Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Mª VICTORIA REYZÁBAL
En torno a "La oscuridad", de Ignacio Ferrando.   Menoscuarto, 2014

Mª Victoria Reyzábal

Ignacio Ferrando

Ed. MENOSCUARTO

Interesante novela psicológica de tinte fantástico, que propone una historia oscura como su título, misteriosa, en la que se juega con los distintos rasgos de la personalidad entre el aislamiento que generan las diversas soledades. El protagonista, un cineasta casi sin películas, ve muerta a su esposa y la incinera, pero a la vuelta, ella aparentemente sigue en su casa, le hace la comida, pasea a su lado y siendo idéntica a la otra, le asegura que no es ella. Sin embargo, cae en un mar de confusiones cuando él le advierte de la imprecisión de cierto gesto, la diferencia de algún gusto, del uso equivocado de cierta prenda..., no obstante ni siquiera se niega a cenar con sus supuestos, o reales, progenitores, aunque sí a los roces eróticos pues se dice casada con otro hombre y con hijos. El entrecruzamiento de yoes, de vidas pasadas y hasta de posibilidades futuras se asemeja a caminar a través de la estancia en un salón de espejos deformantes, traviesos o sarcásticos: “Juraría que se trata de Liv hablando consigo misma, o mejor dicho, que es esa mujer de ayer, la que se hacía pasar por ella... el timbre de voz de ambas es idéntico”.

 

El argumento transcurre en Storbørg, la ciudad más septentrional de Noruega, y el afán por adornarlo de verosimilitud territorial, lo hace pesado, como expuesto destalladamente para que se crea o se compruebe cuanto el autor conoce sobre el lugar. Parecido recuento se ofrece en otros campos como cuando describe: “Liv sigue en las toallas de rizo, en los botes de crema hidratante, en la barra de rouge (que le regalé y nunca utilizó), en la laca de uñas, en el rímel, en el cepillo con las cerdas curvadas, en el tubo de pasta dentífrica aplastado por el centro, en la polvera, en las docenas de objetos usados solo a medias que ahora, sin ella, carecerán de sentido, de uso, incluso de legitimidad”. Enumeraciones que en otras épocas darían la pauta del dominio del escritor sobre las diferentes parcelas que desarrolla en su texto, pero que hoy han perdido valor porque en un instante pueden recopilarse mediante una breve búsqueda en internet, habilidad esta generalmente difundida en los talleres literarios.

 

Sin embargo, tal exceso en la acumulación de detalles no siempre se acompaña con el deseable esmero estilístico, evitando, por ejemplo, los “salir fuera” y los “subir arriba” o la falta de rigor al afirmar que la joven ciega: “Mira la superficie helada ligeramente azul del lago”.

 

No obstante, lo fundamental de la narración es el planteamiento inicial y el subsiguiente desarrollo de la trama, en la que, como se ha señalado, un director experimental de cine que sucumbe al hecho reiterado de dudar pero aceptando la realidad-irrealidad de la vida, analiza el suicidio de su esposa poco complaciente para recuperar en seguida la relación con la usurpadora o revivida Liv. Esta intriga que no se resuelve (¿acaso alguien sabe quién y cómo es el otro?), permite que el protagonista haga lo esperado, es decir, que viva su propia película a lo largo y ancho del devenir cotidiano narrativo, que fabule sus peripecias y las de los otros, que dé alas a sus retrueques mentales... La novela, como ya dije, resulta interesante y quizá lo sería aún más sin tanto paisaje helado, sin la minuciosidad otorgada a algunos componentes triviales y si se centrara en el ir y venir de la conciencia, en las trampas con pasadizos entre la demencia y la cordura, en el claroscuro de las pasiones humanas, equiparables en cualquier cultura ante los anhelos y frustraciones.

 

Complejidad que ni una doble o triple existencia resolvería porque la escisión del yo distorsiona la escisión reinterpretada del otro, conjugación de puntos de vista que deambulan entre tinieblas, aquí en la noche ártica del alma, propiciadora del alcohol y las alucinaciones, por eso, tal vez, se ofrece la propuesta fácil de un final abierto, aunque ambiguamente velado, para que lo cierre de distintas formas el lector según su dosis de certidumbre o recelo. Así, cada uno interpreta su papel en el teatro de la vida o en el film que desearía dirigir, aunque solo cuente con un guión permanentemente inacabado.