Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
Francisco Gil Craviotto
Acerca de "Los días lejanos", de Rolando Salas. Edita "Círculo Rojo". El retrato de Gil Craviotto ha sido realizado por la pintora DULCINEA ENAMONETA

Francsco Gil Craviotto

Rolando Salas

ED.: Círculo Rojo

Al final de nuestra desdichada guerra incivil muchos españoles, ayudados por el gran poeta Pablo Neruda, llegaron a Chile, huyendo de la represión asesina del general Franco. Cuarenta años después se repetía la misma historia, pero al revés: miles de chilenos llegaban a Europa huyendo de la represión del general Pinochet.  Entre esa multitud de huidos estaba el escritor Rolando Salas Cabrera que, después de una parada de más de catorce años en Alemania, llegó a España y, tras unos días de residencia en Madrid, se estableció en la costa de Granada. Allí lleva ya alrededor de treinta años. Huelga añadir que, cuando al fin volvió la democracia a Chile y el sanguinario Pinochet sólo era un mal recuerdo en la memoria colectiva chilena, Salas Cabrera, aunque hubiera podido volver a su país, prefirió continuar en España. Demasiado tarde para marcharse: ya había echado raíces en Motril y se sentía integrado en el paisaje y el paisanaje motrileño. Ahora, después de treinta años de convivencia, Rolando Salas Cabrera, se ha integrado de tal manera en la élite intelectual de la ciudad, que no sería exagerado afirmar que forma parte del panorama cultural motrileño. Un panorama que cuenta con figuras tan destacadas como el poeta y académico José Lupiáñez Barrionuevo, el médico y poeta Jesús Cabezas o el profesor Miguel Ávila. Por si fuera poco,  en el vecino pueblo de Salobreña, la intelectualidad motrileña cuenta además con una editorial, Alhulia, de reconocido prestigio nacional y más de veinte años de andadura publicando libros de creación o investigación.  

En este ambiente de creación y meditación y lejos del horror de toda dictadura, Salas Cabrera ha dado a la imprenta cinco libros de poesía –dos de ellos traducidos al alemán- y un libro en prosa que, publicado por la editorial Círculo Rojo, hace poco más de un mes se presentó en el Centro Artístico de Granada. Su título es “Los días lejanos” y su presentador fue el médico y poeta Jesús Cabezas.

En “Los días lejanos” Rolando Salas invita al lector a realizar un paseo por su infancia y, a través de ella, ir conociendo el Chile de los años cuarenta. Infancia y país que él los evoca así:

Mi infancia ocurrió en Chile, ese país delgado, rebelde y místico, bañado por el Océano Pacífico y acurrucado en la cordillera de los Andes.

No sé si en la cita anterior hay una lamentable errata y, donde dice “rebelde y místico“, debía decir: “rebelde y mítico”. He leído el libro de Salas Cabrera con la máxima atención y la verdad es que no encuentro ese misticismo, anunciado en la contraportada, en ninguna de sus páginas. Eso me lleva a pensar que se coló la inoportuna s que, al cambiar la palabra, cambia también el sentido de la frase.

“La infancia es la patria del poeta”, dijo Salas Cabrera en la presentación de su libro en el Centro Artístico. Ese postulado sí se hace presente y perenne en las páginas del libro. Una patria traspasada de pobreza y de inquietudes, -muy parecida a la España de esa misma época-, pero también salpicada de belleza, de humanismo  y amor a la libertad. Desde el comienzo del libro el autor atrapa al lector con tres armas que hasta el final le son de una eficacia total. La primera es el estilo, en todo momento sencillo, sin barroquismos ni alharacas culturalistas, que hace asequible el relato a todo tipo de lector. La segunda es el desfile de personajes, sobre todo los personajes femeninos, siempre con ese pálpito de verdad y humanidad que las hace inconfundibles y permiten que lleguen como dardos al alma del lector. Irma, Teresa, Margarita… ¿Podremos, después de haberlas conocido, olvidarlas? La tercera es el arte contar. Algunas de las historias de este libro, contadas por otra persona, no pasarían del tópico, pero Salas Cabrera sabe darles el toque literario que convierte lo vulgar y anodino en obra de arte. Este arte narrativo aparece especialmente logrado en las páginas en que nuestro autor toca el tema del erotismo infantil. Valga de ejemplo esta cita:

Irma tenía una cara muy bonita y desde el primer día nos hicimos amigos. Por las tardes, después del almuerzo, mientras las viejas hacían la siesta, Irma y yo nos íbamos a la huerta y trepábamos a los árboles. Mi árbol preferido siempre fue la higuera, con su enorme tronco que ambos intentábamos abrazar, sin lograr tocarnos los dedos. Trepábamos por las ramas retorcidas y buscábamos el lugar más cómodo. Con Irma los juegos se convirtieron en momentos mágicos, en urgencias que me hacían correr a la huerta y esperar arriba de la higuera a que ella apareciera. Riendo y brincando como un animalillo, trepaba hasta quedar cerca los dos, muy cerca, agarrados a las ramas. Entonces sentía un cosquilleo en el vientre. Se juntaban en mi cuerpo dos temblores: uno provocado por la inestabilidad del lugar, en donde hacíamos esfuerzos para no caernos, y el otro, por la presencia de ese cuerpo que me inquietaba. A veces nos apretábamos el uno contra el otro, para sentirnos más estables y me subía un calorcito por las piernas. En esos instantes percibía su respiración y el calor que nacía debajo de su vestido.

A este toque erótico-infantil habría que añadir, aunque más atenuado, otro toque ecologista y animalista en el que el campo y el río, con su caudal nutricio de agua, aparecen como la evocación y símbolo de la máxima libertad.  Sólo tiene un defecto esta obra: al final el lector se queda con hambre: el autor debería haber añadido cien páginas más a su libro.