Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANTONIO MORENO AYORA
Ana Tapia edita una original antología femenina en la que las ideas se congregan en torno a la emotividad que suscitan los pájaros.

Antonio Moreno Ayora

Fin de Viaje. Gójar

Curiosa, amplia y de bella edición resulta la antología Hijas del pájaro de fuego, coordinada y prologada por Ana Tapia en su intento de ofrecer la obra lírica de catorce jóvenes poetisas –nacidas entre los años 70 y 90 del pasado siglo– que dejan en estas páginas la esencia de su creación y de su actividad literaria. Es el bello prólogo de Ana Tapia el que adelanta de ellas, con sutil lirismo, la emoción que va a prender en sus versos justificando de pasada el título del volumen pues escribe: “Para las poetas de la presente antología estas breves criaturas con alas están en cualquier parte”. Es lo que el lector comprobará en la lectura que haga de cada una de ellas, a las que previamente se ha dejado explicarse a través de una poética individual y enseguida mediante varias páginas que recogen sus textos poéticos.

         Es la madrileña Rocío Álvarez Albizuri quien abre el volumen para expresar, como un lema del conjunto, que “Solo la poesía está libre, está limpia y permanece pura”, algo que se constata en sus versos que sondean precisamente la pureza del mundo sabiendo ya de antemano que “Hoy velaré durmiendo o dormiré velando. / Soy un pájaro diamante”. Tras ella resplandece en la antología la luz lírica de Mar Benegas, conocido nombre que tras admitir que “La metáfora del pájaro me acompaña en toda mi poesía”, adjunta varios poemas breves en que palpita justamente tal simbología para defender la libertad, la pureza, la fragilidad y el candor de la palabra. En la palabra, sin duda, se ahonda el sentir de la almeriense con residencia en Granada Bego Callejón, experta poetisa que define el poema como “Una llamada contra la desesperanza”, y a partir de ahí nos aboca a unos versos –prosas a veces– que con múltiples referencias también a los pájaros analizan tan íntimas vivencias como el estremecimiento, la tristeza o el dolor que revolotean íngrimamente en “un cuerpo tatuado de palabras de alaridos de sombras” (sic). Y es esta perspectiva de Bego Callejón (que escribe además que “La palabra es un dolor hereditario”) la que da acceso a una nueva creadora, Carmen Camacho –jienense de Alcaudete– para que esta inunde su pensamiento con la imaginería paseriforme de la que surgen la sorpresa, la compasión y el culto al mito.

         Con un primer libro de poemas que data de 2001, Mar vertical, Maite Dono aspira a que su poesía sea una respuesta a cualquiera de sus emociones o cuitas, y de tal actitud nacen para esta ocasión innúmeros sentimientos que descubren su amor por las criaturas aladas que tanto la conmueven y “con amor en forma de música celestial”. Después de esta otras dos voces, la de Ana Gorria, de estilo y dicción muy particulares, y de Ruht Llana, cuya poesía conocíamos desde que fue antologada en Tenían veinte años y estaban locos (2011) –volumen que igualmente recoge algún que otro nombre de las aquí citadas–; a ella sigue Laia López Manrique, que este mismo 2012 ha editado los poemarios Mujeres que aman a mujeres (Vitrubio) y Deriva (Prensas Universitarias de Zaragoza), autora aquí muy bien representada asumiendo el papel de analizar las asunciones femeninas (“eres cuerpo caída libre / eres extremidad curva / zanja / articulación que se rompe”) y de enfrentarse a su imparable caudal de emociones de la infancia o la edad adulta (“Soy un pálpito macizo que golpea el tiempo, / un sonido mortal que nadie escucha. / Mi única pasión es el trasiego / y en torno a él bato las alas furiosamente”.

          Del pensamiento de Sandra Martínez, que la editora dice que “Le escribe y le llora a la vida”, y que la poeta puede llegar a identificar con “Un pío / inútil, / detrás de otro”, surgen sintagmas como “corazón desgraciado”, “muerto en soledad”, “gran temor”…, si bien todos esos estados psíquicos se salvan gracias a la palabra, y por ello tiene miedo de que “no necesite más nunca palabras”. Precisamente de una discusión entre palabra, símbolo y metáfora nace la teoría poética de Valerie Mejer –Premio Internacional de Poesía Gerardo Diego 1996–, en consonancia con la cual insiste de nuevo en el significado de la tristeza y del llanto reordenando símbolos de pájaros como el halcón o la paloma, intentando demostrar su convicción de “qué calle más interminable es la de todo lo que no es poesía”. Con respecto a ellas, divergente parece, en principio, Luna Miguel –poetisa muy joven que publica desde solo hace varios años–, ya que su poética se reduce a siete palabras que formulan esta afirmación: “En realidad detesto a todos los pájaros”; lo cual no es verdad pues estos aparecen y desaparecen en sus poemas (“Soñé que atrapaba / gorriones al vuelo”) e incluso en sus titulares: “Lady Bird”, donde aflora un sentimiento femenino compartido al decir que “Hoy el dolor de mis alas / es el de todas las mujeres”.

         Una amplia trayectoria poética es la que caracteriza a Olga Novo, con libros publicados desde 1996 –año en aparece en gallego A teta sobre o sol– y que define su lírica como “una llamada o una llamarada”. Aquí ofrece tres poemas en texto bilingüe español-gallego reincidentes en parte en la preocupación amorosa gracias a la cual se transforma en una mujer “que es capaz de alzarse sola sobre las miserias del mundo”.

         Jovencísima poeta y con obra muy reciente es también Emily Roberts, avulense de nacimiento y residente en la localidad holandesa de Utrech. Ella aspira a que la escritura abarque toda motivación de su ser y de ahí que diga que “escribir es construir… Escribir es regresar a esos lugares que nunca te pertenecieron”, concluyendo que “En realidad, solo escribo porque no pude ser pájaro”. Continuación de este aserto son, sin duda, sus poemas, pues en los cuatro que aporta al volumen son estas avecillas referentes constante, y por ello llega a escribir, por ejemplo, que “Conocer una ciudad, en realidad, es inventar sus pájaros / y rezar”. Tras ella, muy bien situada en el orden de esta antología, está el nombre de la almeriense María Ramos, quien la cierra con unos versos que podríamos calificar como conclusión de todo su contenido y su propósito, pues en ella hemos encontrado sobre todo “Pájaros. Poesía. Palabras.  Palabras que son vínculo, recurso. Palabras que son imágenes. Metáfora y realidad. Palabras que son nuestro propio reflejo”. Ella adopta un tono cálido, dulce, vertiginosamente amoroso, estilísticamente narrativo y de apasionado léxico donde el pájaro sigue siendo símbolo y entorno: “El colibrí bien podría / posarse en mis pezones. / Pequeño fantasma. / Me abro a él / y sus alas / me ciegan. / Sus alas / ocupando / toda existencia”.

         Es importante lo que Ana Tapia nos explica en su prólogo sobre estas poetas que antologa, a las que hay que leer teniendo en cuenta que para ellas “un pájaro es mucho, muchísimo más que un simple pájaro”, y a partir de la amplitud de sugerencias que puede despertar añade que esta es “solo una pequeña muestra de la poesía actual que permite que las aves se cuelen continuamente entre los versos”.