Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Mª VICTORIA REYZABAL
En torno a "Y tú no regresaste" de Marceline Loridan-Ivens.

Mª Victoria Reyzábal

Edita: Salamandra (Barcelona)

Marceline Loridan-Ivens

Breve y desgarradora crónica de lo acaecido en un Campo de Exterminio nazi del que milagrosamente fue liberada la autora cuando los alemanes perdieron la guerra. Una masacre difícil de entender por cuanto cuesta imaginar a un pueblo culto, sumiso y entregado, ante los desmanes y aniquilaciones llevadas a cabo, algo nunca visto con anterioridad.

Cualquier estudioso o, incluso, lector interesado conoce los lugares, las cifras y hasta las vejaciones o crímenes, pero nos resulta complejo comprender el día a día, el abandono de esperanza alguna, apatía y hasta brutalidad en que caían no solo los carceleros sino los mismos prisioneros para poder durar un día más sin saber para qué.

La autora, con sus 86 años a cuestas y a 65 de todo aquello, en este texto, a manera de carta abierta a su padre muerto, recoge sus sentimientos de culpa y confusiones desde el momento en que ambos son deportados a Auschwitz y que le dice: “Tú podrás regresar, porque eres joven, pero yo ya no volveré”. En mi caso, cada vez que leo una de estas obras, me pregunto no cómo pudieron matar a tantos, sino cómo quedó vivo alguno.

Ella tenía quince años y su relato no cae en sentimentalismos baratos ni en proclamaciones de condena, cuenta lo que le sucedió durante esos años y lo que le aconteció después y lo hace con la mente más en su padre, al que sigue añorando desde el 43 hasta ahora, que en su propia tragedia.

Es y ha sido una mujer fuerte, superviviente de un desatinado e inducido descenso a los infiernos en su caso por ser judía, aunque otros también lo sufrieron, algo que espanta incluso más en estos momentos de creciente virulencia contra las identidades minoritarias.

Resulta doloroso leer estas páginas, entristece lo que llegados a cierto punto los humanos somos capaces de hacer e incluso de repetir a lo largo de la historia (da escalofrío pensar en los crímenes de los jemeres rojos, por ejemplo), pero también deslumbra el lujo del lenguaje, la valentía con que revela su desapego del resto de la familia, especialmente de su madre, las carencias en el campo, por ejemplo las de papel para limpiarse después de hacer sus necesidades, la alegría producida por el regalo de un tomate y una cebolla, la visión diaria de los que caminaban en fila hacia las cámaras de gas en las que iban primero los bebés, después los niños y los ancianos, pues no servían como mano de obra. Los cogían solo para exterminarlos, ni siquiera con algún criterio pragmático. Allí los presos olvidaban la sensibilidad, los recuerdos, los afectos, pues todo eso debilita y mata. Según la confesión de Marceline, la persona se congela por dentro para no resultar vulnerable. Más tarde, hasta la posguerra resulta amnésica y aun antisemita a pesar del canto a la Francia heroica.

Con 17 años, libre, entre una familia que no entiende, ni quiere hacerlo, lo sucedido, intenta suicidarse aunque prisionera luchó por sobrevivir. Y es que a veces la vida resulta tan dolorosa que no quedan fuerzas para enfrentarla. “Nunca nos perdonarán el daño que nos han hecho”, dice una amiga de Marceline, pues culpar, excluir, es una manera de sentirse inocente, superior, justificado. ¡Qué deshumanización!