Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Mª ICTORIA REYZÁBAL
Acerca de "Los niños bomba", de Bea Cantero

Mª Victoria Reyzábal

Bea Cantero

Edita: Sloper

La sociedad y el mundo en el que vivimos nos muestran reiteradamente, y a través de diferentes medios, las atrocidades, desgracias o desastres que acontecen  a nuestro alrededor. Sin embargo, esta novela nos obsequia con el refinamiento, tan demoledoramente evidente en noticias e, incluso, anuncios, por el que ciertos sectores, probablemente bien intencionados, pretenden inducirnos a que demos de lo nuestro, para lo que introducen en los hogares sin pudor alguno el sufrimiento de diferentes inocentes como estrategia conmovedora. En este logrado texto, si bien la última parte pierde intensidad y resulta un tanto deshilvanada, tal idea se ha ironizado o, mejor aún, satirizado hasta la canallada, no de la autora por supuesto, sino de algunos personajes de la historia y de las consiguientes instituciones.

El relato alude a la trivialidad o desgarro de diversos blogs, chats, foros o programas que pueden generar empatía o mantener la indiferencia de los lectores, pero que fundamentalmente demuestran que también las lacras, heridas o nuevas necesidades de cualquier índole pueden provocar la compasión, la cual, manejada hábilmente por algunos, facilita que los ciudadanos, además de nuestros impuestos, volvamos a pagar para que se sostenga la educación o la sanidad, se alimente a los necesitados nativos o del Tercer Mundo, se financien Iglesias, se les adjudiquen pisos a los necesitados y se les pague la luz, gas, agua y demás gastos, sin pedirles que contribuyan en nada, pues tal cosa enfurecería a los Sindicatos; además, a los pobres quizá convenga hacerlos vagos para que duren y puedan ser fácilmente manipulables, así se alienta y cronifica a los sinvergüenzas, etc., etc., de manera que los políticos se luzcan y discutan persuasivos acerca de sus generosidades con dinero ajeno, mientras los de siempre multiplican su riqueza incluso en medio de las cíclicas crisis.

El relato, dividido en tres partes, sitúa su peripecia en un hospital, en el que a Marc, ingresado en el mismo, le abandona su esposa, harta de él y de la banal teatralización de su vida, de su mecánica sonrisa permanente y su logorrea imparable, algo que ante muchos compañeros le hace parecer imbécil. Aquí los enfermos son actores; los ciudadanos, el público, y los profesionales miembros de rankings que se repiten cada quince días y siempre rellenan los primeros, quienes valoran destrezas cuya importancia sanitaria desconocen. A su vez, el Centro organiza cursos varios para sus residentes (pareciera que cuanto más inculto se va haciendo un país, más cursillos inútiles se ofrecen en todas partes), de los cuales Marc elige el de Turismo Hospitalario.

Este, paciente de enfermedad abstracta y profesional del coaching, defiende que para que la tarea resulte terapéutica lo importante no conlleva comunicarse sino engañar, pues lo esencial es que los turistas que recorran el hospital dejen dinero, es decir, que el negocio resulte rentable para lo que se aprovechará el “ocio” colaborativo de los ingresados, si bien algunos no se prestan a la tan prometedora iniciativa. No obstante, el alegre Marc ejerce como animado promotor y se muestra inmune “a cualquier acusación de despreciabilidad”. Lo interesante del proyecto consiste en hacer del lugar un museo de semivivientes o muertos, da lo mismo, con sus cicatrices, heridas, sondas y diagnósticos, especies de mutantes que se dejan fotografiar, interrogar, tocar, etc., etc., por eso resulta obligado recibir cortésmente a los visitantes: “Bienvenidos a esta visita por los terrenos alucinantes del cuerpo humano enfermo y de la sanidad pública...”

En algunos casos, ciertos enfermos se niegan al mencionado exhibicionismo, lo que obviamente les perjudica e, incluso, algunos externos desaprensivos cuando reciben la invitación renuncian a la visita a pesar del riesgo que ello conlleva de perder el derecho a las prestaciones por desempleo u otras subvenciones sociales. A su vez, un sorteo aleatorio obliga a los sujetos en paro a aceptar ser ingresados para que con ellos se lleven a cabo diferentes pruebas o tratamientos experimentales.

En la historia se cuelan también los programas televisivos con temas como, por ejemplo, el problema del terrorismo, en este momento representado por “niños bomba” con el resultado de multitud de pequeños asesinados; obviamente, mediante la retransmisión de estos acontecimientos la audiencia sube aunque las escenas recojan atentados pasados. Ahora todos los ciudadanos recelan hasta de sus hijos, sobre todo porque entre los niños resulta imposible infiltrarse. Lo cierto es que al final Marc parece que muere, al menos eso es lo que tuitea su hijo, también recluido en otro centro para excombatientes en el cual la máxima preocupación son los mencionados informativos y las teleseries.

En la obra resultan destacables la originalidad de la trama y la agilidad de los diálogos, lo cual está al servicio de una ficción crítica e inquietante que pone en pie una sátira demoledora de nuestra sociedad no preocupada por educar sino por entretener, no por atender problemas de salud sino por fingirlo y de convertir el derecho a la intimidad en un escaparate, donde las personas solo somos ridículos payasos deshumanizados.