el famoso escritor al que debe traducir: una historia de pederastas y violencia sádica. En una línea similar se halla "El millonario Craven", en el que el escritor Báguena recibe de parte de Craven el requerimiento de escribir una historia cuyo argumento ya había escrito antes de morir Ismael Lara. Lo acepta el trabajo  pero se da cuenta de que Craven se dedica a falsificar textos literarios[10]. Aquí, como en otras obras suyas, de lo que trata es del tema del falseamiento  de la realidad, de su suplantación, un tema que ya había desarrollado en Nadie conoce a nadie. Decía Camacho[11] que “el libro muestra a las claras que Bonilla, forjado en una escuela de literatura americana profundamente autorreflexiva (Nabokov, Borges, Auster) no está particularmente interesado en la vida que hay más allá de la literatura”

      La noche del Skylab (2000) lo conforman catorce relatos en los que Bonilla da su visión sobre el mundo actual desde diversas perspectivas, siempre llevado por una actitud crítica que no llega al panfleto y por una constante ironía y sarcasmo que advierte de esa capacidad que para el juego posee su prosa. Se podrían agrupar los relatos en dos grupos, en uno de ellos estaría formado por los que presenta un ludismo bonilliano entre la realidad y la ficción y en el que surgen seres estrambóticos y llamativos, como, por ejemplo, en el “Saltador de altura”, donde hay un olímpico que se frustra en “Amor ciego” sobre una niña invidente. El otro bloque desarrollaría el tema del fracaso y las desilusiones o desbordamientos anímicos en la sociedad actual[12]. Desde un ámbito amplificado lleva a cabo un análisis de la soledad en la que se encuentra un pueblo que vive de la llegada de una nave espacial, pero también se centra en las relaciones familiares como “Dvorák nunca había sonado mejor”, etc. Según Basanta[13] el título del penúltimo cuento, “Los abismos cotidianos”, uno de los más largos, podría servir para enunciar el tema general de todo el libro. Pues de “abismos cotidianos” se trata en forma de íntimas ansias producidas por aspiraciones no satisfechas en una permanente confrontación entre el deseo y la realidad.

         Los príncipes nubios (2003) incide en uno de los asuntos de la modernidad, el lugar que ocupa el ser humano en ella y las relaciones de poder que se establecen de modo que el ser humano acaba deviniendo un ente que no es dueño de su propio destino. Aborda la exposición minuciosa de unas vidas humildes, perseguidas por algo que no pueden controlar, siguiendo claramente la estela de Kafka. Según Girón[14], “en Los príncipes nubios el empobrecimiento paulatino de la realidad nos lleva, junto a su singular héroe, a un terreno esquivo donde se deforma la división entre lo objetivo y lo subjetivo. Donde la irrealidad del otro nos empuja a despreciarlo, suprimirlo o desear transformarlo a nuestro parecer”. La novela posee el don de la oportunidad, pues es un tema al que todavía no le han hincado habitualmente el diente los narradores. La historia de la venta de los cuerpos de los inmigrantes para asuntos sexuales no sólo mueve a la denuncia social sino también al morbo. Moisés Froissard Calderón era un artista que entretenía a los niños de un suburbio de Bolivia, pero en poco tiempo se ha dedicado a cazar a los inmigrantes que zozobran en las pateras llegadas a las costas españolas y son dados a un club donde se emplearán para producir dinero y sexo. Este antro o club en donde son detenidos tiene agencias y delegaciones en todo el mundo. Pero lo más llamativo es el punto de vista que adopta la novela, el del narrador-testigo de los acontecimientos que desde el interior de esta organización mafiosa cuenta de modo cínico todo el proceso y trata continuamente de justificarse. Una doble moral que intenta aprovechar el narrador para justificar su actitud canallesca.  En este sentido se plantearía también el tema de a quién se debe considerar como héroe en nuestros días, como se observa hacia el final. Según Fernández Porta[15]: “El pasaje en cuestión incluye una paráfrasis ampliada de un poema anterior, "El superhombre", publicado en el segundo y aún reciente poemario del autor jerezano, El Belvedere. El superhombre, según Bonilla, rema el fango de las rutinas, domicilia su nómina, se atasca en la Escila de la letra del coche o arriba a la Ítaca del fin de mes. A falta de épica, se impone el heroísmo del día a día”. Este punto de vista produce una actividad deformante en el personaje y en la novela en sí que ha sido definida, en cierto modo, por el propio autor como esperpéntica: “Sí, la referencia esencial de esta novela es la del esperpento. Contra la idea de Sthendal de que la novela debe ser un espejo colocado a lo largo del camino, yo juego a que ese espejo sea deformante, un espejo como los que utilizaba Valle-Inclán”[16]. Y añade sobre el tono corrosivo de la novela: “Yo siempre he escrito con humor, pero nunca ha sido tan corrosivo y tan constante. El humor da el tono de la novela”. Así decía Basanta[17] que el mayor acierto de la novela está en la “envoltura humorística con que se narran peripecias de suma gravedad”.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


[1] Mesa Toré, J. A. (2000): “Borges, Bonilla, Matilde y Margot” en Cuaderno de Máquina y poesía dedicado a  Juan Bonilla, Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga, pp. 6-7.

