Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
José Cenizo Jiménez
Acerca de "El vuelo detenido", de Rafael Alfaro. "Gallo de Vidrio"

José Cenizo Jiménez

Rafael Alfaro

Gallo de Vidrio

Rafael Alfaro (El Cañavate, Cuenca, 1930-Granada, 2014), sacerdote salesiano, profesor y poeta de la generación del 50, ha obtenido muchos premios importantes en su amplia trayectoria literaria (Premio Boscán 1969, José Hierro 1994, Mundial de Poesía Mística 2008, etc.). Gallo de Vidrio, grupo al que ha estado ligado como autor y mentor, publica en su colección “Algo Nuestro” su libro ya póstumo El vuelo detenido, una obra francamente interesante.

 

La cita introductoria de El vuelo detenido es un poema de Rilke, cuyo comienzo -“Adelántate a toda despedida, como si la tuvieras / a tu espalda”- es una invitación a detener el paso pero no como señal de apatía sino como actitud de disfrute sereno de la existencia, siempre tan frágil. Aunque la imagen parece como sacada de uno de sus maestros, San Juan de la Cruz, no aparece en éste. Sí en otros como José Ángel Valente. Hay un poema en esta obra de Alfaro con ese mismo título (p. 47), que comienza: “Edad mía, no hay signo más precioso / que el vuelo detenido de tu vida”.

         Estamos ante una poesía contemplativa, que ama la realidad más inmediata y cercana, que percibe y goza de la belleza en las cosas sencillas. Hay un tono de celebración por tanto, como vemos en el poema “Reloj de agua” (p. 14): “Goza la vida, apúrala! No pierdas / el mínimo sonido de sus cuerdas…”. Todo un “Carpe diem” reactualizado desde la posición de serenidad propia de nuestro poeta. Toda una “razón de amor a la vida” (p. 13). El tiempo huye, pero hay que amar la vida, con alegría (“Tarde de lluvia, p. 61):

                            (…)

                            Y te trae el amor de tantas cosas

                            que se fueron…¿Adónde van

                            las cosas que se van?

                            ¡Cuántas cosas que fueron

                            se más lejos todavía…!

                            Mas la vida es hermosa (…)

         Este poemario es prueba del dominio de la musicalidad del verso, sentido rítmico (hay varios sonetos pero usa diversas formas estróficas, incluidas las tradicionales), clasicismo, elegancia, equilibrio, humanidad (derivada incluso a lo más pequeño, como una hormiga), y asimilación de una amplia tradición literaria: Fray Luis, San Juan de la Cruz, Quevedo, Antonio Machado, Miguel Hernández, Brines, Valente, Garcilaso de la Vega, Eliot, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Ricardo Molina, Luis García Montero, etc. En un mismo poema, como “Libélula” (p. 79) pueden verse recogidas, intertextualmente, varias influencias a la vez.

 

         Todo lo dicho lo expresa Alfaro con un manejo preciso y efectivo de los recursos habituales de la lengua poética: símbolos (como el mar, que sugiere eternidad), metáforas, paralelismos, interrogaciones retóricas, etc. Incluso la ruptura de frase hecha, como “Aquí tienes tu vida en este abrir / y cerrar de hojas, idas y venidas…” (p. 41).

 

         De Alfaro escribió el también profesor y poeta Carmelo Guillén Acosta en el prólogo de Mi fe de vida -su segunda antología poética (1986-2008)- que fue dueño de un mundo personal en el que se aúnan sensibilidad, clasicismo y lucidez; uno de esos grandes poetas que siguieron la “escondida senda” su tono celebratorio como por su hálito trascendente.

        

Palabras que certeramente definen al poeta y a su poesía y que suscribimos también para definir este libro que nos ha dejado una grata impresión de fe en la vida y de dominio de la expresión poética.

        

Muchos de estos versos son acertados logros que definen a todo buen poeta y que salvan más de un poema del olvido y la mediocridad, y que bien podrían lanzarse al mundo en forma de insuperables tuits de calidad poética: “Escribe  tu secreto: / siempre habrá algún oído que lo escuche”, “Estás donde no estás, / y no estás donde estás”, “¡Cuánto gozo nos queda, aún no estrenado”, “(…) Y afirmas que valía / la pena haber nacido solamente / para decir los nombres más hermosos / del cielo, de la tierra y de los astros”, “La más hermosa música es el silencio”, “ (…) Y así la vida / es como un leve cuento susurrado”, “(…) ¿Adónde van / las cosas que se van?”, “No hay mayor piedra que la del olvido”, o estos tres versos definitivos que cierran el soneto “Al borde del sendero” (p. 85):

                           

Y pues la vida es tiempo, el relojero

                            te dio una hora preciosa y la ventura

                            de compartirla al borde del sendero.