Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANTONIO J. QUESADA

José Antonio Padilla

 

Hay escritos que uno nunca quisiera firmar, y éste es uno de ellos. El pasado jueves 5 de marzo, antes de una lectura poética del siempre sugerente Jaime Siles, Aurora Luque, jefa del Centro del 27 (o como se llamen, tanto el cargo como el Centro) daba la noticia de la muerte del joven poeta malagueño José Antonio Padilla. Me dejó el cuerpo cortado y ya no pude estar en lo que estaba, que era la poesía (¿cómo concentrarme en otra cosa que no fuera la noticia horrible?). Ni siquiera la sugerente compañía de Margarita Souvirón me sacó de mis cosas mentales, y me fui antes de tiempo a tomar el autobús, sin ser capaz de leer durante el trayecto, como hago siempre.

 

José Antonio, muerto. Cuando muere un poeta, el mundo pasa a ser un poco peor. Cuando muere un joven, se ha vuelto a cometer otra putada sobre este planeta. Cuando muere un poeta joven… es una putada que, además, nos empeora a todos como colectivo.

 

No quiero ser hipócrita, no me sale todavía: no conocí a José Antonio más que muy superficialmente. Le conocía por referencias de otros: teníamos algunos colegas comunes, sé que era muy elogiado, que estaba siempre entre las firmas elegidas por las instituciones para estar aquí y allí, y personalmente no llegamos más que a intercambiarnos alguna mirada de reojo en algún sarao. No conozco sus libros, pero compartimos Antología gracias al siempre entrañable Francisco Ruiz Noguera, nuestra inolvidable “Frontera Sur” (en algunas de las fotos que se hicieron en ese día nos colocamos juntos y cruzamos alguna palabra de circunstancias). En fin, que soy incapaz de poder hablar de él como literato y como persona; no sé si soy el más indicado para redactar estas líneas, pero necesito hacerlo.

 

De lo que sí soy capaz es de escribir sobre el sentimiento que me produjo la noticia: su muerte me provocó un mazazo interno. Me pareció una injusticia, la muerte de un joven siempre es una injusticia. Más para los que no tenemos ideas religiosas que travistan la muerte de tránsito a una vida mejor o algo así, claro: algún día me tocará a mí dar el paso hacia la Nada, empujado por la vida o por mi propia mano (ya veremos), y sé que no me espera un cielo ni nada por el estilo en el mal llamado Más Allá. Si esperara otra vida podría decir ahora aquello de que nos veremos, de que charlaremos eternamente y todo eso que se dice, pero no es mi caso. Yo no tengo Más Allá. Mala suerte.

 

Siempre tuve la sensación, puramente subjetiva, de que José Antonio y yo teníamos una charla pendiente con una cerveza delante, sensación que me embarga cuando percibo que algo perfectamente solucionable me separa de alguien. Ya con José Antonio no será posible esa charla, y es una espina que tendré clavada toda mi vida. Tengo la impresión, justificada o no, de que ya no es posible rectificar, y esto me inquieta.

 

Ha muerto José Antonio Padilla y, aunque no le traté en vida, ni he digerido la noticia ni la digeriré. Hasta siempre, Poeta.