[2] Oliván, L. (2000): “La compañía de los solitarios de Juan Bonilla” en Clarín, nº 25, enero/febrero. : “En este sentido coincide con Víctor Sklovski, para quien la literalidad residía en la dosis de extrañeza que era capaz de despertar un escritor en nosotros. Así que de lo que se trata es de meter un palo en la rueda de la realidad y hacer que pierda el equilibrio o que definitivamente se estrelle”.

[3] Rey, C. (1996): “Nadie conoce a nadie de Juan Bonilla” en Ajoblanco, abril.

[4] Bueres, E. (1996): “Entrevista a Juan Bonilla” en Clarín, Mayo-Junio.

[5] Bueres, E. (1999): “La teoría del caos aplicada a un escritor imprevisible” en Clarín, nº 20, marzo/abril.

[6] Ibidem. Así dice de Vicent Breitner que le dedica demasiadas páginas y su exagerado protagonismo genera fallos ostensibles de tipo estructural: “Y la solución es bien sencilla: todo lo que se cuenta sobre Breitner funcionaría estupendamente en un cuento autónomo, pero en la novela pesa como una escultura de Chillida...”.

[7] Basanta, A. (1998): “Cansados de estar muertos” en El Cultural de La Razón, nº 8, p. 15.

[8] Un concepto que ya había credo Julio Cortázar, generador de mundos extraordinarios en medio de la cotidianidad.

[9] Oliván op. cit. , por ejemplo, "El paracaidista" aparecía en su novela Cansados de estar muertos y algunas frases como "uno se suicida porque está harto de morirse, porque se sabe su futuro de memoria y por lo tanto puede prescindir de él"...”

[10] Báguena descubre que Craven podría incluso haber matado a Lara para falsificar su novela. Eventualmente, descubre también que está atrapado en la trama de Craven y que debe encontrar una vía de salida para salvar su propio pellejo.

[11] Camacho, J. (2000): “Juan Bonilla, La compañía de los solitarios” en Barcelona Review, núm. 18. Dice: “Si el principal prejuicio de los críticos hacia su obra se basa en el metaficcionismo y en la condición de argumento intelectual de muchos de sus relatos (por oposición a una supuesta ficción que "trata de la vida"), el relato "El mejor escritor de su generación" es una réplica burlona pero firme a este tipo de juicios críticos. Formulado directamente como una teoría literaria, este relato formidable, tal vez el mejor del libro, niega con rotundidad que la vida se halle en el origen de la escritura literaria y, además, incluye todo un discurso crítico en broma acerca de Nadie conoce a nadie”.

[12] Un campo de fútbol (en “El Dios de entonces”) puede servir para hacer coincidir a la víctima y su verdugo en la misma sensación, conformando una ironía sobre los límites de la antinomia y la guerra personal. Le llama la atención a Bonilla esos espectadores que se siente noqueados ante una programación basura, por ejemplo en “La ruleta rusa”.

[13] Basanta, A. (2000): “La noche del Skylab de Juan Bonilla” en El Cultural de El Mundo, 22 de noviembre.

[14]Girón, A.: “El empobrecimiento paulatino de la realidad” [en línea] Dirección URL: <http://www.revistanumero.com/38rese.htm>: “La perplejidad en que nos deja el tránsito del narrador nos acerca al esperpento ético que es nuestra sociedad hoy. No se postula amoralidad, no hay cómo: el joven desubicado que pasa de ser un artista sin fronteras (y sin convicción) de una ONG en las afueras de La Paz, a cazar hermosos desheredados para una poderosa multinacional de prostitución, no representa más que el tono en que discurre el presente, dominado por el beneficio como regla única, incluso para las relaciones interpersonales, que se producen sólo en términos funcionales”.

[15] Fernández Porta, E. (2003): “Juan Bonilla, Los príncipes nubios” en Barcelona Review,  mayo-junio,  n° 36: “En una lectura poco atenta esta idea pudiera confundirse con un himno a la estética de la experiencia cotidiana y a la grandeza de los donnadies, que tan insípidos frutos viene dando en la poesía española de la línea va-venga-no-nos-las-demos-de-intelectuales-y-escribamos-para-el-honesto-peatón-de-la-calle-lírica”.

[16] Velázquez Jordán, S. (2003): “Entrevista a Juan Bonilla” en Espéculo, nº 23. Y añade el escritor: “Y en absoluto me molestaría si alguien dijera que es una novela humorística. De hecho, sin este tono festivo no hubiera podido acabar la novela. Empecé a escribirla en Roma y vi que aquello no iba a ninguna parte, así que la tiré. Pasó un año y medio, y cuando me puse de nuevo a escribirla, vi que lo que fallaba en la primera redacción era que no tenía ese tono de humor”.

[17] Basanta, A. (2003): “Los príncipes nubios de Juan Bonilla” en El Cultural de El Mundo, 27 de febrero. . Así el protagonista sin escrúpulos y narrador sin sentimientos se vale de la ironía y el humor como procedimientos distanciadores para evitar el mero alegato social. Los recursos en este campo son múltiples, desde la irónica denominación de Club Olímpico o el nombre de “narrador omnisciente” aplicado al Rottweiler de la amante del protagonista hasta juegos de palabras como “etereosexual-estereosexual” o “amortizarse- amortajarse”. Pero el más significativo está en las frecuentes reflexiones lúdicas acerca de la convivencia y necesidad de un narrador omnisciente para contar los recovecos de la historia a los que el narrador y protagonista no puede acceder y que, irónicamente, está señalando”