Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Premio Cervantes, 2017

SERGIO CERVANTES

 

 

 

 

 

El escritor nicaragüense Sergio Ramírez es el ganador del Premio Cervantes, el más importante de las letras en español, según el fallo que ha dado a conocer hoy el ministro de Educación y Cultura de España, Íñigo Méndez de Vigo.

El nombre de Ramírez en el palmarés del Cervantes parece una extensión del fallo del año pasado, cuando el español Eduardo Mendoza se hizo con el mismo honor. Como Mendoza, Ramírez es autor de novelas que beben de la Historia para ofrecer espectáculo, que tienen valor estrictamente literario pero que también sirven como producto popular. Margarita, está linda la mar, la novela que primero viene a la cabeza de miles de lectores cuando sale el nombre de Ramírez, es un buen ejemplo: la historia, como indica su título, parte del recuerdo de Rubén Darío, de quien roba su más famoso verso. Desde ese punto, la historia termina por convertirse en una trama política, llena del encanto exótico (para los lectores europeos) de un país como Nicaragua.

A Ramírez, nacido en 1942, le tocó, por generación, ser el hijo del Boom que reniega del padre. Sus libros son un regreso a la narración más sencilla y pura, a pesar de que sus temas, sus escenarios e incluso su temperatura fueran, a menudo, comunes. La fugitiva, por ejemplo, un relato novelado, politizado y transgresor de la vida de Chavela Vargas, no está tan lejos de algunos libros de Mario Vargas Llosa. En cambio, Sara, su penúltima novela, tomaba la forma de una novela bíblica para convertirse en la clásica historia popular, romántica y casi erótica de la obra de sus hermanos mayores.

De Ya nadie llora por mí (Alfaguara), la última novela de Ramírez, recién llegada a las librerías españolas, no sabemos aún si será una obra importante en la carrera del nuevo Cervantes. Pero sí que nos sirve para saber que, con los años, Ramírez no ha perdido su vínculo con la realidad material y con la política, uno de los grandes temas de su vida. Ya nadie llora por mí es una novela negra que sigue a un detective de Managua, más bien desamparado, por un cas que em principio parece insustancial y, después, acaba por retratar las crueldades y las melancolías de la revolución nicaragüense.

Habrá que hablar de la Revolución Sandinista. Cualquiera que trate hoy Ramírez, caballeroso, pulcro y tímido, pensará en cualquier cosa menos en un activista político, un subversivo temible, como se decía en la época del dictador Somoza. Ramírez dedicó uno de sus mejores libros, Adiós muchachos, a narrar sus memorias en la revolución nicaragüense, en un lugar muy destacado junto a Daniel Ortega. Lo que no consiguió Vargas Llosa lo consiguió Ramírez, que llegó a ser vicepresidente de su nación y que acompañaba a Ortega en el ticket electoral que perdió las elecciones de 1990 ante Violeta Chamorro.

Para cuando apareció Adiós muchachos, Ramírez ya se había caído del caballo de la Revolución, sin renunciar por ello a mantener un discurso progresista. Sin embargo, sus memorias revolucionarias no son sólo una clásica crónica del desencanto. En parte son también un libro de denuncia, que demuestra los pactos que Ortega emprendió con algunos de sus enemigos naturales (por ejemplo, Arnoldo Alemán, líder liberal) para afianzar su poder. En paralelo, aparece el retrato del viaje de Ortega, desde el idealista hasta el caudillo y desde el caudillo hasta el tirano.