Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
CARLOS BENÍTEZ VILLODRES
Acerca de "El libro de la sed" de Manuel Senra.   Guadalturia Ediciones, Sevilla, 2012

Carlos Benítez Villodres

Manuel Senra

Edita: Guadalturia

 Ciertamente, Manuel Senra nos ofrece, en esta ocasión, como en las anteriores, un poemario monotemático, El Libro de la Sed, de una impresionante riqueza lírica, por lo que los amantes de la Poesía debemos sentirnos agradecidos ante este don recibido del poeta. Un regalo que nos permite gozar de la belleza, tanto intrínseca como extrínseca, y de los valores vitales, deslumbrantes, del poeta, que impregnan de sentimientos y emociones el mundo interno del lector desde la genialidad y la originalidad del autor.

         Cuanto más nos adentremos en los poemas de El Libro de la Sed, mejor conoceremos los entresijos del pensamiento de donde brotó, en su día, la savia poética que se extiende y propaga, como un dédalo de imágenes nuevas, por la siempre compleja mente del lector ávido de emotividades y sorpresas siempre gratificantes.    

         Del fluir de su grandeza de espíritu, Manuel Senra nos hace partícipes de los signos y manifestaciones que habitan en la memoria y en la esperanza del hombre que es consciente de la temporalidad y las tendencias humanas. Recuerdos y esperanza que presiden la vida de cualquier hombre que cada día se acerca más y más hacia ese horizonte que palpita tras las fronteras del arte poético, donde la creatividad convive, sin problemas, con la percepción de lo cotidiano y con la búsqueda de la Verdad, incrustadas ambas en las ultimas ramificaciones del pasado-presente.

         Manuel Senra, eligió para su obra el título de El Libro de la Sed. Elección acertadísima por el contenido del mismo y por el contexto que anida bajo sus versos. De ambos, el lector liba serenamente las sustancias de una vida, que evocan los caminos recorridos y los aconteceres personales en unos tiempos cruciales para el poeta.

         Senra al crear estos poemas siente la misma “sed” que, en otros tiempos le hizo escribir a Pablo Neruda: Sed de ti me acosa en las noches hambrientas. / (…) De sed. Sed infinita. Sed que busca tu sed. / Y en ella se aniquila como el agua en el fuego. //  La sed de Manuel Senra y la de Neruda es la misma a la que se refiere Luis Eduardo Rendón cuando refiere que “la verdadera poesía es lo incorruptible: agua que se bebe de siglo en siglo, de mano en mano, de boca en boca, de hora en hora, sin descomponerse jamás. Semejante agua o deseo de la sed de ser, nos arroja hacia todo pacto, hacia toda perduración, hacia serlo todo en comunión. Porque es eterna la sed es siempre joven, más móvil aún que el tiempo, que la diversifica: cada ser es una sed distinta”. ¡Tengo sed, sed ardiente!..., escribió la poeta uruguaya Delmira Agustini en su poema a “La Sed”, y concluye el soneto: Bebí, bebí, bebí la linfa cristalina… / ¡Oh, frescura! ¡Oh, pureza! ¡Oh, sensación divina! / -Gracias, maga-, ¡y bendita la limpidez del agua! // Al evocar estos versos sobre la “sed íntima” del poeta, del hombre, recuerdo aquellos versos del cantaor ciudadrealeño Jacinto Almadén: Vive tranquila mujer; / que en el corazón te llevo, / y aunque lejos de ti esté, / en otra fuente no bebo / aunque me muera de sed. //

Comienza la obra, que hoy nos ocupa, con un exordio de Francisco Basallote, eximio escritor y poeta. En dicho Prólogo leemos: “Define el poeta argentino Aldo Luis Novelli a “La sed, territorio del poema…”. Y en ese territorio Manuel Senra se desborda como un río de agua pura y transparente como es la verdadera poesía, en la que con la sed más antigua se nos manifiesta rotundo, y a la vez sencillamente claro con la cristalina fluidez de su verso, que liberado de algunos dogales es a la vez torrente y remanso, vuelo y sendero hacia las profundidades donde la palabra se hace potente grito y a la vez sibilante susurro, o sugerente silencio”.

