Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Mª VICTORIA REYZÁBAL
Acerca de "Un mundo soñado", de Grace McCleen. Editorial Salamandra, Barcelona, 2013

Mª Victoria Reyzábal

Editorial Salamandra

Grace McCleen

Magnífica primera novela de Grace McCleen, criada en una familia de fundamentalistas cristianos que dieron a su infancia rasgos distintivos extremos y que, a su vez, le han permitido escribir esta narración exuberante, sensible y llena de enfrentamientos entre la razón y la fe, la realidad y la fantasía, por la que su autora obtuvo el premio Desmond Elliott Prize 2012.

La protagonista es una niña de diez años, Judith, quien perdió a su madre al nacer, la cual no tiene relación con el resto de la familia de su padre ni de su madre, ambas distanciadas a causa de sus excentricidades salvo la tía Jo. Judith vive en el mundo asfixiante de las creencias religiosas de su padre y en el del exterior, pleno de diversas contradicciones, agresiones escolares y burlas por su extraña forma de comportarse. En esa frontera, la niña se expresa reproduciendo el estilo bíblico: “Dije: `Voy a hacer campos´, y los hice con manteles individuales, alfombra, pana marrón y fieltro... Y miré los campos y miré los ríos y miré las montañas y vi que todo era bueno”. Así, va construyendo dentro de su habitación una reproducción infantil de la ciudad, un mundo en el que ella pone y quita, al que domina y decora con papeles de caramelos que recoge de la calle, viejos cordones de zapatos, tapones de frascos, hierbajos, junto a otros desperdicios o desechos. Sin embargo, ella no puede manejar a los compañeros de la escuela, por ejemplo a Neil Lewis que la ha amenazado con meterle la cabeza en el váter; no obstante, y aunque sus días están llenos de cosas amargas, ya que resultan necesarias porque se acercan los Últimos Días, el Armagedón, la protagonista quiere a través de su fe conseguir evitar o provocar ciertos sucesos, pues “los caminos de Dios son misteriosos”. Por eso, Judith confirma: “En mi habitación hay un mundo. Está hecho con cosas que nadie quería y con cosas que eran de mi madre, que ella me dejó y he tardado casi toda mi vida en crearlo”, universo que Judith mira desde arriba, en el que altera o redistribuye montañas y ríos, animales y personas, mas todo este equilibrio lo trastoca la amenaza de Neil.

La protagonista está acostumbrada a la idea de la muerte, dado que pronto llegará el fin del mundo, pues este se ha convertido en un Antro de Vicio y Perdición, no obstante los buenos resucitarán para vivir en la Tierra de la Decoración prometida por Dios, donde la pequeña espera reencontrarse con su madre y al fin ser feliz.

La misión fundamental de la congregación que ayudaron a crear su madre y su padre tiene como quehacer predicar, pero estas prédicas suelen acarrear desaprobación, insultos y burlas, por eso cuando la niña escucha el sermón que defiende que la fe mueve montañas, es decir, que todo es posible para el creyente, considera que tal fe es como la imaginación. “Ve cosas donde no hay nada” y “perder la fe es el peor pecado”. Por ello, para evitar que se cumpla la amenaza de su compañero pide que nieve, lo que haría que la escuela se cerrara, de manera que cuando el lunes nieva cree que el fenómeno climático ha sido ocasionado por ella; Judith ha sido capaz de que se realizara el milagro.

El texto narrado en primera persona por Judith permite no solo adentrarse en los entresijos de sus miedos, carencias, culpabilidades y anhelos, sino también en los ámbitos hostiles en los que muchas veces deben vivir los niños, tales como la misma escuela, así como los esfuerzos de lógica -aunque parezcan absurdos- que tienen que realizar para integrar el complejo entramado en el que los adultos mezclan principios racionales con supersticiones, dogmas, sentimientos encontrados y conductas contrapuestas.

Judith cree que es capaz de hacer milagros y esta idea trastocará la existencia familiar, religiosa y social de su progenitor provocando que salten por los aires principios y amistades que parecían intocables. La terca e ingenua fe de la niña y la intransigencia de la congregación, así como la imposibilidad del padre por conseguir que respeten sus posturas, muestran lo difícil que resulta la convivencia en casi todas las circunstancias, pero especialmente cuando los límites de la libertad individual resultan tan constreñidos como en este caso donde incluso peligra la relación paterno-infantil. En esta lucha entre el fundamentalismo y el amor, la autora muestra un estilo destacablemente metafórico en el que la mirada inocente de su personaje reconvierte el oscurantismo en esperanza.