Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ CENIZO JIMÉNEZ
En torno a "El zoo de cristal" de Tennese Williams.   Teatro Lope de Vega. Sevilla

José Cenizo Jiménez

Silvia Marsó

Teatro Lope de Vega

            Así subtitularíamos esta obra, como el poemario de Luis Cernuda, o bien “De familias asfixiantes”, o “Cómo amargarle la vida a los hijos”, etc. Estamos ante una espléndida versión teatral de la densa obra de Tennessee WilliamsEl zoo de cristal”.

Retrata la vida de los Wingfield, una familia sureña estadounidense en el marco de los años posteriores a la megacrisis de 1929, con la madre, Amanda (Silvia Marsó)  llena de delirios de grandeza y aparente preocupación por el futuro de sus hijos: Laura (Pilar Gil), una joven cuya leve discapacidad la ha convertido en un ser inseguro, tímido hasta el exceso, encerrada en la casa con una dedicación casi patológica a sus figurillas de cristal; y Tom (Alejandro Aréstegui), joven con ambición que sólo encontrará consuelo en sus visitas diarias al cine y se debate entre escapar de su asfixiante familia o enterrar en ella sus sueños. El cuarto personaje es Jim (Carlos García Cortázar), compañero y amigo de Tom, al que la madre de los jóvenes intentará convencer para que salga con la pusilánime joven. Aún hay un personaje ausente y a la vez muy presente, el padre, cuya fotografía se destaca en una de las paredes de la casa.

         El gran sueño americano, escuchado hasta la saciedad, se cae por su propio peso en muchas familias de esos años (y de estos, y de todos, supongo). Solo queda la casa como hogar, sí, pero a menudo como claustro, como ahogante prisión, como castración y culpa más que como consuelo y ayuda real. Todo un tratado socio-psicológico sobre la familia, los sueños, la crisis, las frustraciones, las relaciones interpersonales, las limitaciones, la falta de verdadero futuro. Y hecho con unos mimbres escénicos e interpretativos que van de menos a más, que acaban envolviendo y seduciendo y convenciendo al espectador. Muy acertada la interpretación de todos, pero especialmente notoria la de la madre, Amanda (Silvia Marsó), con una carga cómica casi sorprendente en un drama, y la del hijo, Tom (Alejandro Aréstegui), muy convincente en los enfrentamientos desesperados con la dominante progenitora o en la escena de la borrachera. Verdaderamente da lástima este personaje, siempre a punto de largarse, siempre atado a la casa y renunciando a su destino.

         Correcta la dirección (Francisco Vidal) y toda la labor escenográfica (iluminación, vestuario, sonido…), y muy de agradecer los detalles irónicos y humorísticos para aliviar el peso de la tensión y el drama que en escena se palpaba a veces con el corazón estremecido por la influencia tóxica que a menudo ejercen instituciones supraindividuales como, en este caso, la familia, sobre la vida y la libertad de las personas. Como también agradecemos los fragmentos poéticos, como el simbolismo del unicornio de cristal (la vuelta a la realidad) o la belleza estética de momentos de la puesta en escena como al final de la obra, con la luz de las velas y los personajes alrededor, exhaustos de tanto exponer sus frustraciones. Así pues, un ejemplo de buen teatro, capaz de llenar las salas por su profundidad.