Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
JOSÉ GARCÍA PÉREZ
MARTES SANTO

Cristo del Rescate

 

         Andaba yo aquella mañana de Martes Santo con el tedio a cuestas. De tarde en tarde me entra el culebrón del desánimo, se instala el muy cabroncete en mí y tan sólo veo un gris plomizo de severo y triste granito. Ello ocurre cuando doy la vuelta a mis ojos y someto mi existencia a un depurado autoanálisis de imbecilidades.

 

         La suerte que tengo, lo que me salva de mí, es la otra, la de siempre, que me dice: -venga tío, vamos a dar una vuelta.

 

         Dicho y hecho, recogí todas las virutillas del aburrimiento y encaminé mis pasos, los suyos, a calle Carretería. En la esquina de Nosquera, más o menos a la altura de la farmacia Prieto, Aní, buena amiga, desplegó una docena de sillas y senté mis posaderas en una de ellas.

 

         Cogí los ojos y los volví al exterior iniciando un recorrido de exploración. Estaba allí, unos ochenta años, moño fuertemente recogido, negro vestido, blanca blusa que dejaba ver los pliegues de existencia en su cuello, tal vez insultante de belleza en su juventud, sin asomo, a primera vista, de problemas de cervicales, abierta a la capacidad de asombro y con su talego de fe, estaba allí, decía, la señora María mostrando su señorío.

 

         Las capas color amarillo calabaza, túnicas burdeos y negros capirotes nos anuncian la presencia inmediata de El Rescate. Ya ha tomado el asfalto de Carretería el riego de la cera, el aroma del incienso y el ambiente de una Málaga cofradiera, la de Carretería, criticada por el Gran Sanedrín de la Semana Santa de esta ciudad que todo lo acoge y todo lo silencia. El trono, majestuoso en su silencio. Sayones, Judas y Cristo. Igual que ahora, pero bello a la vista.

 

         Entre el Cristo y la Madre hay un espacio ligero, libre de cofrades y cirios. Los vendedores ambulantes hacen el agosto. Carretería es -era- calle orfebre del rancio costumbrismo malagueño. Un chaval de no más de 10 años de edad, lleva entre sus manos una bola de cera de unos 15 centímetros de diámetro. Ha tardado en lograrlo más de cuatro años, o sea, más que una legislatura. Es, aunque los cofrades le racaneen lágrimas de cera, un Hermano Mayor en potencia.

 

         Grises las capas, moradas túnicas, de nuevo negros capirotes. Viene la de Gracia. Llega y se apodera de Carretería. La banda de música que la acompaña nos regala “Malagueña”. Desde enfrente, una gitana nos acaricia con el bucle de una saeta: “Desparramando sus ojos/ por la negrura del cielo/ viene la Virgen de Gracia/ buscando a su Nazareno.”

 

         Recuerdo perfectamente que fui feliz en aquella noche de Martes Santo.