Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ GARCÍA PÉREZ

Federico García Lorca

 

 

 

         Desde 1936, año de mi nacimiento, hasta 2008, año de la “memoria histórica”, ha pasado la friolera de 72 tacos de almanaque, los años que tengo y los que llevo oyendo hablar de la incivil guerra de España.

 

         Ocurre que ninguno de mis ascendientes, y en ese saco van padres, tíos, abuelos y bisabuelos, fue masacrado por rojos o azules. Ello, caigo ahora en la cuenta, me ha llevado a no ser vencedor o vencido, sino una rara especie de españolito que no tiene muesca y necrológica histórica de las que presumir o reivindicar.

 

         Profesores, libros, curas, fotocopias, Franco, Carrillo, César Vidal, Cecilio, todos, hasta Garzón, llevan soplando yescas de odio en los jodidos oídos que poseo. A palabras necias, oídos sordos. A palabras onomatopéyicas, oídos terapéuticos. A palabras repetitivas, corazón convertido en piedra, digamos cartón piedra.

 

         De todos los asesinados con la quijada fratricida española, ninguno tan divino como Federico García Lorca, tan divino era que se ha hecho inmortal. Por definirlo de una sola tacada, digamos que fue el que realizó el “milagro” de la poesía. El resto de vates son –somos- artistas, trabajadores del verso, cantores y cantautores, creadores, líricos y hoy, lo que son las cosas, profesores de Literatura en Institutos y Universidades.

 

         Me preguntaba yo, inocentemente, por qué el juez Garzón había elegido Granada entre las cinco ciudades a las que ha pedido datos de asesinados y desaparecidos a costa del franquismo. Y ya tengo la respuesta. No es otra que volver a la conmoción del asesinato y desaparición de Federico, resucitado de entre los muertos y asunto a todos los libros de texto, departamentos de Media y Universidad y traducido a todos los idiomas del mundo, quiero creer que también al catalán y euskera, faltaba más, aunque traducirlo, en especial su Romancero Gitano, debe ser una profanación de mucho cuidado.

 

         Los familiares del poeta se niegan a la exhumación de su osamenta. No así los descendientes del banderillero y maestro nacional, arte y sabiduría,  que, según historias de mesas de camilla y documentos, acompañan al autor del milagro octosilábico, el romance. La polémica está servida.

 

         La necropsia histórica de nuestros actuales gobernantes, ese hurgar en la supuración de lo acontecido hace tres cuartos de siglo, ese trastear la osamenta, ese sí pero aquél no, es una locura.

 

         A Federico no lo toquéis.

 

         Resucitó.