Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
José Cenizo Jiménez
Acerca de "La llave misteriosa", de Lutgardo García Díaz. Edita: Renacimiento (Sevilla)

José Cenizo Jiménez

Lutgardo García Díaz

Edita Renacimiento

Lutgardo García Díaz (Sevilla, 1979), V Premio Iberoamericano de Poesía “Hermanos Machado” y Accésit del Premio Adonáis 2013 (La viña perdida, publicado por Rialp en 2014), nos ofrece su última entrega, La llave misteriosa, un intenso y emocionado homenaje, de principio a fin, al flamenco y a los flamencos, quizá más aún a estos últimos, ya que son muchos los nombres de artistas que aparecen directamente en estas semblanzas a modo de panegíricos.

La obra se divide en cuatro partes. De introito el poema “La queja”, excelente reclamo lírico y poderosa evocación, de influencias lorquianas, de buena parte de la mejor historia y esencia de la historia del flamenco, sobre todo del cante, ámbito preferido por el autor. Le sigue un grupo de trece poemas donde se centra en aspectos y artistas del flamenco desde sus orígenes (pasan por aquí el Marruro, Pastora Pavón o Isabelita de Jerez, entre otros). Continúa con una tercera parte dedicada a Antonio Mairena, compuesta de ocho poemas laudatorios (en torno a los tradicionales temas mairenistas de pureza, razón incorpórea, herencia, destino, etc.), y la cuarta y última, con la presencia de estilos y artistas de la segunda mitad del siglo XX (Chano Lobato, Agujetas, José Menese, el bailaor-bailarín Antonio, Sabicas…) e incluso alguno de los más jóvenes de la actualidad del XXI (como Joselito de Lebrija).

En conjunto, un panorama del flamenco y de los flamencos, como decíamos, realizado con una pasión y una afición extraordinarias por ellos, pero a la vez, como es preceptivo, con un conocimiento técnico y un lenguaje poético dignos de un poeta maduro. A menudo su perfil expresivo y su elección semántica recuerdan al mundo y al imaginario lorquiano, y no sólo en citado poema inicial. Huye de la rima, construyendo poemas en versos blancos, en diversa polimetría, si bien prefiere los alejandrinos, los endecasílabos o los heptasílabos.

Asimismo, domina el uso de recursos como la enumeración, la metáfora o el símil. Este último, casi siempre muy logrado, puede testimoniarse con muchos ejemplos, como cuando describe el duende o pellizco (en “Destino”, p. 45, referido a Antonio Mairena, “Cada vez que lo escucho, vuelan pájaros de oro, / se abre una catedral de olas marinas / y un susurro de chopos y de hojas en el aire / se me enciende en el pecho”), o el cante de Juan Moneo (“Mas no perdiste el eco, tu rajado bramido, / oscuro, lento y hondo como el mar en la noche”, p. 61). Metafóricamente, dice del cante de Agujetas, recurriendo a la intertextualidad mítica, homérica (p. 73):

Despiadado, salvaje, es este grito

hecho de huesos rotos y de hierbas amargas.

Si quieres escucharlo, habrás de guarecerte,

atarte como Ulises al mástil de la nave,

                                   y evitar que te lleve la espiral de la voz

al agujero negro que deglute las horas

y las vuelve materia olvidada e inútil.

Por todo lo dicho, Lutgardo García ocupa, desde este momento, un lugar privilegiado en la nómina de poetas que han homenajeado al flamenco y a los flamencos con su lírica de calidad: Alberti, Félix Grande, Caballero Bonald, Fernando Quiñones, Manuel Ríos Ruiz, Luis Rosales, José L. Rodríguez Ojeda… Poetas que, en mayor o menor medida, han huido de lo superficial o tópico para ofrecernos una imagen más trascendental del arte flamenco.