Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Mª VICTORIA REYZÁBAL
En torno a "La última hermana", de Jorge Edwards   Editorial Acantilado. Barcelona

Mª Victoria Reyzábal

Jorge Edwards

Acantilado Editorial

El chileno Jorge Edwards, escritor, crítico y diplomático de 84 años, novela en estas narraciones la vida de su familiar en un París que conoce bien pues su tarea diplomática le mantuvo en esa ciudad durante varios años, parte de los cuales permaneció a las órdenes del embajador Pablo Neruda. María Edwards MacClure es un personaje real y de leyenda, a quien el autor no llegó a conocer, mujer rica, frívola y, durante la ocupación nazi de la capital, comprometida con la resistencia judía. Antes de estos hechos compartió sus días con su marido diplomático y su pequeña hija, pero él se suicidó por causa de una actriz norteamericana y ella regresó a su país donde dejó a la niña y volver a la urbe que amaba y en la que alternaba con escritores, pintores e intelectuales variopintos, hasta que durante la ocupación trabajó como asistenta social en el Hospital judío Rothschild y, con peligro de su vida, salvó la de muchos recién nacidos cuyas madres llevaban a la muerte en Auschwitz después de dar a luz y se supone que con certificado falso para testificar que el bebé había muerto en el parto. Esta parte de la existencia peligrosa y heroica es la que se relata en el texto.

Parece que descubierta su labor o por simple sospecha fue torturada por la Gestapo, si bien con la ayuda de su admirador Wilhem Canaris, jefe del espionaje alemán, probablemente no muy leal a Hitler, la dejan en libertad vigilada. Si ella es la protagonista absoluta de la historia, los hombres funcionan como contrapunto y complemento de su hacer, el ya citado Canaris quien sostiene que durante su estancia en Chile conoció a la familia de la joven y René Núñez, un español de madre judía e inclinaciones bisexuales, a quien María quería y llevó al final de su periplo, ya empobrecida, a su patria donde ambos murieron y fueron enterrados en el mausoleo de su marido.

La novela, de casi 400 páginas, resulta un tanto reiterativa, tanto que quizá las 100 primera podrían resumirse en unas pocas, pues cansan los repetidos actos, reflexiones o consideraciones de los mismos acaeceres: sus exclamaciones y evocaciones religiosas, la equivalente descripción del salvamento de cada niño, la mención de las cuestiones económicas con la familia sudamericana, las razones y principios por los que se arriesga a pesar del evidente peligro, etc., etc. Sin embargo, más adelante, la trama fluye con asuntos diversos, como la paulatina venta de sus obras de arte para mantener a los niños salvados, los consejos de su amiga judía para aparentar una vida normal, la desaparición y muerte de su protector, la descripción de bellos lugares parisinos y, en los últimos capítulos, el difícil reingreso en la sociedad chilena, no acostumbrada a mujeres de la talla de María, a la que descubren de alguna manera cuando el gobierno francés le otorga una medalla por sus méritos durante la ocupación.

Escrita con gran fluidez, bastante ternura hacia el personaje y un gran dominio formal, adentrándose, como suele hacer el escritor, en los complejos laberintos familiares y sentimentales tan trabajados en otras obras, aquí nos muestra otra forma de amar, de confiar, de aventurarse a ser otra y de resignarse a no ser comprendida por los suyos, aunque el Premio Cervantes, pariente aunque lejano, la rescate aquí del injusto olvido cuando todavía viven algunos de aquellos críos salvados del exterminio.