Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
José Antonio Fernández

José Antonio Fernández

 

 

 

 

 

 

 

Carta a mi hermano

 

 

Aunque he sido ciego

-y según me han dicho

probablemente seguiré siéndolo-,

he decidido enviarte mis manos.

No le digas a nadie,

ni a ti mismo,

que están cortadas de raíz:

cuenta la intención.

No olvides dejarlas correr libremente

entre tus ropas

como hilos teñidos de seda

que no procuran otra cosa

que descubrir agujeros al uso

o remiendos a medio desprender.

O quizá zurcir los rotos.

 

Tal vez esté ciego,

y manco,

y cojo.

Pero es mejor de ese modo:

no tener

cuando no he sido

antes de volverme polvo.

 

Aunque sea ciego,

no me culpes:

sólo soy uno de todos.

Permíteme que ablande tu almohada

antes de irme lejos

para que sueñes conmigo.

 

Despídeme de mí mismo.

Pero no me abraces.

Enciende mejor tus pestañas

y dame aquel guante blanco colgado en la pared

-mira dónde señalo-

Dime ahora adiós con mis propias manos

pero sin apartar los ojos:

es fácil perderse siendo nadie.

Cuando esté lejos puedes quedártelas

como tuyas.

También los ojos y los pies.

Donde voy no necesito nada.

Ahora dime hasta nunca.

                                                 Tu hermano