Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
MANUEL QUIROGA CLÁRIGO
A propósitio de "La sonrisa de Ana", de Encarna León.   Edita GEEPP Ediciones, Melilla, 2013

Encarna León

Manuel Quiroga Clérigo

Edita GGEPP. Melilla, 2013

¿Quién pudo condenarnos a perder los edenes, quién quiso castigarnos a vivir entre llantos? Si nadie nos responde a estos interrogantes es porque el mundo, infame, se ha deshumanizado. Las mujeres y hombres son un grano de arena existiendo en el lodo de todas las miserias. Por eso a veces, alguien, quiere hablar de estas cosas, dibujarnos los cielos que aún siguen existiendo y el infierno profundo del dolor y la rabia. Hoy es una poeta, una madre y esposa, la dedicada abuela que sabe programar afecto para todos y recuerda los días de precaria belleza. Es Encarna León quien nos deja un relato de líricas aristas donde el protagonismo de la felicidad es breve e indeciso y, donde, pese a todo triunfa el amor más plácido. “La sonrisa de Ana” es un espacio abierto a la dicha posible tras esos avatares de maltrato, vileza, que suelen asaltarnos en todos los periódicos o que ocupan lugares preferentes en algunas noticias. “La sonrisa de Ana” relata con firmeza una brutalidad y un amor sin barreras. El bruto es sólo Andrés, borrachín, pendenciero, víctima aleatoria de unos tiempos difíciles, rodeado de amigos egoístas, perversos, que se siente arrollado por todas las vilezas que el vino resucita en los seres humanos, con esa esposa Berta que sufre los maltratos, las palizas, la incomprensión doméstica. Y Maribel, la niña, de esos días borrosos de una adolescencia de ilusiones difíciles, siempre a punto de ser también víctima blanca de desmanes y angustias. En este cuadro escénico Luis es el salvador, ese muchacho limpio, estudioso y amante que decide por fin rescatar a la joven de las garras forzadas de un hogar en  ruina para hacerla su esposa y encontrar un futuro. Cuando al fin llega Ana, producto de ese amor, cuando Andrés ya tan solo es siniestro espejismo del dolor de otros días, la vida se rehace, relucen los espejos, el mundo se reforma con todos los colores de la dicha y la calma.

 

Con estas pertinencias Encarna León, poeta, ha tejido una historia muy común de los años pasados aunque, en algunos casos, sigue existiendo, pues aún vemos los crímenes, atropellados, violencias que penetran sin pausa en todas las noticias, que deshacen a veces las ganas de vivir de las gentes sencillas al no poder luchar con desmanes tan claros, a veces propiciados por carencias y angustias y, otras, sólo reflejo de esos territorios en que suele vivir la maldad, la ignorancia, la infamia pestilente, las carencias de amor, las ruinas domésticas.

 

La autora nos enseña a edificar afectos, a desterrar los odios y a empezar a instaurar la concordia más limpia en hombres y mujeres, más allá de silencios, perniciosas ruinas, impertinencias, dudas. “La sonrisa de Ana”, con el subtítulo de “Historias de posguerra” es el mejor resumen para entender un mundo aún encadenado a incívicos maltratos donde sólo el amor puede salvar a todos los que en él se hunden.

 

Ya lo indica su autora en los preliminares: “La sonrisa de Ana”, no tiene pretensiones de sumergir al lector en una atmósfera inquietante o tensa, propia de narraciones más voluminosas o arriesgadas, tampoco quisiera ser una lectura fugaz o indiferente, pero sí tiene unos claros propósitos de informar y mostrar el lector del s. XXI, que desconoce por completo épocas pasadas, unos cánones socio-políticos y también religiosos, por los que se regía aquella forma de vida en la incipiente dictadura. El relato transcurre en los años cuarenta y es extrapolable a toda la juventud de esos años”.

 

Delicada y enternecedora es la dedicatoria del libro: “A María, mi madre, que vivió en ese tiempo”.