Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
FRANCISCO GIL CRAVIOTTO

Francisco Gil Craviotto

Leonor (esposa de A. Machado)

El primero de julio de 1912, falleció Leonor, la esposa, musa y gran amor de Antonio Machado. Tan sólo tenía diecisiete años.

 

         Leonor, hija de Ceferino Izquierdo y de Isabel Cuevas, -él sargento de la Guardia Civil y ella, de profesión “sus labores”-, había nacido el 12 de junio de 1894 en el castillo de Almenar, provincia de Soria, a la sazón casa-cuartel de la Benemérita, A raíz de su jubilación Ceferino y su mujer se trasladaron a Soria y allí abrieron una humilde pensión. Entre sus clientes había un joven poeta, profesor de francés del Instituto, Antonio Machado Ruiz, que muy pronto empieza a intimidar con Leonor, una de las niñas de los propietarios. Al fin termina perdidamente enamorado de ella. En esa época, según cuentan cuantos la conocieron, “Leonor era una niña menuda, trigueña, de alta frente y ojos oscuros, con mucha simpatía y alegría”.

 

Tras un breve noviazgo, el 30 de julio de 1909, Antonio y Leonor contraen matrimonio en la iglesia de Santa María la Mayor de Soria, Él tenía treinta y cuatro años y ella tan sólo quince, cumplidos mes y medio antes. Viaje de novios a Zaragoza, San Sebastián y Madrid. De nuevo en Soria la pareja se instala en la Calle Estudios, 7. La felicidad total. Pero fue breve, muy breve. En 1911, Antonio Machado obtiene una beca de ampliación de estudios y aprovecha la ocasión para llevar a su mujer a París. Fue allí donde, una noche de agosto, Leonor sufre un vómito de sangre y Antonio, destrozado, descubre la terrible enfermedad que aquejaba a su esposa: la tuberculosis, una enfermedad entonces incurable. Después de varias semanas en un sanatorio, decidieron volver. Los aires purísimos de Soria eran mucho más aconsejables que los parisinos contaminados con los humos de las fábricas.

 

Desgraciadamente, ni los aires de Soria ni los muchos cuidos del poeta, lograron atajar el mal: once meses después falleció Leonor. José María Palacio, pariente de la difunta y gran amigo de Machado, nos lo cuenta así:

            “Doña Leonor Izquierdo de Machado, tan joven, tan buena, tan bella tan digna del hombre cuyo corazón es todo generosidad y en cuyo cerebro dominan potentes destellos de inteligencia, ha muerto y parece mentira.”

 

Muerta Leonor, ¿qué hacía él en Soria? Para no vivir agobiado por los recuerdos pidió traslado. Fue así como vino a parar a Baeza, “un poblachón entre andaluz y manchego”, en el que tampoco duró mucho tiempo. El traslado no puso fin a su catarata de recuerdos. Así se desprende de la carta-poema que, desde Baeza, le escribe a José María Palacio. En ella, después de preguntarle por la primavera soriana, -“primavera tarda, pero ¡es tan bella y dulce cuando llega!”-, al final termina exponiéndole el objeto de la carta:

 

“Palacio, buen amigo,

con los primeros lirios

y las primeras rosas de las huertas,

en una tarde azul, sube al Espino,

al alto Espino donde está su tierra”.

 

Ese era el objeto de la carta: pedirle a Palacio, su buen amigo además de pariente de la difunta, que pusiera unos lirios y unas rosas en la tumba Leonor.

 

 Poco después,  Antonio Machado resumió aquella etapa de su vida con estas esclarecedoras palabras: “Si la felicidad es algo posible y real –lo que a veces pienso- yo la identifico mentalmente con los años de mi vida en Soria y con el amor de mi mujer”.

 

El destino, que como el amor es ciego, separó para siempre a Leonor y Antonio: ahora ella yace en el alto Espino de Soria y él, al lado de su madre, en el cementerio de Collioure, a unos pocos kilómetros de la frontera española. El día que yo fui a visitarlo alguien había colocado sobre la tumba del poeta un ramo de flores. Recuerdo muy bien que las flores eran de tres colores: rojas, amarillas y moradas.