Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ ANTONIO SANTANO
Acerca de "Las pequeñas espinas son pequeñas", de Raquel Lanseros.   Edita: Hiperión

José Antonio Santano

Editorial Hiperión

Raquel Lanseros

 

 

 Decía el gran poeta cordobés Manuel Álvarez Ortega, recientemente fallecido, que «solo el lenguaje puede reflejar el universo múltiple y contradictorio del existir», que «el poeta tiende a identificarse en cada una de las múltiples metamorfosis, con todo lo que vive o ha vivido paralelamente a sus existir». Lenguaje y vida, experiencia trascendida en la palabra, inspiración y búsqueda, reflexión, emoción, sentir profundo, paisaje y paisanaje, el “yo” y la otredad en un mismo ser, en una especie de suerte de alquimia que ahonda en la concepción del mundo desde el mundo interior del poeta, en este caso, de la poeta que es Raquel Lanseros. Desde el primer poema contenido en «Las pequeñas espinas son pequeñas», hallamos el latir de la vida, la frescura del verso y el temblor de la palabra, en sí mismo, una declaración de principios de Lanseros: «Porque no vive el alma entre las cosas / sino en la acción audaz de descifrarlas, / yo amo la luz hermana que alienta mis sentidos», para añadir seguidamente: «La verdad no está en nadie, y aún más lejos / yace del rey que de cualquier mendigo», pero es la palabra, ese don, alma y cielo del poeta, la que alumbra y alimenta los silencios, y así su reclamo: «Poned en mi sepulcro las palabras», y concluir, en esa búsqueda continua: «La verdad no está en nadie, pero acaso / las palabras pudieran engendrarla», aludiendo a una única palabra: contigo («cuando la eternidad se pronuncia contigo»). Llama la atención de este poemario la voz personalísima, el estilo, el lenguaje, y asombra, la atinada mirada, el oficio en la resolución de cada uno de los poemas, ese remate lúcido de las palabras precisas, del éxtasis poético por decirlo de alguna manera. Y algo tiene que ver su discurso metafísico y místico a lo largo del poemario. Raquel Lanseros es una voz joven pero al mismo tiempo reflexiva y madura, aprehendida de los libros, de la más culta tradición poética española. De ahí que la temática sea variada: el amor («De toda humana falta, yo me acuso. […] Que más preciada empresa no concibo / que deshojar mi vida mereciéndote»), el paso del tiempo, la Historia, el dolor («Duele el dolor, decías, pero si uno es valiente / las pequeñas espinas son pequeñas») la muerte («Maldición o venganza, la muerte  nunca olvida / ni distingue estamentos, procedencias o credos», la vida misma («La vida / es hermosa como una novia al alba»), aludidos en la primera parte del poemario: Cuanto sé del rocío. Tres partes más componen Las pequeñas espinas son pequeñas: Cónclave de mariposas, Croquis de la utopía y El pasado es prólogo, en todas aflora lo metafísico y lo místico, como denominador común. De Cónclave de mariposas destacaría el poema “la mosca”, por la esencialidad poética de un acto cotidiano: «Esa mosca soy yo / y mi mano es el tiempo», también  Villancico remoto, que tiembla en la nostalgia del pasado, de  la infancia: «Dicen que el musgo duele y acaso eso sea cierto / pero en la infancia el frío todavía no existe […] Bajo las noches largas  del filo de diciembre / sigo buscando el musgo que me devuelva a casa». Con la segunda parte, Croquis de la utopía, viajamos hacia lugares y universos distintos, en los cuales la poeta es testigo de su tiempo y su mirada como el cálido fuego del hogar, sea en poemas como La rendición de Breda: «Siempre es así. La sangre de los desposeídos / viene a saldar la deuda / de la eterna codicia de unos pocos», o, en El precio del ventajismo: «¿Están todos contentos? / Todos no, el corazón / envejece y se atrofia / de tanto bombear hipocresía. / Quizá después de todo / exista algún atisbo de justicia». De la cuarta y última parte de este poemario, El pasado es prólogo, interesa el aspecto narrativo de algunos de sus poemas (El ombligo de la luna), la emoción en otros (Faros abandonados, Diálogo hindú, Cae o cayó), la realidad en La aritmética, o, simple y llanamente la esencialidad poética que, de forma magistral, Raquel Lanseros resume en el último de los poemas, Himno a la claridad. Poema definitivo y definitorio de la mirada serena y reflexiva de la poeta ante la vida, la suya y la ajena, su continuo diálogo con la Naturaleza, la pasión de la palabra como principio y fin, divergencia y esencia, luz primigenia de todos los silencios y soledades.  Todo ello vive en la eternidad de los versos con los que inicia  Himno a la claridad: «A cambio de mi vida nada acepto», y concluye con la rotundidad del endecasílabo: «No hay verdad más profunda que la vida». En definitiva, un encuentro inolvidable con la honestidad, sensibilidad  y pureza poética de Raquel Lanseros.