El Libro de la Sed lo dividió su autor en dos partes bien diferenciadas. La primera, “Añoranza”, consta de 18 poemas, y como su nombre indica el poeta se refiere aquí a esa “sed” que le produce la nostalgia del tiempo transcurrido. Una morriña emblemática, envolvente y multidireccional, de donde manan unos versos expresivos y empapados de vivencias y signos, de imágenes y contrastes, de luces y sombras… Y como tú y tu sed vivís en mí hace tiempo, / deseo que sea cierto / lo que el amor retiene en mi memoria. // No siempre es sed de amor; hay sed de muerte, / y sed de angustia, de dolor, de llanto… / Altísima pirámide de la ambición del hombre. // (“Saciada ya la sed…”, p. 16).

Obviamente, cualquier ser humano que camina por el tiempo, por la vida, necesita saciar su “sed”, tanto fisiológica como espiritual, pero a veces no hay “agua” con la que saciarla. Por consiguiente, el poeta, desde el presente, rememora los años pasados y reflexiona, ante una serie de capas de niebla más o menos densa y húmeda, aquellas etapas pretéritas, en relación a la “sed” que padeció o que no la sufrió, es decir, en qué épocas tuvo “sed” o, por el contrario, vivió satisfecho. Si todo queda atrás es porque el tiempo / es la mano invisible que abandona / la vida. Y comienza la espera… / (…) Pero eso es sed de espera. Así que entonces, / tendremos sed mientras exista el agua. //  (“Si todo queda atrás es porque el tiempo…”, p. 21).

“Lavando claridades” tituló Manuel Senra la segunda parte de El Libro de la Sed, que consta de 15 poemas. Si en la primera parte el autor se refiere al pasado, en esta otra alude al presente y a todo lo que éste engloba. En estos poemas, nuestro poeta prosigue la búsqueda “de la verdad, de la luz, del signo irresoluto…”, como leemos en el prólogo. La noche se ha dormido. / Y la piel de la luz / no será día ya hasta mañana. // (…) Y aunque la sed no duerme, / aquí estaré esperando / a que las damas negras de la noche / posen sus pechos cerca de mi boca. // (“Párpados”, p. 53).

En esta parte, hay también, desde la soledad, una búsqueda del amor, un acercamiento espiritual a ese sentimiento, según se interpreta en Occidente, relacionado con el afecto y el apego, y resultante y productor de una serie de emociones, experiencias y actitudes. Rompe en sonidos la palabra “vida”. / Y esa caricia dulce de la carne / es más que una mirada. Porque / la risa siempre mata a la tristeza. // (…) Y aseguro / que tan solo sus labios / enjugarán un día / la sed que aún no destierro de mi boca. // Vida que hemos perdido en tanto tiempo / ya nunca volverá. / Se la han llevado. // (“Solo”, p. 55).

         En los 33 poemas que componen El Libro de la Sed, predominan los versos heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos combinados a gusto del poeta. Poemas estos que nacieron enriquecidos, gracias a los variados procedimientos retóricos que utilizó el autor durante la creación de los mismos.

Con esta obra, Manuel Senra, escritor y poeta nacido en Arcos de la Frontera (Cádiz), aunque afincado en Sevilla, refuerza la consolidación de su presencia en el mundo literario español. Tiene publicados tres poemarios: “Presencia del amor” (1972), “Oasis prohibido” (2008) y “Antología personal” (2010), y fue incluido en la Antología “Poesía española: una propuesta. De la generación del 68 a la del 2000”, por Víctor Pozanco (2008). También vio la luz en 2009 un libro de teatro infantil, “Dignipiritutifláutico”.

A lo largo de su trayectoria ha conseguido varios premios y menciones, y en 2010 fue candidato al Premio de la Crítica Andaluza.