Revista Digital de Literatura y Crítica Literaria

        
ANTONIO J. QUESADA

Antonio J. Quesada

 

 

Hoy les voy a contar una anécdota que viví no hace mucho, para que pasemos un rato instructivo con un tema tan viejo como el mundo. Cayó en mis manos una revista de pensamiento muy bien hecha y muy marxista, filosóficamente hablando (no sé si por ese orden) y me resultó curiosa. Sesuda, fuera de lo normal y, posiblemente, incluso de mis propios intereses (demasiado dogma y demasiada poca creatividad, como en tantos otros sitios: cada vez me interesa menos el pensamiento y más la creatividad). Pero tenía su puntillo. Se centraba en Althusser, en Sartre, en Harnecker y en otras figuras del pesebre intelectual rojillo, pero en su vertiente más política, esto es, la que menos me interesa (por ejemplo, el Althusser que más me ha interesado siempre es el más creativo, el de “El porvenir es largo”, y de Sartre ni les cuento: sus tochos filosóficos, estilo “El ser y la nada” o “Crítica de la razón dialéctica”, me provocan urticaria, pero disfruto periódicamente de su narrativa y sus obras de teatro). En cualquier caso, la revista se salía de lo normal y por eso me interesó. Vi que tenían una parte de creación y, ahí sí, me dije “¿por qué no mandar algún relato que no esté mal y que, desde una perspectiva artística, incite a pensar sobre temas sociales?”. Busqué uno con trasfondo político, que creo sinceramente que no está técnicamente mal, y lo remití. No puedo negarme a mí mismo: era un relato de desencanto, porque el desencanto es mi hermano gemelo, ¿qué voy a hacerle? En este caso, desencanto ante una revolución en un país no indicado que parecía ser más un cambio de élites que una verdadera revolución.

 

Silencio. Meses de ruidoso silencio. Silencio.

 

La semana pasada, harto de no saber qué pasaba con el tema, les escribí y salí de dudas: me contestaron que el Consejo de Redacción no compartía la visión contraria de la revolución cubana (¿quién hablaba de Cuba, hasta ahora?) que se desprendía de mi relato y que, por eso, no iba a publicarse en la Revista. Ya lo dijo Fidel hace muchos años, delante de un Virgilio Piñera que temblaba y de otros intelectuales: “con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada”. ¿Realismo socialista? ¿Las bellas artes al servicio de la Revolución? No lo entiendo. Mejor dicho, no quiero entenderlo. Es evidente que me sucede lo que a Marx: que no soy marxista. Tampoco platónico. Por eso no entiendo estas cosas.

 

Me sorprendió la contestación de la revista, en cualquier caso: lo mío era un trabajo literario, no científico y, en cualquier caso, que el Consejo de Redacción de una revista de pensamiento argumentase de esa manera me inquietó. Ya escribía Sciascia en “El contexto” que muchos revolucionarios de salón disfrutarían siendo ministros del Interior o juzgando y, ante todo, condenando. Como los viejos inquisidores, qué nos gusta juzgar y, ante todo, condenar (lean “El pozo y el péndulo” de Poe). Yo, sin embargo, siempre estuve con Juan de Mairena en que el Diablo debía tener cátedra en toda universidad católica que se preciase. Posiblemente no tenga razón, pero tiene razones.

 

Total, que no sé si mi relato era bueno o malo, pero sí sé que las gentes más dogmáticas (eclesiásticas o laicas) no suelen admitir más Verdad que la suya (¿recuerdan a aquel Fernández de la Mora que mató a todas las ideologías menos la suya?). Y como no pueden controlar la creación ni la belleza, mejor darles de lado, salvo cuando se pongan a su servicio. Allá cada cual con sus miserias.