Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
DIEGO VAYA
En torno a "Circuito cerrado", de Diego Vaya.   Ediciones Isla de Siltolá

Francisco Vélez Nieto

Diego Vaya

Ed. Isla de Siltolá

 Este reciente poemario de Diego Vaya me lleva a preguntarme: ¿Pueden ser sus poemas el manifiesto de una huida hacia  adelante en un mundo cada día más hostil e imposible de disfrutar de cierta convivencia humana?

 

Al mismo tiempo, paralelamente, me invita a repasar de memoria la novela de Cormack MacCarthy “La carretera”, narración que transcurre por un paisaje  literalmente desolado. Donde un padre trata de salvar a su hijo buscando una huella de vida humana que lo pueda acoger. El poemario de Diego Vaya “Circuito cerrado” transita por: “La mañana de todas las mañanas, / por una carretera, hacia un lugar de nadie”. Y el poeta se comenta así mismo: “conduzco como si me hubiese  despertado / en un mundo que ya no fuera el mío / conduzco como si yo no supiera quien  / soy, como si no reconociera en el tiempo  y la vida /   que han huido de mí”.

Sin hablar en tonos bíblicos ni “Por lo tanto” (frase parapléjica de políticos y acólitos nacionales), el poeta es cociente de lo que significa, seguro, el estar sometido a ser un simple número, un prefijo cálculo de los poderes que multiplican, restan y castigan, porque al ser humano lo ha convertido en un número condenado a galeras, buscador de migajas; más el poeta no es un alienado más y lo desnuda de forma que, como al poema de Vallejo, pero al contrario, es decir en negativo. Este suyo se levanta y camina  por entre millones de alienados  hacia ninguna parte dentro de esa inclemencia que resulta estar en un circuito donde hasta:”La radio sintoniza el óxido y la niebla /  que viajan conmigo”  El poeta detecta un ajetreo dentro de dél, que resulta ser su conciencia, la capacidad mental que le permite ser conciente de donde  habita, los callejones con las esquinas redondas en los que nos han encarcelado, utilizo el plural, frente al Castillo de Kafka. ¿Donde la salida? Denuncia y desafía en el poema: “Miro en el horizonte un  Gólgota de grúas. / Un avión cruza el cielo. / Asciende con la misma metafísica de las cosas vacías”

El imperativo para ser  huída: “porque ahora la vida parece más real cuando más se huye de ella” El avión que divisado se ha perdido en el espacio, solo ha dejado una luz en su huída: “se hunde en la oscuridad, Y más allá / de la identidad publicitaria que ilumina el camino, / de las nubes que oxidan toda la línea del horizonte / más allá, está vacío y en silencio”.  La ficción poética parece convertirse en auténtica, lo absurdo impera como normal: “Y el cielo tiene aquí color de estrella muerta”. La vida diaria es una repetición “Las mañanas de todas  las mañanas / miro el retrovisor. La nausea, la lluvia /  ¿quién viaja a mi lado? Todos somos extraños en un falso paraíso: “Aquí la sensación de realidad / se ha vuelto tan profunda que los gestos son niebla, / y cada sentimiento es una nube tóxica, / Todo a mi alrededor se ha convertido / en una grabación que se repite / donde el amor y la bondad   y el crimen más terrible / podrían ser borrados en cualquier momento”

Poeta indagador que expone y desnuda el desafuero del “Circuito cerrado” exclama: “Soy una bolsa rota / en la que cada día debo inventar  un nuevo rostro”.

Si en la novela de señalo al principio de la crónica, La carretera, es el final de la catástrofe, solo la esperanza de encontrar a alguien a quien dejar el hijo, en esta desafiadora pugna del poeta Diego Vaya, ese personaje que a la vez en su propio yo,  el desaliento de tales normas de vida no lo llevan al alineamiento: “Porque no hay nada nuevo /  la mañana de todas las mañanas / un hombre dentro de su coche, / y el coche dentro de su carne”  Se siente desalentado pero lúcido frente a la actualidad social y anímica en la que vivimos, utilizo el plural, que “Es el mismo canal en todas las pantallas. / Son las mismas noticias, Y el mismo hombre en traje / sin voz quizás en sus labios se dibujen países degollados / o aviones que se pierden y nadie vuelve a ver”  Nos han sumido en el “Por lo tanto”  robotizado que se alimenta en el pesebre de la tecnocracia teledirigida:”Y la vida de pronto  se parece  /  a algo  que dejamos en la casa de empeño”. Un libro rompedor contra el círculo social que oprime y oprime. También este libro de poemas es una arriesgada actitud ante la soñolencia que prologa el bostezo, la catarata poética generacional, que inunda y deambula por un laberinto nada cretense.