Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
FRANCISCO BASALLOTE
Acerca de "Las horas sumergidas", de Jorge de Arco.   I Premio Nacional de Poesía "José Zorrilla"

Francisco Basallote

Jorge de Arco

Edita: Algaida. Sevilla

 

Jorge de Arco, (Madrid, 1969). Licenciado en Filología Alemana, ejerce como Profesor universitario de Literatura Infantil y Juvenil y Escritura Creativa en la capital de España.


En Junio de 1993, publicó su primer libro, "Las imágenes invertidas". Posteriormente, aparecería “Lenguaje de la culpa”, Premio Ciudad de Alcalá y en 2000 "De fiebres y desiertos", Premio Comunidad de Madrid de Arte Joven, editado por Visor. En 2007 vio la luz "La constancia del agua", en 2009, "La casa que habitaste", Premio Internacional de Poesía San Juan de la Cruz, (Rialp. Colección. Adonáis), y en 2010, su primer libro, de poesía infantil y juvenil," Con el balón en juego" (Hiperión. Col. Ajonjolí.).

Ha traducido poesía alemana, inglesa e italiana. Ejerce la crítica literaria en muy diversos medios. Es director de la revista poética "Piedra del Molino". Es Hijo Adoptivo de Fontiveros, tierra natal de San Juan de la Cruz. Y Académico de la de San Dionisio, de Jerez.

 

Así define su poética  “… la poesía me ha acompañado con rigurosa fidelidad. Más fiable, si cabe, que un amigo o una amante, ha ido perfilando mi condición humana con la plena confianza de que su poder sugeridor, su reveladora esencia, puede convertir en virtud cualquier amarga experiencia, cualquier ingrata realidad.”  

 

Su obra “Las horas sumergidas” obtuvo el Premio Nacional de Poesía José Zorrilla 2013, por “su sentido órfico, melancólico, musical y una intensidad poética que conmueve”, en palabras de Antonio Colinas, integrante del jurado. El que fue Presidente de dicho Jurado,   el académico Luís María Ansón, dice en el prólogo: “Las palabras se le pierden a Jorge de Arco en la región más árida del sueño. Quiere posar los labios sobre los azules túneles del olvido, pero no puede.”, y en un artículo publicado en el Cultural  dice: “Jorge de Arco ha sido para mí un descubrimiento. Estuve en el jurado que le concedió el premio José Zorrilla. Su libro Las horas sumergidas se impuso sin dificultad sobre las muchas decenas de competidores. En Jorge de Arco hay un poeta auténtico, que tiembla de aliento lírico y se robustece en la originalidad de la adjetivación y la metáfora.”

Si en su anterior obra , "La casa que habitaste",  emoción y  ritmo, constituían el soporte poético del poemario y  su contenido se centraba  en la Poesía de la Memoria , estas características se repiten en esta obra, aunque el peso de la emoción amorosa le confiere una intensidad existencial  que sabiamente  imprime  a un verso fluido, de léxico riquísimo, de acertadas metáforas,  con voces recuperadas que a algunos  nos sugieren tiempos y espacios olvidados, y el segundo estructurado físicamente en la indeformable malla del endecasílabo y los musicales pentasílabos y heptasílabos, consiguiendo un melodioso efecto musical.   Aunque la insistente presencia de una intenso   emoción  con influencias lejanas de Heine y de Bécquer, no puede ocultar en su honda verdad claros vestigios de nostalgia, de una nostalgia espacio-temporal y de una nostalgia íntima, en la que se lee tiempo con las manecillas de un reloj de eternidades, y en la que se lee amor con la pureza de la entrega  y se lee ausencia en las dolorosas saetas de soledad y silencio, así como se lee Sur como quien mira a  la luz de su propia sangre.

Consta “Las horas sumergidas” de cuatro partes, numeradas, así como una entrada y una coda .En la entrada, a modo definitorio, dirá sorprendido : “Quien soñó el otro lado de la noche,/ o lo vivió con todas sus estrellas/ apagadas,…/…/ no puede ser el mismo que con pinceles otros/ pintó en el lienzo virgen las esquinas de otra noche vivida detrás de los espejos/…” . En la primera parte, la memoria reivindica  su protagonismo: “No tengo otra moneda que el recuerdo…” dirá, mientras retorna  a una voz, cuyo oleaje palpita: “Con un trozo de mar casi me basta,/con un puñado/ de tierra. Tal vez, sólo / de niebla sostenida./…” , un mar en el que  “Hay una isla al borde de tus ojos,/ un inmenso país/ de ofrendas y caricias./…” y un viento en el que “…vuela,/ alta, la desmemoria.”.  La segunda parte  es un tempo amatorio en el que “…En el misterio súbito/ del último pecado/ quiero posar mis labios, los azules/ túneles del olvido/ que nunca fueron nuestros./”   , y  que se hace dulzura   cuando “Espigo tus vocales, rumio tus consonantes/ y en las venas frutece/ el sol de la memoria./…/ La sal de tu desnudo: inventario solemne/ de una misma y fugaz melancolía.”, o  “Aspiro el tacto/ de tus manos de luna, el barro de tu vientre/ y bebo de la fuente desmedida/ de tus inmensos, verdes ojos./…” .La tercera parte  sería su soledad en el tiempo: “¿A dónde van mis días/ si lo que ocurre se disuelve en muda/ canción/ en pertinaz abismo? “  , retornando siempre: “…Escalo los peldaños de mi ayer/ y araño las estrellas, los milenios/ que sostuvieron mi primera muerte./ Bajo este sol lejano de la tarde/asciendo por vez última/ las empinadas / cuestas de la memoria.”. La cuarta parte es aquella en la que la memoria se hace arcilla primordial, la engalanada altura de la roca matriz, el olivar y el pozo, el pegujal, las cuestas encaladas, el origen denominado el Sur: “ Mi voz es la campana / que rompe / el cristal de la tarde/ abandonada/…/ Hacia el Sur se dirigen los vencejos,/ los siglos más hermosos de mi infancia,/…/ Un pueblo se despierta en mis adentros,/ y en mis venas, sus calles:/ voy diciendo su rubia melodía,/ la luz caliente y sepia de mi ayer.”  .Y en la coda, queda la ofrenda final al tiempo, ese quehacer del destino:  “…El tiempo tiene labios/ de fuego, pero, a veces./como sucede ahora,/ se le quedan al par silenciosos y helados,/ porque en ellos Invierno pone su dedo único: ese que escribe con ceniza y sueño/ lo que volveré a ser, cuando él lo quiera.”

Queda tras su lectura  una especie de quietud en la tarde, como si de pronto, tanta música se extendiera en el silencio necesario para poder medir la enorme tensión  de su belleza, el arco iris de las palabras antiguas tan bien ajustadas al canon de la danza emocionada de la  luz, el brillo que deja en el corazón la espuma que se erige en el vértice de las olas en el imposible adiós azul al mar de lo que fue intensa entrega. Queda suspensa la clepsidra en “las horas sumergidas”.