Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
FRANCISCO GIL CRAVIOTTO
En torno a "El archivo de Torremediada", de Francisco Plata   Editorial Izana (Madrid)

Francisco Gil Craviotto

Francisco Plata

Editorial Izana

La novela “El archivo Torremediada” del joven escritor Francisco Plata (Granada, 1976), recientemente publicada por Izana, (Madrid) es muchas cosas a la vez: novela histórica, “negra”, de costumbres, retazo de la historia de Granada y, por añadidura de España, novela comprometida...

La primera impresión es que se trata de una novela histórica. Lo prueba el hecho de que en sus páginas se relatan unos determinados acontecimientos que ocurrieron a unos determinados personajes, unos reales y otros creados por el autor, en una determinada época y en un lugar bien preciso,  Granada.

Todo comienza de una manera un tanto anodina: en los primeros días del año 1933, una chica madrileña, de 23 años, Ángela Salazar, que acababa de terminar la carrera de Filosofía y Letras, llega a Granada con la misión de ordenar y posteriormente abrir al público la biblioteca de Torremediana. Se trata de una donación que un millonario, sin hijos y muy aficionado a los libros, una auténtica excepción dentro de la burguesía del azúcar muy poco dada a la cultura, ha dejado a su muerte a la ciudad. El trabajo, que en principio parece atractivo y facilísimo, en seguida se complica debido a dos factores importantísimos: la chica madrileña llega a Granada con unas ideas de modernidad, libertad y progreso que, coinciden con los ideales de la recién estrenada II República Española, pero que en seguida chocan con el entramado arcaizante y caciquil de la ciudad. Cierto que hay notables excepciones –García Lorca y sus amigos del grupo el Rinconcillo, los políticos Fernando de los Ríos y Alejandro Otero, el periodista Constantino Ruiz Carnero y sus redactores del “Defensor de Granada”, Hermenegildo Lanz, los músicos Manuel de Falla y Ángel Barrios y algún otro caso parecido-, pero sólo son excepciones. La burguesía, muy católica y clerical, continúa anclada en la Edad Media o poco menos y el pueblo obrero, con un nivel cultural ínfimo –el 50% de los varones es analfabeto y el 80% de las mujeres-, no tiene otros anhelos que el de llenar todos los días el estómago. Todo lo demás le parece superfluo. El panorama de Granada coincide con el de cualquier otra ciudad española de provincias: es la herencia que la República recibe de la monarquía el 14 de abril de 1931. Los intentos de siembra cultural que Ángela inicia a poco de llegar, primero encuentran el dique de la desidia y la apatía de la ciudad y después el más descarado rechazo. Curas y sacristanes pronto han encontrado un mote para definir a Ángela –“La madrileña atea”- y todas las madres de la honesta y timorata burguesía granadina ya han prohibido a sus hijas que salgan con la forastera. A estas nubes del horizonte muy pronto se suman otras, aún más negras y perniciosas, pero aquí no vamos a contar la trama de la novela. Es algo que debe ir descubriendo, página a página, el lector.

Llama la atención, en seguida nos adentramos en las páginas de  “El archivo Torremediada”, el trabajo de investigación previa que ha debido realizar nuestro autor. Su fuente principal de información parece que es la prensa de la época –especialmente los periódicos “El Defensor de Granada” y “El Noticiero”-, pero a ella hay que añadir también el libro de Fernández Castro “Las ramas de mi árbol”, y, posiblemente, la tradición oral. Todo este material le ha permitido a Francisco Plata ofrecernos una panorámica de la vida granadina, con alguna cala en la vida madrileña y de otras provincias de la misma época, que va de enero de 1933 a diciembre del mismo año. Un año importantísimo para la historia de España en el que nuestro país estrena el voto femenino, comienza el bienio negro y empiezan a sembrarse los odios que en 1936, tras el fallido golpe de estado de los generales felones, darán la guerra civil que después, Iglesia y fascistas, bautizaron “Cruzada” . Francisco Plata, fiel a un concepto muy moderno de la novela histórica, nos lo cuenta todo, tanto lo que podríamos llamar Historia con mayúsculas, como lo que Unamuno llamaba la intrahistoria de los pueblos. Ni siquiera olvida las canciones de moda en aquellos años, ni la publicad de los periódicos o la radio. Tiene especial interés, dentro de ese hurgar en el pasado de la época, las páginas que nuestro autor dedica  a las misiones pedagógicas –un intento de la República de aliviar las enormes carencias culturales de la España rural-, los comentarios que dedica a la ley del divorcio, muy criticada por la Iglesia que la consideraba como intento de la República de destruir la familia cristiana, y la polémica en torno al voto femenino.  Precisamente fueron dos mujeres, una a favor del sí, Clara Campoamor, y otra partidaria de esperar unos años, Victoria Kent, las que más alentaron la polémica. Ganó el sí y ocurrió exactamente lo que Victoria Kent ya había anunciado: el voto femenino fue el voto de los curas a través de los púlpitos y los confesionarios que dio el triunfo a la derecha e inauguró el bienio negro. Francisco Plata recoge en su libro el caso de varias señoras de la alta burguesía granadina que llevaron a sus criadas a votar y, para facilitarles el trabajo, les entregaban la papeleta que debían depositar en la urna. Es fácil adivinar a qué partido pertenecían dichas papeletas. Fueron esos polvos los que trajeron los lodos del bienio negro y, en julio de 1936,  el río de sangre de la guerra civil. Pero en esas fechas Ángela ya no estaba en Granada, ni siquiera en España…´

Es precisamente esta serie de acontecimientos, abusivos y manipuladores de las masas inocentes, lo que hace que, la historia baladí que comenzó como el relato de la chica que va conociendo poco a poco la ciudad de Granada, al adentrarse en el meollo del libro, se convierta en una novela comprometida –lo que los franceses llaman roman engagé- en la que, sin la menor duda el lector se siente atraído por el ideal republicano de libertad, democracia, humanismo y  cultura. ¡Qué pena, que debido a unos hombres malvados, que no sintieron el menor escrúpulo en invitar a moros, alemanes e italianos a matar españoles, todo se viniera abajo! Aún estamos sufriendo las consecuencias.