Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ CENIZO JIMÉNEZ
A PROPÓSITO DE "VOLVER A CIUDAD REAL" DE FRANCISCO MENA CANTERO

José Cenizo Jiménez

Francisco Mena Cantero

 

         Somos lo que fuimos. Vivir es siempre volver. Francisco Mena Cantero, maduro poeta forjado en premios y libros de contrastada calidad, así lo entiende, y muy especialmente en su última entrega, Volver a Ciudad Real. El título parece algo prosaico, pero estas páginas esconden emoción expresada con técnica depurada y alcance existencial y lírico. Poesía en definitiva. Honda palpitación del espíritu. Se enfrenta el hombre, pasada ya la edad de la jubilación, cumplidos tantos años, vista tanta esperanza y desesperanza, al retorno, la nostalgia del mejor paraíso posible: la infancia. En su caso, supone un retorno físico y sobre todo poético y sentimental a su ciudad de origen, Ciudad Real. Casi toda su vida lleva, sin embargo, en Sevilla, al frente de una colección de poesía duradera y prestigiosa, Ángaro.

         El paso del tiempo, el desencanto, el aliento de la muerte, la memoria… Son los lugares comunes de toda poesía, y están aquí muy presentes. El regreso es la constatación de que el tiempo huye:

Cuando la vida marcha hacia el final

es como si quisieras

alejarte del mundo, como un anacoreta

buscando

la eterna soledad.

Aunque no te refugies en el tiempo

aún continúas en el puente

viendo pasar la vida, el tiempo, lluvia

repitiendo tu nombre          sin cesar.

Y está cayendo la tristeza

sobre los hombros que hoy soportan

la desnudez del agua y su condena.

         Mucho nos ha llegado el poema “Los muertos”, breve e intenso como una espina, una enumeración interrogativa y directa, desasosegada:

¿Ignoran

que jamás pronunciarán

amor;

ni estrenarán más gloria

que las cuatro brazadas de tu tumba

o eternidad crecida

en la total indiferencia;

ni que están ahorrando para siempre

la palabra dolor?

         Ahorrando para siempre la palabra dolor, pero también la palabra amor, luz, o tantas otras bellezas de la vida. Sólo olvido y desapasionamiento parece haber ya en las alforjas del poeta, apenas alegre por el consuelo de la amistad o la familia o por algún destello de ternura. Un regreso a la patria pequeña, y a la grande, la verdadera, la de la infancia, lleno de alumbramientos convertidos en poesía. Pocas veces se canta lo que tenemos, casi siempre lo que ya no tenemos. Lo que se pierde. Para volver a tenerlo para siempre a través de la palabras, para nosotros y para los otros.